¡Astros, rayos y centellas!

Tiempo atrás, cual reguero de pólvora, se extendió la “información” de que había aparecido un nuevo signo zodiacal, el número 13. Luego de recibir innumerables consultas de amigos, conocidos y desconocidos preocupados en saber si su signo natal cambiaría a partir de eso, me dispuse a averiguar de dónde había salido esa afirmación. Según parece, fue obra de astrónomos puestos a opinar sobre cuestiones astrológicas. Se habría descubierto una nueva constelación de estrellas llamada Ofiuco, que estaría situada entre las de Escorpio y la de Sagitario.
Ahora bien, los astrólogos sabemos que una cosa son las constelaciones estelares de donde surgen los nombres de los signos zodiacales y otra cosa es, precisamente, el zodiaco. Pero más allá de lo afortunada o no que haya sido esta “noticia”, me llamó mucho la atención que ese supuesto signo número 13 estuviera ubicado precisamente ahí entre Escorpio y Sagitario.
Si de algo estoy convencido es que uno de los más grandes malentendidos de la humanidad a lo largo de la historia, es respecto a la energía escorpiana-plutoniana. Y las consecuencias de ese malentendido han sido y siguen siendo nefastas para millones de individuos en el planeta, ya sea en el plano personal o derivadas de ese malentendido desde lo “colectivo”.
Plutón y Escorpio nos hablan de la posibilidad suprema de sanación. De la capacidad de transformar y expulsar aquello que ya no tiene sentido en nuestras existencias y que, de permanecer en nosotros, nos “intoxica”, enferma y, eventualmente, nos quita la vida. De la posibilidad de emerger a una nueva realidad, habiendo sido profundamente transformados luego de habernos dejado atravesar por esa energía.
Esa energía no es cualquier otra: es de una potencia, fuerza e intensidad tal que a la conciencia humana la ha aterrado…
En un recorrido zodiacal ideal, luego de haber atravesado Escorpio, es haber comprendido desde lo más profundo de esa conciencia que ya no hay dualidad, que todo aquello que se nos presentó como “dividido” en Libra, pertenece a una misma e indisoluble realidad, cuando esa conciencia abrazó ya todas las “oscuridades” que habían sido dejadas de lado, luego de este punto de inflexión en el zodiaco, decía, aparece Sagitario.
Siguiendo con la idea de una comprensión ideal de las energías, entonces Sagitario representaría la capacidad de “elevarnos”, de disparar esa flecha y con ella ser nosotros los que estemos re-ligando la Tierra con el Cielo, buscando la Verdad Suprema, con el aprendizaje adquirido en Escorpio de que hemos de llevarnos al cielo todo nuestro equipaje: nuestras “sombras” y “oscuridades” también.
Está claro que hemos podido hacer con esas energías, como humanidad, algo bien distinto a lo ideal… entonces, ¿cómo se nos representa Sagitario? ¿Qué “utilidad” le damos? La de ser el maestro, con y sin comillas, el “sumo sacerdote” o “papa” en el tarot, que nos dice qué cosas, qué cualidades, qué conductas son las que hemos de poder transportar en nuestro camino hacia el Cielo.
Todas las religiones que conozco en el planeta tienen un manual al respecto. Y aún cuando no nos identifiquemos con ninguna de ellas en lo personal, vivimos inmersos en un “colectivo” que aprueba o des-aprueba innumerables aspectos y conductas humanas. “¿Pero acaso no se necesita Sagitario para poder controlar la energía de Escorpio?”, me preguntó, alarmada, años atrás, una persona apasionada estudiante de Astrología. Creo que su pregunta encierra, en sí misma, la síntesis del malentendido Escorpio-Sagitario.
Pues no me pareció menor que “apareciera” un signo zodiacal, el número 13, en medio de esos dos ya existentes. Tal vez su existencia nos diera a todos, como humanidad, la posibilidad de rever Escorpio una y otra vez la cantidad de veces que sea necesario para recién sí hacer el paso hacia Sagitario con nuestro corazón repleto de coherencia, amando y abrazando todos los aspectos y las formas en los que la vida y el universo se manifiestan, trepando hacia el Cielo sin nada que controlar, esconder ni negar: sin miedo.
Artículo elaborado especialmente para puntocero por Félix Olivari Tenreiro.