Cometas Malva y Canela

A partir de esta semana, la plataforma de CINEAR suma a su catálogo dos películas que registran vidas trans por fuera de los márgenes de la corta esperanza de vida de 35 años. En nuestros paisajes cotidianos no encontramos vejeces trans por los motivos más tristes y, en ese contexto, Canela y Malva son como dos cometas que Cecilia del Valle y Carina Sama lograron capturar.

«Lo imposible se consigue en cuotas»

Malva vivía en un hogar de ancianos en la provincia de Buenos Aires y la vejez ya la estorbaba. Con 95 años, era una travesti que superaba por tres la vida trans promedio. Pero, además, su propia historia de casi un siglo daba cuenta de las etapas culturales que mantuvieron a las disidencias en la marginalidad y los pequeños progresos, hasta llegar a momentos históricos como la Ley de Matrimonio Igualitario. Malva fallece una semana antes de comenzar el rodaje de la película que Carina Sama quería hacer, y la directora se queda con un boceto de seis horas de entrevistas que podemos ver con el título «Con nombre de flor».

«Canela, solo se vive dos veces» de Cecilia del Valle sigue los pasos de esta otra mujer trans, esta vez de 60 años. Canela vivió una vida como Áyax, fue padre y, luego, a los 48 años se encuentra con su nueva identidad. Anda por Rosario con una camioneta anaranjada y se encuentra en un paréntesis de su vida en el que se debate entre intervenir quirúrgicamente su cuerpo para reasignar su género o no. «Lo imposible se consigue en cuotas» es un mural publicitario que aparece en esta película, y que condensa el camino trans que puede ser el de Canela, el de Malva o cualquier disidencia que tuvo que florecer de a poco.

“Esconder las raíces en la helada hasta que sea tiempo de despertar”

«¿Cómo te va?», pregunta Carina. «A mí como el culo, estoy tan adolorida», responde Malva. «¿Te gusta la vejez?», vuelve a preguntar. «No, la vejez es el final del conducto, me toca a mí ahora vivirlo. Tiene cosas buenas como el reconocimiento cuando te dan el asiento, que te digan abuela, que te traten con dulzura. La vejez no es mala, es pesarosa».

Malva pone en palabras el conflicto humano con la vejez, la contraposición de una mente joven y sus deseos contra un cuerpo que no responde, que pierde autonomía. En el caso de Canela, la edad no está abordada desde la misma perspectiva, pero sí se presenta, al igual que para Malva, como un factor que empieza a marcar la cancha, a plantear límites, frustraciones. A pesar de este carácter melancólico, ambas representan una lastimosa utopía para las disidencias: la de ser o proyectarse longevas en una actualidad en la que la expectativa de vida no alcanza los 40 años.

En la cárcel de Devoto es donde Malva recibe su nuevo nombre, una compañera de celda le dice: «Acá tenés que tener nombre de estrella de cine», a lo que ella, que usaba su nombre Octavio que figuraba en su Documento Nacional de Identidad (DNI), responde: «Yo soy un pobre maricón que lucha por vivir, qué estrella de cine», y luego de una votación entre las reclusas, surge «Malva» en honor a una planta que se hervía para atender las hemorroides. «A mí me encanta», dice en la película.

Canela, por su parte, se sienta al costado de la cama de su madre con una peluca y cuando esta le pregunta: «¿Qué es eso?», ella le contesta: «Soy yo», lo cual devino en un pequeño berrinche aparentemente de parte de su madre. Ambas configuran su vida con un despertar y un progreso que fue registrado por Carina y Cecilia con cariño, de forma minuciosa y con el carácter de un documento.