El corazón late haciendo

Sábado por la noche. La ropa liviana y colorida de la primavera marca el rumbo hacia el tan esperado verano. La energía, como la postura corporal de los espectadores que hacen la fila, también es relajada en comparación a la cruel espera planteada en invierno. Esos momentos quedaron atrás, pero a la vanguardia estaban las ganas de presentarse y disfrutar del espectáculo «Hacer vivir un Corazón», escrita y dirigida por Leticia Coronel.

A decir verdad, todo estuvo en un marco perfecto para que el nombre de la obra haga honor. Incluso la locación, tan cerca del corazón, tan cerca de puntocero, ahí, en Villarroel 1.440, pleno barrio de Colegiales, donde las casas bajas casi que nos permiten una mejor vista de la Luna bajo el despejado cielo azul teñido de violeta. Así de emotiva empezaba la jornada laboral para todos. Como si fuera una obra del destino, las escaleras blancas indicaban el camino hacia el sentir. Estábamos listos, preparados. Queríamos sentir. Llegamos. La potencia del aire acondicionado parece haber borrado los atisbos de un diciembre nervioso callejero.

Nos acomodamos en el mejor luagar posible. Los intérpretes ya estaban en escena haciendo su trabajo. Un poco más de silencio por parte del verborrágico público hubiese sido más que perfecto pero, de a poco, comprendió el código. Logramos abstraernos de eso y focalizarnos en la precisión de los movimientos de los artistas. De inmediato llega el sentir. Una mirada de rayo láser se dispara hacia la exactitud de la caricia instintiva del rostro de un actor hacia el hombro de su compañero. Ahí se entendió todo. A los veinte segundos. Era lo único que había que hacer. Sentir. Lo sigue siendo. Y lo siguió siendo en toda la performance. Todos los personajes sienten: perdón, olvido, insatisfacción, miedo, fragilidad e inmadurez. Lo notable es que más que un guion pareciera una operación a corazón abierto de emociones. Por un momento, todo el público se convierte en una especie de amigo íntimo que tiene la ventaja de escuchar a su par abrirse. Es más, para un espectador entrenado, era muy fácil observar qué partes de lo que decían pertenecían a su vida íntima.

Espero que el lector pueda perdonarme esta licencia que me tomaré al sugerir que la producción incluya un holter para cada espectador. Agradezco que mi ubicación haya sido sobre un lateral al lado de la pared que, de a ratos, oficializó de contención ante tantas historias. «No apto para sensibles» sería la leyenda de la obra. Resulta que uno llega enterito y luego estos seis personajes se ocupan de que recuerdes alguno de tus miedos, olvidos, insatisfacciones, fragilidades, etcétera. Porque todos las tenemos. No saldrás del mismo modo que entraste. Te irás movilizado. Sí. Alert spoiler. Es que los buenos espectáculos tienen eso, el beneficio de salir transformado.

Mucha emoción, pero nada se dijo aún de la puesta en escena, pues minimalista. Después de todo, lo importante es el sentir. Siempre. Así que todo se redujo a sillas. Una guitarra, una caja. Y un excelente equipo técnico de luces y sonido que hicieron que el sentir sea altamente potenciado. Un lujo.

Podés ver esta maravilla performática en el espacio Fundación Cazadores, ubicado en Villarroel 1.440, Colegiales, los días viernes y sábados a las 21 horas. Las entradas se obtienen a través de alternativateatral.