«La Casa», cine de guerrilla

Jorge Olguín nació en Santiago de Chile y es referente del género fantástico para el cine de su país. En el 34° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata hay una sección llamada «Las venas abiertas», que contiene varios títulos que podrían asociarse con dispositivos de resistencia para cada contexto.

En este marco encontramos cuatro películas, tres son argentinas y una viene desde Chile. Y esa es «La Casa» de Jorge Olguín. Una de las primeras cosas que mencionó el director en la presentación es que lo que íbamos a ver era la copia que «pudieron traer», porque la productora fue detenida en el aeropuerto y, entonces, se disculpaba porque había algunos detalles en los créditos finales propios de lo que no era una copia final. También expresó que esta es «la película más de guerrilla que he hecho».

«La casa» transcurre en 1986, durante la dictadura militar en Chile. Debido a las denuncias de unos vecinos que afirman haber visto gente sospechosa en su interior, el carabinero Arriagada deberá inspeccionar la Casona Dubois, en la comuna de Quinta Normal en Santiago, que está abandonada y, supuestamente, maldita.

El disparador es sencillo y el desarrollo despliega pocos elementos pero que son claves para aprovechar todas las posibilidades del género de terror. Por un lado, una locación con mito propio en la vida real y que para la película funciona como «La Casa Usher». Gabriel Cañas interpreta a este carabinero casi solo frente a la cámara durante toda la película. El sonido que, en este caso, tiene un peso proporcionalmente mayor incluso al de la imagen para crear climas insoportables desde el minuto uno. Y un monstruo que es perfecto.

Este tablero de pocas piezas incorpora, a medida que avanza, una dimensión que radicaliza la noción de terror del film entero. Cuando Olguín habla de «película de guerrilla» se refiere a una que hace protagonista a su contexto histórico que es 1986 y también es hoy. Para cuando «La Casa» concluye, el clima es terrible y no importa ni un poco que a los créditos finales le falten letras.

«La Casa» es arrolladora como experiencia cinematográfica e indispensable como discurso político.

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