Lugares míticos

El Olimpo
La fantástica morada de los dioses, lugar bello si los hay, está en la imaginación de los mortales, lo que potencia su hermosura. Olimpo significa “no hay lugar” como una analogía de “si lo buscás jamás lo vas a encontrar” porque, por lo menos en este plano físico, no existe. Cuenta la mitología que lo cubre un aura dorada (no podía ser menos) y que en este lugar es donde se deciden los fallos más importantes para los humanos y hasta para los mismos dioses.
Quien construyó este mítico lugar fue Hefestos o Vulcano, el dios del fuego y de la forja. En una nota anterior ya te había contado qué representaba este dios y con quién se había casado.
Además de ser la morada de los olímpicos, fue también preparado para asambleas y para banquetes que, especialmente Zeus, no se privaba de dar. En estas ocasiones siempre estaba acompañado de la diosa Hebe para que ella misma sirviera los néctares necesarios para que todos sintieran la eterna juventud.
Mientras los dioses disfrutaban de sus palacios siempre había música de fondo que tocaba Apolo con su cítara y las nueve musas interpretaban canciones que eran tan dulces y armoniosas que ningún oído humano toleraría semejante armonía.
Pero no todo era color de rosa, ya que el Olimpo representaba, al igual que en una sociedad, una comunidad donde la intriga y las discrepancias también convivían.
Haber sido Zeus me imagino que no debe ser fácil, especialmente cuando él mismo eligió, por haber tomado en sus manos el emprendimiento de sacar a sus hermanos del vientre de Saturno, ser el señor de los mundos.
El Tártaro
Los griegos tenían muy bien estructurado y armado el universo, porque así como existía el Olimpo, también en las profundidades existía el averno, el Tártaro, el infierno. Sus tierras eran oscuras y abismales. El señor de estos mundos era Hades y quien cuidaba como un guardián temeroso (no solo por su carácter sino por su aspecto físico) dicho lugar era el Cancerbero. Perro malvado de tres cabezas que, con sus aullidos, mantenía a todos en el lugar que les correspondía. Era además la mascota de Hades, y quien podía navegar las aguas sin ningún tipo de restricción era Caronte con su barca, ya que traía al mundo de los muertos los seres que Marte (dios de la Guerra) contaba como trofeos para dárselos a Hades.
Solo algunos héroes han podido transitar por este mundo repleto de escondites y guaridas sin ser dañados, pero las pruebas son terribles siempre que se toca el umbral de Plutón. Y es muy difícil salir ileso de estos empantanados ríos que lo circundan.
Es tan espantoso que los mismos titanes fueron desterrados a este lugar cuando Zeus ganó la batalla y se repartió los mundos.
En el Tártaro, además de Hades vivía la guerra (que siempre se la pasaba chorreando sangre), la miseria que iba vestida con harapos, los traidores y mentirosos, los avarientos, pero también estaban los gobernantes y reyes que habían llevado a sus países a pasar por penurias innecesarias por el afán de poder (esto me recuerda a los Nazgûl, los espectros del anillo de poder del libro “El Señor de los Anillos” que buscaban a Frodo para sacarle el que portaba y que fueron, en un tiempo muy lejano, hombres con poderes de reyes hoy convertidos en ánimas).
“Aquellos que usaron los nueve anillos fueron poderosos en sus días, reyes, magos y guerreros de antaño. Obtuvieron gloria y riqueza, pero se convirtieron en desgracia. Tuvieron, como parecía, vida eterna, pero la vida se volvió demasiado eterna para ellos. Podían caminar, si querían, invisibles ante todos los ojos bajo el sol, y podían ver cosas invisibles para los hombres mortales; pero a menudo contemplaban solo los fantasmas e ilusiones de Sauron. Y uno por uno, tarde o temprano, de acuerdo a su fuerza natural y a lo bueno o malo de sus actos en el comienzo, cayeron bajo la esclavitud del anillo que llevaban y el dominio del Anillo
Único de Sauron. Se volvieron para siempre los protectores invisibles del Dueño del Anillo Único, y entraron al reino de las sombras. Fueron los Nazgûl, los Espectros del Anillo, los sirvientes más terribles del enemigo; la oscuridad los seguía, y clamaban con las voces de la muerte”, expresa un extracto de “El Silmarillion”.
Los Campos Elíseos
Este es el lugar más hermoso que un humano podía pretender, ya que los griegos creían que es el espacio donde nos establecemos después de la vida.
Con apariencia de un Edén, con árboles frutales, llenos de praderas, donde nada hace falta hacer porque todo está al alcance de la mano, donde uno puede hacer lo que más desee en vida y en forma natural eso está dado. Por ejemplo: si te gustaba cantar, bailar, aprender sobre el universo, investigar, viajar, pintar, escribir, todo era facilitado para que, de una manera natural, uno pudiera disfrutar de eso que quería aprender o perfeccionar.
Aquí es donde se establece la eterna felicidad, donde no hay pasado ni futuro, siempre se vive un eterno presente y solo Céfiro (personificación del viento benigno) inunda a veces con su suave brisa.
Para hacerte una idea sobre los Campos Elíseos te recomiendo que veas imágenes de Rivendel, la tierra de los elfos, un lugar que resulta ser muy parecido.