Astrología arquetipal: Leo

Leo es el quinto signo del zodiaco, de elemento fuego y función fija. Su regente es, nada más y nada menos, que el Sol, centro de nuestro sistema y astro dador de vida. Esta vinculación profunda de Leo con el Sol le vale la fama de signo egocéntrico y fanfarrón. Al igual que el astro luminoso, el leonino busca ser el centro de atención en todo momento. Su presencia irradia luminosidad y carisma, con lo cual le cuesta poco hacerse visible. El problema se da cuando este lugar protagónico no es renunciable. En ese punto, el leonino (o cualquier individuo con leo acentuado en su carta) busca captar a los demás a cualquier precio, encerrándose en sus propósitos y perdiendo de vista al otro, y sus cualidades actorales y expresivas le sirven para exagerar o dramatizar situaciones.

Pero si bien este costado sombrío es cierto en el leonino, también encontramos características fantásticas y necesarias para la completud humana. El estereotipo del leonino dramático y adicto a la adulación es restringido y no permite ver la riqueza intensa que tiene este arquetipo zodiacal. Leo es el signo más expresivo de la tríada de fuego. Si Aries persigue los ideales y Sagitario los defiende como un abanderado, Leo los encarna, los incorpora a su personalidad, se vuelve él mismo el ideal. Esto muestra un aspecto central de Leo y esta es su capacidad creadora. Así como dependemos del sol para generar vida, dependemos de Leo dentro del zodiaco para poner en marcha nuestra creatividad. La capacidad de generar la podemos ver en el punto en el que tengamos a leo en nuestra carta natal.

Leo rige todas las formas de creatividad que podamos poner en marcha y una en particular, que es la creación de vida, es decir: los hijos. Ellos son la creación máxima que un ser humano pueda lograr, considerando también que las obras y proyectos consumados del humano son vividos como hijos a los cuales parimos y cuidamos. El animal que simboliza a Leo es el león, el rey de la selva, símbolo de la nobleza, la opulencia y la protección de la manada.

Este signo está relacionado con el arquetipo del rey o el gobernante. Al ser el centro dador de vida suele ocupar el lugar de cuidador y líder nato de los espacios que circunda. Leo irradia una autoridad natural que provoca confianza y seguridad en el entorno. Cuando está bien aspectado, se conecta con su solaridad interna, su centro auténtico de referencia y se mueve obedeciendo a su corazón. Pero cuando muestra su lado sombrío, su seguridad depende de la adulación y el respeto de los demás, con lo cual arma su vida en función de conquistar al entorno generando dependencias innecesarias y volviéndose un tirano.

El rey sol ha sido una deidad adorada en todas las culturas. Sin ir más lejos, los incas consideraban a Inti (el sol) su deidad principal, los griegos tenían a Helios y Apolo, los egipcios a Ra, por mencionar solo unos ejemplos. El sol como arquetipo colectivo representa al padre protector, al rey gobernante y al propio ego de cada individuo.

Carl Gustav Jung decía que el ego es el centro del psiquismo conciente, es un arquetipo que forma parte de la psiqué y es, además, una adquisición evolutiva. Nacemos del caos pisciano, fundidos con la fuente y a través del discurrir de los signos nos vamos individualizando hasta llegar en Leo a la conciencia del yo y del ego personal como centro de referencia. Este movimiento de ubicar al propio ego como centro del universo personal es un trabajo evolutivo que le llevó milenios a la humanidad y nos sigue llevando algunos años de vida en la biografía personal de cada uno.

Jung hablaba de los peligros de identificarse exclusivamente con el ego, pero también hablaba de los peligros de destruirlo.

Cuando un sujeto vive exclusivamente en su ego se vuelve autorreferencial, egoísta y excesivamente racional. La hiperinflación del ego genera un complejo de superioridad que hace sentir al sujeto como el mismo rey sol, centro de todas las situaciones y gobernante de los semejantes y de la realidad misma. Suelen ser personas que se encierran en su versión de la verdad e ignoran cualquier posibilidad de tomar del entorno variantes a su posición, también suelen ser omnipotentes y desean que todo el mundo obedezca sus deseos. Esta reclusión en el ego hace que perdamos contacto con los aspectos más inconcientes, místicos e irracionales de nuestra personalidad.

Pero, por otro lado, la deflación del ego genera una sumisión nada beneficiosa. En este caso el sujeto es sumamente influenciable y puede caer en situaciones perversas y psicopáticas. Las lesiones severas en el ego rompen la estructura psíquica y vulneran el yo, que es el centro de la voluntad conciente del sujeto. Por ello es fundamental trabajar con el ego sin vulnerarlo.

Según Jung, el trabajo sano es incluir al ego como parte de una unidad mayor y subordinarlo al funcionamiento de otro arquetipo que es el verdadero centro del psiquismo, el sí mismo. Con esto nos quiere decir que debemos trabajar para edificar un ego fuerte y sano, pero luego debemos trabajar también para destronarlo y subordinarlo al verdadero representante de la divinidad en nosotros: el selbst o sí mismo.

Este trabajo con el ego lo vemos maravillosamente representado en Leo. Este signo nos muestra las virtudes de construir un yo seguro, confiado y con recursos, pero también nos muestra la sombra de asentarnos allí y volvernos tiranos. Para progresar en el desarrollo psíquico debemos pasar por la experiencia de Leo y convertirnos en el centro de nuestro propio universo, pero también debemos estar dispuestos a avanzar hacia el signo siguiente: Virgo. Allí debemos renunciar a nuestra majestuosidad para aprender de la humildad y del servicio hacia el otro. De ese modo, el ego fuerte que hemos construido debe aprender a convivir y ocupar su lugar con otras instancias psíquicas.

Cuando somos presos de la imagen del ego debemos sostenerla a cualquier precio. Por ello los leoninos suelen llenarse de compromisos, de actividades, de propuestas de ayuda al prójimo, sin pensar que quizás no puedan o que siquiera les corresponde. Para sostener la imagen de rey omnipotente, son capaces de tomar a su cargo responsabilidades y favores que no les incumben. El leonino debe aprender a decir que no y entender que no puede hacer en el lugar del otro.

Por otro lado, al representar al rey, Leo nos trae la cualidad de la nobleza. Los leoninos (o los sujetos con un leo acentuado en su carta) suelen tener un porte imponente y mostrar una dignidad admirable. Los héroes como William Wallace, defensores acérrimos y encarnaciones mismas del ideal, son ejemplos de ello.

La película «Corazón valiente» (dedicada a la vida de este personaje), a pesar de presentar imprecisiones históricas, muestra un héroe instalado en el eje Leo-Acuario. Leo, de hecho, rige el corazón como parte del cuerpo, es el motor impulsor de la vida, el centro regulador. William era el corazón del movimiento rebelde en Escocia, un líder nato, carismático y noble. La pasión del personaje refleja las potentes características del signo de Leo, el respeto que imponía y su bravura son otras muestras del arquetipo leonino que estaba jugando. Por otro lado, defendía los derechos de la libertad y la igualdad entre los hombres, conceptos que corresponden al signo de Acuario (su opuesto complementario). De este modo, podemos apreciar en el film la expresión casi literal de la polaridad entre ambos signos.

En los tiempos que corren, donde el arquetipo del gobernante ha perdido la nobleza, el respeto y la dignidad característica que debería tener, nos vemos invitados a reflexionar más que nunca sobre el arquetipo leonino. Si los gobernantes son una expresión indisociable del pueblo que los genera y les da poder, debemos pensar seriamente qué pasa en cada uno de nosotros con nuestro aspecto leonino. Hasta qué punto no estamos tan centrados en la propia individualidad que perdemos la posibilidad de expresar las características maravillosas que tiene la luz de este signo. El Sol no tiene sentido sin aquello que alumbra. El ego individual no tiene sentido sin otros con quien compartir lo que pensamos, logramos y sentimos.