Cuando la agresión pide manifestarse

Asistimos a tiempos históricos y sociales donde la violencia y la agresión están más presentes que nunca. Vemos violencia en las calles, en las escuelas, distintos tipos de agresión en los ámbitos laborales, en las parejas y en las familias y, por supuesto, vemos que está muy de moda la autoagresión.
¿Qué nos sucede actualmente que manejamos tan mal nuestra agresión? ¿Qué podemos hacer para no agredir y para no ser agredidos? ¿Cómo podemos utilizar este poderoso quantum de energía para el bien?
El psicoanálisis determinó hace un siglo que la agresión es constitutiva del ser humano, es una energía absolutamente necesaria para su desarrollo pero debe estar bien canalizada. Podemos decir, a modo de ejemplo, que cuando nos lanzamos a enfrentar un desafío o a iniciar cualquier cosa nueva, estamos empleando energía de agresión en su buena forma.
Existen trabajos o profesiones que deben ejercer una clara cuota de agresión para ser ejecutados, por ejemplo la cirugía. Sin embargo, vemos que aquí la energía de agresión se ha puesto a funcionar bajo fines más elevados y, por tanto, permite ser canalizada de forma sana.
Podemos decir que cuando esta energía de agresión no es adecuadamente drenada o no es puesta al servicio de fines mas evolutivos, sale disparada en la peor forma, generando daño a uno mismo y al entorno. La agresión no canalizada es una fuerza descontrolada que no se puede metabolizar, que pide a gritos una descarga.
Podríamos poner como ejemplo un carro con caballos. Cuando los caballos se desbocan sabemos que pasaremos un mal momento, pero si la fuerza de los caballos es bien dirigida, sabemos que llegaremos a destino. En el mal manejo de la agresión el carro va con los caballos desbocados, se obnubila la consciencia y no hay registro de lo que está sucediendo. Es una fuerza involutiva porque nos quita la voluntad y el control de nuestros actos.
Cuando esta agresión no canalizada pide salir puede que la volquemos hacia fuera, generando distintos tipos de disturbios en el ambiente, o que la volquemos hacia nosotros mismos, creando distintos tipos de maltratos psicológicos (o incluso físicos) a nuestra propia persona.
La vuelta de la agresión contra la propia persona puede verse plasmada en circunstancias que van desde los boicots personales, un alto nivel de autocrítica destructiva, baja autoestima o complejo de inferioridad crónico, etcétera; a autoflagelaciones físicas, consumo de drogas, intentos de suicidio, exposición a situaciones de alto riesgo y más.
La agresión volcada en el entorno podemos verla en acción a través de malos tratos, contestaciones agresivas, soberbia, una falta de reconocimiento de los propios errores o en manifestaciones mas drásticas como golpes, amenazas, delincuencia, violencia psicológica crónica y demás ejemplos relacionados.
Todos tenemos a disposición un fuerte quantum de esta energía, lo que hacemos con ella depende de nosotros. Por algo se dice que el cielo y el infierno están a un solo paso de distancia, nosotros elegimos cómo expresar aquello que nos constituye. Por ello, es de suma importancia detectar cómo manejamos nuestra agresión y recurrir rápidamente a profesionales cuando aún estamos a tiempo de revertir el curso de las cosas.