Dinero, ciencia y ficción

Aún sin fecha de estreno comercial en Argentina, recientemente proyectada en los festivales de cine de Sundance (Estados Unidos) y Berlín (Alemania), el cineasta Brandon Cronenberg presenta «Infinity Pool», una cinta de terror que responde al peso de portar semejante apellido: hijo de David Cronenberg, director y máximo referente del body horror («Videodrome», «The Fly» y su último film, «Crimes of the Future«, bastan para citarlo).

«Infinity Pool» relata las experiencias de James Foster (Alexander Skarsgard), quien viaja a la isla paradisíaca de La Tolqa en algún lugar remoto del mapa. Foster cuenta con un libro en su haber y se encuentra vacacionando con su pareja Em (Cleopatra Coleman) para encontrar inspiración y, al mismo tiempo, fortalecer el vínculo con su pareja, porque no atraviesan un buen momento. Allí, el autor conoce a Gabi Bauer (Mia Goth), quien se encuentra veraneando con un grupo de millonarios que invitan al protagonista a ser parte de sus peripecias.

Precisamente, en una noche de juerga en la isla se ven involucrados en un incidente y James descubre las crudas leyes del lugar: la venganza se encuentra dentro de las normas, un familiar de una víctima puede hacer justicia por mano propia. También se notifica que existe la posibilidad de comprar un clon para cerrar el círculo y permitir que el responsable (el duplicado, en este caso, sea ajusticiado). En este punto es donde Cronenberg se sumerge en lo más oscuro del morbo y la psiquis humana, y deforma la película con toques lisérgicos para plantear un escenario en el que el capitalismo adapta a su favor las reglas de juego.

El camino elegido por James Foster lo lleva a una escalada de violencia y juegos de poder del que no será nada fácil salir, la influencia de Gabi lo llevará a terrenos cada vez más peligrosos y hostiles, lo que decantará en perder toda noción de realidad y fantasía al punto tal de no saber quién es el clon, quién el original.

De esta manera, «Infinity Pool» reflexiona sobre cómo mentes perturbadas cruzan límites morales y las ideas libertarias, si se llevasen a cabo, promulgan la «ley de la selva», solo favorables al mejor postor.