El arte triunfa una vez más

«El arte triunfa una vez más» afirma Saul Tenser -nunca mejor dicho- en la piel de Viggo Mortensen, tras un diálogo con otro personaje que acaba de descubrir el fundamento de semejante concepto performático dado por él y su pareja «artística», la cautivante Caprice (Léa Seydoux).

En un futuro cercano, los seres humanos ya no sienten dolor, en lo que puede interpretarse como una mutación (una nueva para el mundo de David Cronenberg). Tal cambio, lo que provoca es una nueva manera de configurar los placeres, ante la ausencia de su opuesto, los sentimientos del disfrute ya no poseen la misma densidad. En consonancia con el grueso de la obra del director de ”Videodrome”, las apariencias son las que mantienen vivos a los personajes. Saul tanto como Caprice son un dúo artístico, pero también social ante los cambios presentados. Ella es una excirujana (una labor casi obsoleta en el mundo del relato) y él es el cuerpo -literalmente- de las performances, las cuales ofician como si fueran “happenings”.

En una suerte de instancia superior de una nueva vanguardia, el show consiste en la extirpación de órganos y tumores tatuados, sin ánimo de generar un shock, ambos pretenden establecer un nuevo paradigma que articula la mutación del cuerpo y una manifestación artística bajo una construcción de sentido. Mientras tanto, suceden en paralelo dos líneas argumentales: un flamante organismo del gobierno está interesado en lo que ambos hacen y, también, un asesinato de un niño que se alimentaba de plástico desata un vendaval de peligros posibles.

De regreso al mundo del horror del cuerpo, Cronenberg presenta una historia más que adosar a su corpus sobre el tema o, mejor dicho, un género prácticamente inventado por él. El cine, siempre preocupado por narrar con lupa en mano los conflictos actuales del mundo, en muchas oportunidades se ve abrumado por los datos, situaciones y cambios sobre la marcha. Es así que algunas películas envejecen, incluso, antes de estrenarse. No es posible aseverar que “Crímenes del futuro” tenga una vida plena y longeva con más visualizaciones, pero sí puede adjudicársele méritos acerca del abordaje y la perspectiva sobre los avances tecnológicos y sus consecuencias.

Desde la dirección de arte se percibe que el minimalismo y el tiempo no definido poseen un propósito: los adminículos, los accesorios y la tecnología que aparece en plano son de una época pasada. Lo que en definitiva importa es el concepto sobre los usos, ya que ahí está el «futuro». Se habla de software, de actualizaciones y de cierta modernidad, no obstante, lo que se ve en plano tiene el aspecto de desecho. El tratamiento fotográfico, en sintonía, maneja un repertorio que se parece más a una película de Pedro Costa que a la grandilocuencia del color estallado de muchas producciones actuales.

El sexo, otra de las temáticas recurrentes del canadiense, también tiene su giro narrativo y dramático. Cuando en «Crash: extraños placeres» la adrenalina y el peligro oficiaban de combustible para el goce, la exploración se erigía como una variable crucial para pensar el futuro. Siempre adelantado, Cronenberg se expuso al patear convenciones y conservadurismos durante casi más de medio siglo.

Es así, que en el sendero de Paul Verhoeven, por citar otro director contemporáneo a su obra e igual de retorcido, su nueva película no se repliega en lo conocido sino que se extiende a nuevos territorios, tan solo persiste el interés por ciertas ideas trabajadas. En términos de la propia película, su arte se actualizó y sigue en plan de goce y dolor.

«Crímenes del futuro» («Crimes of the Future») de David Cronenberg cuenta con las actuaciones de Viggo Mortensen, Léa Seydoux, Scott Speedman y Kristen Stewart.

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