La muerte de Videla

Y finalmente le llegó la hora. Como a todos, pero en este caso no es una muerte más. Es la del general que lideró el Golpe de Estado contra Isabel Perón en marzo de 1976. Y luego de ese golpe llegó la dictadura más sangrienta que haya sufrido nuestro país, con consecuencias muy fuertes y tristes. Consecuencias económicas, políticas y sociales. Y 30 mil personas desaparecidas y otros miles de exiliados.

La muerte le llegó a Jorge Rafael Videla, a los 87 años, en el penal de Marcos Paz donde se encontraba cumpliendo cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad cometidos durante el tiempo que detentó la presidencia argentina, entre 1976 y 1981.
La presidente de la Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos de la Argentina (AFYAPPA), Cecilia Pando de Marcado, fue quien confirmó el deceso del exdictador. “Anoche no se sentía bien, no quería cenar y esta mañana lo encontraron muerto en la celda”, dijo Pando.

Videla afrontaba un juicio oral por el denominado Plan Cóndor, la actuación coordinada de los grupos represivos de los distintos regímenes autoritarios que asolaron Latinoamérica durante las década del 70, principalmente. Además de ser condenado a reclusión perpetua por el asesinato de presos políticos en Córdoba y a 50 años de cárcel por el robo de bebés, Videla cumplía la pena de reclusión perpetua impuesta en la llamada Causa 13, que juzgó a la cúpula de la última dictadura cívico militar en 1985.

En su última comparecencia para prestar declaración por el Plan Cóndor ante el Tribunal Oral Federal 1, se había negado a declarar y leyó un texto en el que asumió “en plenitud” las “responsabilidades castrenses” por lo actuado, en lo que calificó de “guerra” contra el “terrorismo” y deslindó de culpas a sus subordinados. “Los acompaño como preso político, hasta tanto recupere el último de ellos su ansiada libertad”, dijo sobre sus consortes de causa ante los jueces Adrián Grunberg, Oscar Amirante y Pablo Laufer.

El golpe que él dirigió como jefe del Ejército puso en marcha el Proceso de Reorganización Nacional, y en la junta militar que lo encabezaba, lo acompañaron el almirante Emilio Eduardo Massera (por la Armada) y el brigadier general Orlando Ramón Agosti (por las Fuerzas Aéreas). El 29 de marzo de 1976 tomó a su cargo la Presidencia de la Nación que ocuparía hasta la asunción, en su lugar, del general Roberto Viola en 1981. Con la muerte de Videla ya no queda ningún sobreviviente de la primera Junta Militar del Proceso, ya que Agosti murió en 1997 y el almirante Massera falleció en 2010.

Con la vuelta de la democracia en 1983, el gobierno de Raúl Alfonsín llevó a cabo el Juicio a las Juntas por el que se los juzgó y condenó a prisión perpetua y fue degradado militarmente, dos años después, por numerosos crímenes de lesa humanidad cometidos durante su gobierno. El 29 de diciembre de 1990 el presidente Carlos Menem sancionó el decreto 2741/90 hacia Videla y los otros integrantes de las juntas de comandantes que habían sido condenados en el juicio de 1985: Massera, Agosti, Roberto Viola y Armando Lambruschini.

Cuando en 2003 las leyes de Punto Final y Obediencia Debida fueron declaradas nulas, hubo magistrados que comenzaron a declarar inconstitucionales aquellos indultos referidos a crímenes de lesa humanidad y se reiniciaron los juicios. En 2006, la Cámara de Casación Penal, máximo tribunal penal argentino, dictaminó que los indultos concedidos en esa clase de delitos de lesa humanidad eran inconstitucionales, sentencia ratificada en 2010 por la Corte Suprema de Justicia.

Tras la reapertura de las causas, el 22 de diciembre de 2010, Videla recibió su segunda condena: recibió la pena de prisión perpetua en cárcel común por el caso conocido como UP1 (por la Unidad Penitenciaria Nº1), en Córdoba.

El 5 de julio de 2012 fue condenado a 50 años en prisión al ser encontrado responsable penalmente por el secuestro sistemático de neonatos y niños. El Tribunal Oral y Federal N° 6, a cargo de María del Carmen Roqueta, unificó las tres sentencias anteriores y fue condenado a una pena única de reclusión perpetua en cárcel común.

La justicia de la muerte

Decía al principio que le había llegado la hora y, si bien no es cuestión de festejar una muerte, es cierto que no es una muerte más. Es la de una persona que llevó a este final a miles, directa o indirectamente, con su mano. Y eso es un hecho que no se puede soslayar. El hecho de tener más de 70 años tampoco lo inhibía de ser juzgado y condenado. Ni se puede hablar de revancha, pero la capacidad de defensa era aún mayor que las que tuvieron quienes fueron detenidos, torturados, asesinados y desaparecidos durante su gobierno.

¿Se puede festejar una muerte? No, independientemente de quién sea, lo cual no implica no sentir una fuerte sensación de justicia, como podría ser este caso. Y en eso coincidieron Adolfo Pérez Esquivel (Premio Nobel de la Paz) y el secretario de Derecho Humanos de la Nación, Martín Fresneda. El primero señaló que “su muerte no debe alegrar a nadie. Tenemos que tomar las cosas con mucha serenidad y seguir trabajando por una sociedad mejor, más justa y humana para todos, y que todo ese horror no vuelva ocurrir nunca más”. Por su parte, Fresneda mostró su satisfacción: “El Estado no debe nunca celebrar la muerte de nadie pero sí consagrar que hubo justicia. Hemos podido reparar la mayoría de los crímenes que han cometido estos hombres”.

Dos mujeres, símbolo de organizaciones que lucharon contra la dictadura, como las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo, también tuvieron sus palabras. Nora Cortiñas recordó que falta juzgar a muchos genocidas más y seguir las causas por apropiación de bebés. Por su parte, Estela de Carlotto aseguró que “un ser despreciable ha dejado este mundo, un hombre malo. La historia seguramente considerará el genocidio que hemos sufrido los argentinos, el oprobio de una dictadura cívico-militar como la que él encabezó, de la que no se arrepintió y de la que, incluso, hizo declaraciones tardías para reivindicar todos sus delitos”.

Una diputada claramente marcada por la dictadura, al nacer en el centro de detención de la ESMA, como lo es Victoria Donda, manifestó no sentir alegría sino “dolor por todo el sufrimiento que causó a miles y miles de argentinos y argentinas”.
Como muchos señalan, el hecho de que Videla haya muerto en una cárcel común es un símbolo de la lucha contra la impunidad de una sociedad que no quiere volver al terror. En palabras de Rogelio García Lupo acerca del libro “El Dictador” de María Seoane y Vicente Muleiro: “Desde ahora nadie podrá repetir que no sabía quién era Videla, la máscara del terror”.

Repercusiones en el exterior

Los medios internacionales reflejaron el fallecimiento de Videla, al que calificaron de “ideólogo del terror” y “cruel dictador”. También mencionaron que “nunca mostró arrepentimiento” por los crímenes cometidos durante el último gobierno militar.
En España, el madrileño diario El País señaló que “bajo el régimen que lideró de 1976 a 1981 desaparecieron 30.000 personas”, y mencionó que “fue condenado en 2010 a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad”.

El Mundo expresó que Videla “admitió que hubo robo de bebés y que fueron asesinadas miles de personas” durante la dictadura, pero que “nunca se arrepintió ni tampoco consideró que haya existido un plan sistemático para la sustracción de los hijos a las madres embarazadas.

Le Monde, de Francia, señaló que Videla “había sido condenado a prisión por la sangrienta represión durante su presidencia”, y puntualizó que fue un “ferviente católico”.

En Italia, El Corriere della Sera manifestó que el ex hombre fuerte de la dictadura “guió al país entre 1976 y 1981. Bajo su presidencia, la represión fue terrible”, mientras que La Repubblica, mencionó la confesión de Videla donde dijo que hubo “entre siete mil y ocho mil muertos” durante la represión.

Folha de San Pablo mencionó a Videla como el “responsable de comandar el aparato de represión que mató a más de 30.000 personas”.

La prensa chilena y la gente en las redes sociales marcaron la diferencia del fin entre los dictadores Pinochet y Videla, al precisar que el primero murió en libertad y el otro halló la muerte recluido en una celda común y condenado por sus crímenes. El Mercurio hizo un perfil del exgeneral y remarcó que su gobierno fue una “sangrienta dictadura que, según estimaciones de organismos de derechos humanos, dejó un saldo de 30.000 desaparecidos”.

El país trasandino no olvidó los incidentes bélicos y limítrofes ocurridos durante su gobierno y mencionó que “dos años después de asumir el poder, se produjo el conflicto limítrofe con Chile, el que estuvo a punto de convertirse en una guerra entre ambos países”.

La Tercera señaló que “entre 1977 y 1978 Videla inició negociaciones con el general Augusto Pinochet por la soberanía del Canal Beagle, situación que casi llevó a Chile a una guerra con el vecino país en diciembre de 1978”.

El País, de Montevideo, destacó que “tras la recuperación de la democracia en 1983, fue juzgado y condenado a prisión perpetua y destitución del grado militar por numerosos crímenes de lesa humanidad cometidos durante su gobierno”.

Respecto de las matanzas y la apropiación de bebés, vale la pena mencionar lo declarado por el propio Videla a Ceferino Reato en el libro “Disposición Final”. Videla reconoció que los militares asesinaron a «a 7.000 u 8.000 personas» y que sus cuerpos se hicieron desaparecer «para no provocar protestas dentro y fuera del país».

«Sobre la marcha se llegó a la decisión de que esa gente desapareciera», mencionó el exdictador y precisó que “cada desaparición puede ser entendida, ciertamente, como el enmascaramiento de una muerte».

Para justificar esta medida, aseguró que “no había otra solución. Estábamos de acuerdo en que era el precio a pagar para ganar la guerra contra la subversión y necesitábamos que no fuera evidente para que la sociedad no se diera cuenta”.

Un comentario sobre “La muerte de Videla

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