La poesía y crudeza de Fadel

«Muere, Monstruo, Muere» es, hasta el momento, la película argentina más ambiciosa del año. Ya nos había deslumbrado en el Festival de Cine de Mar del Plata, donde escribimos la recomendación que podés leer acá. Y con el motivo de su estreno comercial, entrevistamos en exclusiva a su director Alejandro Fadel.

¿Cómo nace la esencia primaria de «Muere, Monstruo, Muere»?

«Creo que la película nace de dos pasiones juveniles que yo no tenía muy claras hasta después del estreno. Por un lado, era volver a filmar la montaña mendocina y, por otro, se conjuga la pasión por el cine de género y el terror. Y pensé: ‘Si puedo juntar estas dos cosas, como una parte más documental y otra más narrativa, puedo tener una película que me entusiasme hacer’. Entonces, nace de juntar lo que uno trae y lo que uno imagina.»

¿Cómo se planteó el tratamiento sobre los paisajes?

«El trabajo sobre el paisaje era sobre cómo captar lo espiritual que te puede provocar algo cuando lo ves por primera vez. Entonces, la intención era filmar estas montañas de una forma novedosa, y la decisión fue filmar el paisaje de forma artificial y cargarlo de la locura a la que la película se dirige. Tanto el paisaje como el trabajo con los actores tienden a alejarse del naturalismo.»

También se ve la explotación de la plástica del terror

«Claro, que la imagen tenga materia, hay trabajo sobre los colores y la geometría que la naturaleza propone. Había que tratar que la naturaleza tuviera su propia voz, como pasa en los pueblos de Lovecraft donde siempre hay algo ahí, que puede materializarse o no, pero que está respirando por debajo.»

También hay mucha potencia sobre la forma poética de tratar lo visceral

«Una palabra que yo tenía muy en cuenta era la poesía. Con mi hermano menor (que es poeta y del que aprendo mucho) hablamos mucho sobre cómo la combinación de determinadas palabras y sílabas producen un efecto de belleza que uno en el habla cotidiana suele perder. Y sobre el paisaje con la pintura, lo opaco y la naturaleza que a veces te da cuadros. Poesía y pintura eran dos palabras que no me eran ajenas cuando trataba de armar en mi cabeza la puesta en escena.»

¿Cómo te encontraste con ese color de voz del actor Víctor López?

«Esa es la magia que te da el azar. Yo había escrito esta película donde uno de los temas era la finitud del lenguaje, dónde termina aquello que podemos expresar con palabras y empieza la zona donde las emociones y las ideas se vuelven más confusas porque no le podemos dar un orden. Hice un casting y apareció Víctor, que se hizo actor de grande y, además, es mecánico y tiene una vida muy rica. La primera vez que lo vi me pasó eso que pasa con los actores, que es una cuestión sensual, de decir ‘acá está pasando algo entre nosotros, el personaje y el guión’, y apareció con su voz tan extraña que tenía para aportarle a la película que, además, combinaba muy bien con la voz de Esteban, que es el otro personaje del triángulo amoroso, que le va dictando el camino que tiene que seguir y lo va poseyendo, si se quiere. La voz de Víctor es una voz incómoda que un poco cuesta entenderla y el espectador tiene que hacer un esfuerzo por acomodarse.»

Se me hizo una lectura de género medio inevitable y pensar a este monstruo como la representación de un miedo social femenino.

«No estaba en la concepción de guión de entrada. Sí sabía que las mujeres iban a ser víctimas. Creo que la película tiene su pata política con pensar que las víctimas mujeres son lo que va dejando la masculinidad al perder el poder que tiene. Y creo que ahí se abre una lectura actual. Hay algo de la película que está reflejando una realidad, si bien no intenta ser de denuncia o de bajar línea, sobre todo porque soy un cineasta varón. Entonces, de lo único que puedo hablar es de lo que la naturaleza me entregó como condición y la cultura me impuso. Creo que la película habla más de cierto tipo de masculinidad más que de esas mujeres que mueren, de las formas de poder históricamente masculinas.»