La soledad de Macondo y Latinoamérica

La soledad y el realismo mágico parecen ser dos principios inseparables en la literatura universal, aleación quizás preconcebida desde que el poeta y dramaturgo inglés, William Shakespeare, escribió sus alucinantes novela caballerescas. Pero, merced a los hilos rotos de la historia, la soledad muta en un sentimiento más complejo que concierne la deserción y el olvido sistemático de los emergentes pueblos americanos que, como náufragos de nadie, flotan a la deriva. Macondo, esa aldea épica, cuyo nombre cayó desde un sueño celestial y la cual el mismo Gabriel García Márquez concibió como un estado de ánimo y no un lugar geográfico, contiene el ruido, la vanidad, las ruinas y el silencio despótico al que ha sido condenada América Latina.

Una metáfora social

«Cien Años de Soledad» es una especie de metáfora social inspirada en el olvido de los pueblos del caribe colombiano y, por extensión, de cualquier región universal. Es una novela que parece haber sido escrita dentro de una estancia vacía, bajo el limbo de una lámpara rota, un cristo de soledades y un destello divino. Sus personajes galopan como fantasmas inocuos que, escapándose de gélidas tumbas, transmutan en seres sombríos e irreconciliables, para quienes la muerte no es una realidad absoluta sino una genial inventiva de los hombres, para escapar de la soledad.
El gitano Melquíades, a quién Gabo describe como un «corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión» proyecta ese grito de misterio y de ciencia a través del cual los desmirriados habitantes de Macondo conocen el otro lado de las cosas. Ese personaje, como un ávido guardián incorruptible, divaga sin tiempo ni espacio a la luz de los hechos, llevando consigo el imán, la brújula y hasta una bebida que puede restablecer de la epidemia del olvido a todos los habitantes de la aldea. Aunque el día menos esperado muere, regresa por última vez a escribir los pergaminos sobre los designios de toda la generación de los Buendía, que cien años después sería arrasada para siempre de la faz de la tierra.

«Alfiles sin albedrío»

Mitad realidad y mitad fantasía, el relato es un relámpago de libertad que transfigurado en benévolo acierto denuncia la infamia del patriarcado que nos gobierna como a sensibles marionetas. Es un éxodo a la esperanza y a veces es un camino perdido, donde un trotamundos fascinante -como Melquíades- escapa de la muerte con su recóndito destello de glorias esquivas, para redimir los aldeanos de sus insomnios y penurias cotidianas.
En su discurso por el recibimiento del Premio Nobel, pronunciado en Estocolmo en diciembre de 1982, García Márquez aludió a la soledad de América Latina por la indiferencia de los países europeos ante las desmesuras socio políticas de nuestra región, que define como «alfiles sin albedrío» frente al «saqueo, la opresión y el abandono». Las letras macondianas, cual un rastro herido sobre suelo americano, buscan erradicar la fantasía de las fronteras y las brechas culturales.
Así, la ascensión de Remedios, la bella, al cielo e impulsada por un viento de luz, es el más sublime arbitrio semántico mediante el cual consigue el autor absolverla de ese irremediable nudo de soledad al que estuvo condenada desde siempre. De otros arbitrios requiere nuestra región, con más verdades que hechizos y más acciones que verbo, para no emular la generación de José Arcadio Buendía, que nunca tuvo un instante de paz ni una segunda oportunidad sobre la tierra.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Fernando Daza.