Perdónalos, Lee Unkrich…

Hace algunos años, en 2018, se estrenaba «Coco» en nuestro país. Dirigida por Lee Unkrich, que ya lo había hecho con «Buscando a Nemo», «Monsters Inc.», «Toy Story 2» y «Toy Story 3», aplicó la fórmula histórica de Pixar y añadió la cultura mexicana como premisa renovadora. «Luca», el más reciente estreno que se puede ver en la plataforma de Disney+, toma mucho de lo hecho por Unkrich pero con el espíritu vago de un compañero que estudió de memoria sin entender lo que leyó.

Lo que se repite en el sistema de Pixar Animation Studios es la elección de un personaje que va a encarnar un conflicto de índole humano (celos, miedo a lo desconocido, diferencias con la familia, etcétera) a través de una aventura. Podríamos ejemplificar con Woody («Toy Story») que pasa por casi todos, como la inseguridad, el miedo a ser reemplazado, la dificultad para cerrar etapas, peleas con amistades, egoísmo, la presión de sentirse líder y responsable por el resto, y hasta la tristeza por el desapego de sus seres queridos. Es en esta aventura donde se le presentan oportunidades para resolver o aceptar las adversidades.

Los personajes se equivocan y tienen la oportunidad de reconocer sus errores como también de descubrir sus virtudes, y para esta altura seguramente nos encontramos en el clímax de la estructura narrativa que parece manejar nuestra emocionalidad como si fuera un interruptor que dice «llorar: activado». Y es que, mientras la línea argumental principal se nutre de un componente humorístico muy fuerte, la subtrama se encarga del desarrollo emocional y sensible. Luego, en el desenlace, ambas se articulan necesariamente para construir «la gran enseñanza» que se proponen transmitir con cada historia. No importa cuántas veces lo vimos, no importa cuánto conozcamos el sistema, mantiene la efectividad.

Pero mencionamos a «Coco» en el comienzo porque, justamente, el mantener la efectividad también es un trabajo de renovación de premisas que se inserten a las últimas dinámicas sociales. Si bien hay cuestiones universalizables históricas que se atienden desde las comedias y las tragedias griegas, también surgen nuevas perspectivas e inquietudes particulares. Lee Unkrich incorporó en «Coco» la relación de las nuevas generaciones con las tradiciones y la visibilización de una cultura «por fuera» de la dominante norteamericana, aunque también como una forma de reconocer la mixtura en ese territorio. Usó una fecha específica como es el Día de Muertos, una mezcla entre el inglés y expresiones mexicanas en su idioma original, fisionomías acordes a la región representada y lo mismo con la creación de espacios.

«Luca», dirigida por Enrico Casarosa (este es su debut en la dirección de un largometraje), se ubica en la Riviera italiana. Conocemos en los primeros minutos una vida subacuática con monstruos marinos entre los cuales se encuentra el joven Luca (Jacob Tremblay) quien, por supuesto, contra toda regla impuesta por su familia e impulsado por su nuevo amigo Alberto (Jack Dylan Grazer) sale a la superficie para descubrir un mundo nuevo.

Una vez en contacto con el aire su cuerpo cambia y deja de ser un monstruo marino para asemejarse a los humanos. Estos amigos pasan los días entre juegos y sueños de tener una moto Vespa que los lleve libres por el mundo, hasta que un día aprovechan su camuflaje para acercarse al pueblo costero de Porto Rosso en busca de una aventura. Aquí es donde la película comienza a dispersarse, las líneas argumentales comienzan a competir entre sí por el protagonismo y, por momentos, se abandona el conflicto principal por completo para atender otros asuntos, como si le fuera imposible a Casarosa lograr que la historia forme una unidad homogénea, pone en pausa algunos asuntos mientras atiende otros y luego, cuando todos los conflictos dominaron la película, comienza a cerrarlos a los tumbos salteándose la mitad del segundo acto para ir directo a la resolución.

El choque de identidades es uno de los temas más desaprovechados junto con el miedo interno del protagonista, opacados paradójicamente por un manto de colores brillantes y una destreza visual al servicio de la nada misma y como distractora de la tibieza discursiva. Algunos guiños a las disidencias sexuales acá y allá perdidos entre los mismos tres o cuatro chistes que se repiten una y otra vez enfocados en la exageración del imaginario italiano for export: la pasta, la focaccia y los personajes que gritan todo el tiempo cosas como «mamma mía» o «santa mozzarella», ni siquiera allí un mínimo gesto de inteligencia.