¡Astros, rayos y centellas!

¿En qué estábamos? Ah, sí, lo de la física cuántica y la metafísica. El “temita” de los benditos libros o películas de autoayuda relacionados a la prosperidad, onda “El secreto”.
¿Sabías que experimentos en neurología han comprobado que cuando vemos un determinado objeto aparece actividad en ciertas partes de nuestro cerebro? Y que cuando cerramos los ojos y lo imaginamos, la actividad cerebral es… ¡idéntica! Entonces, si el cerebro refleja la misma actividad cuando “ve” que cuando “siente”, ¿cuál es «la realidad»? Fabricamos nuestra realidad desde la forma en que procesamos nuestras experiencias, es decir, mediante nuestras emociones.
Algo más. Experimentos en el campo de las partículas elementales han llevado a los científicos a reconocer que la mente es capaz de crear. Amit Goswani, profesor de Física en la Universidad de Oregon dice que “el comportamiento de las micropartículas cambia dependiendo de lo que hace el observador: cuando este mira se comporta como una onda y cuando no lo hace, como una partícula”. Ello quiere decir que las expectativas del observador influyen en la realidad de los laboratorios… y cada uno de nosotros está compuesto de millones de átomos.
En castellano: nuestra realidad es, hasta cierto punto, producto de nuestras propias expectativas. Si una partícula (la mínima parte de materia que nos compone) puede comportarse como materia o como onda… nosotros podemos hacer lo mismo, ¿verdad?
Tomé contacto con la Metafísica (podés localizar en un buscador al Conde de Saint Germain o a Conny Méndez) hace más de 20 años. Sus decretos, afirmaciones y visualizaciones me parecieron magníficos, siempre ligados al concepto de que podemos transformar nuestra vida. Pero mi poca constancia para hacer ese trabajo de manera sistemática hacía que abandonara la tarea muy rápido. En ese entonces era muy poca gente la que estaba al tanto de la existencia de tales “técnicas”. Hoy día están al alcance de millones de personas en el mundo entero y la forma de abordar esto es mucho más simple que antaño.
La ignorancia nos hace inocentes. Una vez que el conocimiento es nuestro, ya somos responsables. Si bien está muy lejos de mí el necesitar que la ciencia valide mis percepciones (de hecho soy astrólogo y tarotista), vaya a saber uno porqué resultó para mí tan revelador y me impactó tanto enterarme que la física cuántica había llegado a las mismas conclusiones que la metafísica.
Sabiendo esto, ¿puedo seguir repitiendo, inocentemente, frases como “la gente tiene poca plata”, “si cobro bien mis servicios no me va a llamar nadie”, “no puedo vivir de la pintura, que es mi pasión”, “en Argentina es muy difícil ser independiente”, y otras cosas por el estilo? La palabra, el verbo y su inconmensurable fuerza…
Ups, no fue mi intensión incomodarte… ¿o sí? ¡Jajaja! Responsabilidad, qué palabra jodida. Bueno, más que la palabra lo jorobado es vivir desde ese concepto y dejar de descansar en escusas varias, aún en las más sutiles, esas que se cuelan en nuestro sistema mental-emocional como lo hace la humedad en una pared, muchas veces absorbidas de un entorno que hace de la queja un culto…
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Félix Olivari Tenreiro.