El fin del amor: pop, egotismo y feminismo

En la plataforma de streaming Amazon Prime Video se puede encontrar la serie «El fin del amor», basada en la novela homónima de Tamara Tenenbaum quien, además, anunciaba en el título la encrucijada de su premisa: «querer y coger en el Siglo XXI». De esta manera, entramos en la historia de una joven con dilemas contemporáneos respecto del amor romántico, el compromiso, las tradiciones y muchas cosas más. La serie fue escrita por Tenenbaum con Erika Halvorsen y dirigida por Constanza Novick, Leticia Dolera y Daniel Barone.

Esta joven interpretada por Lali Espósito se llama Tamara Tenenbaum y se trata de una periodista y docente de Filosofía reconocida por sus columnas en radio y sus artículos en alguna publicación digital. Tamara mantiene una relación de convivencia en monogamia, pero un encuentro con una amiga del pasado y una invitación a un casamiento judío marcan un momento de revelación confusa. Este impulso la lleva, por un lado, a separarse de su novio y, por otro, a reconectar con la tradición religiosa que había dejado muy atrás en el pasado.

A la hora de sentarse a pensar «El fin del amor» para tratar de hacer un análisis integral, aparece la intriga sobre por dónde empezar. En este texto, la idea es intentar seguir un orden según la jerarquía de los abordajes que, entiendo, propone la misma serie. Entonces, comenzar por los aspectos que predominan en su repertorio temático y en sus recursos formales.

Mirarse a sí misma

En este sentido, con lo primero que uno se encuentra al entrar en la serie es la presentación del alter ego de la autora. Que el personaje se llame Tamara Tenenbaum y su perfil esté cargado de literalidades autobiográficas habilita el desarrollo de este punto. Muchos autores y autoras encuentran en la ficción la posibilidad de mirarse desde otra perspectiva o revelar su intimidad: Leonardo Favio, Clarisa Navas, Francois Truffaut, Ana García Blaya. La distinción de «El fin del amor» es que en esta mirada se traslucen artificios propios de un ego que se interpone a la posibilidad de una reflexión más profunda.

El hecho de que la gente en los bares hable sobre las columnas de Tamara Tenenbaum y que, además, siempre sea desde la admiración es un detalle entre otros que evidencia el colchón sobre el cual reposa la construcción de la diégesis: el punto de conflicto parece presentarse como «desde afuera todos me ven como la feminista perfecta, pero mi secreto son mis contradicciones». El padre de su amiga la admira más a ella que a su propia hija, donde vaya la reconocen por su cara o su nombre, sus amigas la llaman «referente». Que en la trama no aparezcan otras opiniones respecto de su trabajo y que los personajes que la subestiman sean presentados como machistas recalcitrantes y anticuados habla, como todo lo otro, de su mirada sobre sí misma, sobre su popularidad y su repercusión.

Pero esto no es un problema en sí mismo, por más cómico que pueda resultar, el problema a mi parecer está en que esta autopercepción está por delante de la historia, la trama, el conflicto. Esta característica resulta en una recopilación anecdotaria que se antepone al objetivo narrativo de presentar un conflicto y desarrollarlo, y se siente más como un capricho.

Repertorio temático

Los grandes temas de la serie son los de un circuito generacional y social determinado que vive su vida bajo una reflexión constante. Los conflictos centrales rondan sobre la llamada «responsabilidad afectiva» y el feminismo.

Pero qué pasa con la forma en la que se vuelcan estos temas: la característica aquí es que los temas están en boca de todos, la reflexión es en voz alta. Cada palabra es calculada con cuidado, no hay lugar a furcios ni fallidos, cada diálogo manifiesta el conflicto o la evolución del personaje y queda poco lugar al desarrollo mediante recursos visuales o dramáticos.

Vale destacar que es uno de los pocos contenidos audiovisuales en los que diversidad sexual y de identidad está representada con amplitud. Esta es una decisión importante para empezar a ver dispositivos narrativos que naturalicen la existencia de disidencias sin enmarcarlas en lugares comunes donde se las victimice o se las circunscriba a la repetición de un mismo estigma.

La forma

En cuanto a los procedimientos de esta serie, podemos englobar algunos grandes puntos: los diálogos, la estética y alguna intertextualidad posible. De lo mencionado en párrafos previos sobre el nulo lugar al fallido humano, el milimétrico cálculo de las palabras y los turnos de diálogo, podemos desprender un resultado poco orgánico en la interacción de los personajes que suponen mucha cercanía y confianza.

En la misma línea de lo calculado y cuidado está la puesta en escena, colorida y limpia, volcada a una estética pop que podemos relacionar con algunos contenidos juveniles que producen las plataformas: «Sky Rojo» (Netflix), «Euphoria» (HBO Max) y «Élite» (Netflix), por ejemplo. Mientras que, por el lado de la forma narrativa, podemos trazar una línea con «Sex and the City».

Aunque de forma aggiornada, está presente esta idea del grupo de amigas con diversos conflictos amorosos y se asemeja aún más si añadimos que la protagonista vuelca sus reflexiones en la escritura, que se escuchan como una voz en off que elabora pensamientos mediante metáforas y formas literarias.

En síntesis, «El fin del amor» se constituye como una resultante más de la «máquina de hacer chorizos» de las plataformas en tanto a lo que apuntar al target adolescente/juvenil se refiere. Comparte con sus contemporáneas esta pretensión de importancia y profundidad mayor a la que concreta.