Che, de hombre a leyenda

Es probable que se trate de uno de los emprendedores más grandes de la historia. También es cierto que hablar de Ernesto Guevara de la Serna despierta amor o indiferencia. Pero si hay algo irrefutable e indiscutible en su historia es que fue un hombre que sacrificó su vida individual en pos de sus ideales y que, además, predicó con el ejemplo cotidiano. Eso y más (mucho más de lo que todos creen saber) fue el Che.

Hablar del “Chancho” (apodo que llevaba con orgullo entre la aristocracia local y que, ya de joven, demostraba su espíritu provocador) ocuparía un sinfín de líneas. Cargó toda su vida con una mochila pesada, el asma, pero eso no le impidió fundar un centenar de escuelas y hospitales, enseñar a leer y escribir a los campesinos y, por si fuera poco lo antes dicho, romper las cadenas que habían convertido a la Cuba del dictador Fulgencio Batista en la ciudad del pecado norteamericano o «el cabaret yanqui» (como me lo definieron en La Habana) y liberar al país del sometimiento que generaba ese capitalismo atroz.

Pero en esta fecha no se trata de recordar eso. El 9 de octubre es el día en que, en el año 1967, murió un hombre y definitivamente nació una leyenda que, después de varias generaciones, sigue vigente en el corazón popular.

Luego de afirmar la Revolución en la tierra de Fidel Castro, el Che se lanzó a replicar la acción libertadora en África, con consecuencias desastrosas. Fue así que decidió llevar su lucha al país que lo vio nacer y para ello comenzaría desde el norte, más precisamente en Bolivia. La decisión no fue acertada, reconocería poco tiempo después con sus últimos alientos de vida. Capturado el 8 de octubre en el medio de la selva junto a otros soldados, el Che (con 39 años de edad) fue detenido y encerrado en una escuelita rural en La Higuera.

El último día del hombre

Con la ropa totalmente destruida, el cuerpo diezmado por el trajín y las heridas, y apostado en el piso, tenía la certeza de que llegaba su final. Allí enfrentaría la muerte, responsabilidad que debía recaer en un cubano entrenado por la CIA que lideró, durante mucho tiempo, la búsqueda implacable del Che y el fin del gobierno de Fidel Castro. El agente se llamaba Félix Rodríguez, que acababa de llegar en helicóptero a la zona de Vallegrande, a eso de las 6:15 horas.

Una vez confirmada la detención del temido guerrillero, Rodríguez envió un mensaje a la central en Estados Unidos y fue al encuentro con el argentino.

Por su parte, el coronel Andrés Selich ya estaba cara a cara con Guevara, quien no había sido asistido y se hallaba lastimosamente harapiento. A su lado yacían los cuerpos sin vida de otros compañeros de lucha. “Soberbio y desafiante” (como describieron al médico rosarino los presentes), inquirió a Selich: “Mírelos, coronel. Estos muchachos tenían todo lo que querían en Cuba, y sin embargo vinieron aquí a morir como perros”, dijo el Che mientras observaba los cuerpos de Antonio y Arturo. Entre tantas preguntas que no hallaban interacción, la inquisición “¿Es usted cubano o argentino?” fue inmediatamente respondida: “Soy cubano, argentino, boliviano, peruano, ecuatoriano, etcétera. Usted me entiende”. Además, ante la consulta del por qué del intento de librar una guerrilla en Bolivia, este agregó: “¿No ve el estado en que viven los campesinos? Son casi salvajes, viven en un estado de pobreza que deprime el corazón, tienen un solo cuarto donde dormir y cocinar, nada de ropa, abandonados como animales…”. Ante el enunciado, Selich retrucó: “Lo mismo que en Cuba”. “No, eso no es verdad. No niego que en Cuba todavía existe pobreza, pero los campesinos allá tienen la ilusión de progresar mientras que el boliviano vive sin esperanzas. Así como nace, muere sin ver mejoras en su condición humana”, se explayó Guevara.

Luego de estas y otras palabras, era el turno de Rodríguez. El Che no admitió interrogatorio alguno, pero aceptó intercambiar opiniones. Apenas comenzaron a hablar, notó en su acento que no era boliviano y cuando oyó su procedencia, completó el diálogo con un irónico “Ja”. Cosas del destino.

Antes de ser ejecutado, al Che se le ofreció dejar un mensaje y fue el siguiente: “Dígale a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América… y dígale a mi esposa que vuelva a casarse y trate de ser feliz”. Rodríguez contó, tiempo después, que luego del momento compartido y al presenciar su comportamiento ya no lo odiaba y hasta manifestó que lo abrazó. “Enfrentaba la muerte con coraje y dignidad”, dijo el agente, quien finalmente no sería el verdugo del Che. Incluso relató que intentó mantenerlo con vida, pero fue en vano.

Quien sí aceptó gustoso poner punto final a su historia fue Mario Terán, un soldado que deseaba vengar la muerte de tres compañeros. Cuando estuvo frente al Che, el argentino emitió sus últimas palabras: “Sé que viene a matarme. Dispare, cobarde. Solo va a matar a un hombre”. Luego de recibir disparos en los brazos y piernas, el cuerpo blandido del Che se retorció en el piso y, para no gritar, se mordió el antebrazo. La bala que puso punto final al ser humano y dio nacimiento a la leyenda provino de un fusil semiautomático que le perforó el tórax.

El 9 de octubre, aproximadamente a la 1 de la tarde, murió Ernesto Guevara de la Serna y nacía el mito con el rostro inmortalizado en la fotografía de Alberto Korda, el retrato más reproducido en la historia de la humanidad y que, donde quiera que se cometa una injusticia en cualquier parte del planeta, estará presente con la cabeza en alto y la mirada desafiante.

El Hombre Nuevo

Antes de ser ejecutado, el Che pidió ver a la maestra de la escuelita de La Higuera y, sorprendentemente para cualquier persona que se encuentre en la situación que lo aquejaba, este retó a la docente por el mal estado del lugar, la suciedad y por el error gramatical que se podía observar en el pizarrón y que le señaló desde el piso.

Jon Lee Anderson, colaborador del diario estadounidense The New Yorker y uno de los biógrafos más reconocidos del Che, comparte un emotivo resumen de su vida. “Su poderosa presencia que trasciende el tiempo y el espacio sigue viva en la imaginación popular. Siempre juvenil, valiente, implacable y desafiante, con esa mirada intensa e indignada, el Che ha desafiado a la muerte. Mientras sus amigos y camaradas más entrañables se marchitan con los años o sucumben al bienestar de una existencia que ya no da cabida a la Revolución, el Che permanece inalterable. Es inmortal porque otros lo quieren así, ejemplo solitario del Hombre Nuevo que vivió alguna vez y desafió a otros a seguirlo”.

Poco más de una semana más tarde del asesinato del Che, el 18 de octubre, Fidel encabezó uno de los velatorios más grandes jamás pensados y habló ante un millón de personas: “Si queremos un modelo de hombre, un modelo de hombre que no pertenece a este tiempo, un modelo de hombre que pertenece al futuro, ¡de corazón digo que ese modelo sin una sola mancha en su conducta, sin una sola mancha en su actitud, sin una sola mancha en su actuación, ese modelo es el Che!”.

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