Cumbre que dio que hablar

La 7° Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), celebrada en la ciudad de Buenos Aires el pasado martes 24 de enero, fue histórica por más de un motivo.

Por un lado, fue la primera vez que participaron delegaciones de los 33 países que la integran. También, la decisión tomada por el país anfitrión -la Argentina que preside Alberto Fernández- de no invitar al Secretario General de la Organización de Estados Americanos (OEA) fue inédita en una cumbre de este organismo, nacido en febrero de 2010. Por último, el flamante regreso de Brasil, de la mano del tercer mandato presidencial que encabeza Luiz Inácio Lula da Silva, que revierte así la decisión tomada por Jair Bolsonaro en enero de 2020 de abandonar la comunidad como parte de su política de desintegración regional.

La previa estuvo marcada por las idas y vueltas en torno a la posible asistencia del presidente de la República Bolivariana de Venezuela, Nicolás Maduro. Finalmente decidió no venir, denunciando “un plan de la derecha neofascista” para agredirlo. El macrismo se opuso en forma frontal a su llegada e, incluso, la presidenta del PRO, Patricia Bullrich, llegó a afirmar que le pediría a la DEA estadounidense (Drug Enforcement Administration) que lo detenga en caso de que pisara suelo argentino. Curioso, si se tiene en cuenta que, desde hace meses, y como consecuencia de los reacomodamientos geopolíticos provocados por la guerra ruso-ucraniana, Venezuela tiene un rol distinto a nivel internacional a partir de sus enormes reservas petrolíferas. Esa situación implicó, entre otras cosas, un encuentro con el presidente francés Emmanuel Macron y la reanudación de los vínculos comerciales con la compañía estadounidense Chevron.

Si bien no hubo avances decisivos en materia de anuncios de políticas públicas concretas, fue una cumbre que brindó una foto elocuente del estado actual del tablero político latinoamericano, donde, a diferencia de hace pocos años, predominan (nuevamente) gobiernos de centroizquierda, progresistas o como se los quiera llamar. Fue el debut, por ejemplo, del primer gobierno de ese corte en la historia de Colombia: el de Gustavo Petro y Francia Márquez.

Como no podía ser de otra manera, la crisis brutal que vive el Perú estuvo presente. Si bien no asistió la mandataria interina Dina Boluarte, sí lo hizo su canciller, Ana Cecilia Gervasi. Le tocó recibir las críticas frontales por la represión y las decenas de asesinatos, por parte de presidentes como el de Chile, Gabriel Boric, quien afirmó que “no podemos ser indiferentes cuando, hoy día, en nuestra hermana República del Perú, con el gobierno bajo el mando de Dina Boluarte, personas que salen a marchar a reclamar lo que consideran justo terminan baleadas por quien debiera defenderlas”.

Es imprescindible el contexto mundial en el cual se inscribió esta cumbre de la CELAC. Recientemente, la jefa del Comando Sur estadounidense se ocupó de dejarlo claro, al hablar de la abundancia de recursos que caracteriza a América Latina. No es para menos: las enormes fuentes de energía, alimentos, minerales o agua dulce, por mencionar algunos ejemplos, le dan una importancia extraordinaria a esta región del planeta. “El espíritu de solidaridad diario de cooperación en una región del tamaño y la importancia de América Latina y el Caribe no podría ser más actual y necesario”, afirmó Lula.

El gran dilema, sobre el cual aún no hay una respuesta clara, es si los países latinoamericanos podrán avanzar en un sendero conjunto de integración que les otorgue crecientes márgenes de autonomía estratégica en este nuevo mundo multipolar o si, por el contrario, se profundizará la dependencia con respecto a las potencias, y la esperanza de una mejora concreta en la calidad de vida de sus pueblos se perderá con el viento.