Productos de la sociedad

«El hombre nace bueno y la sociedad lo corrompe» manifestaba Jean-Jacques Rousseau. Esta es una frase de su obra «El Contrato Social». La cita alude a que el hombre es producto de la sociedad y cada individuo, cuando nace, carece de una estructura de pensamiento moral o social, y este debe captar las normas sociales que cada «pueblo» tiene e, incluso, una específica manera de pensar.
También el Estado y sus instituciones se apoderan de los conceptos morales y éticos, manejándolas a su antojo e imponiéndoselas a los individuos. Por lo tanto, el individuo no nace ya con una personalidad o moralidad: las adquiere a medida que se va adentrando en la sociedad y va adquiriendo los modelos sociales que esta le impone, dejando el estado de «pureza» que tenía al nacer.

Seres inocentes

Cuando somos niños, con alegría descubrimos el mundo mediante nuestros sentidos y el estar desnudo no es sinónimo de vergüenza, ya que no somos conscientes de que exhibir nuestros genitales sea señalado por la sociedad. Muchos niños aprenden esto de la voz de los padres, que reprenden este acto. Con el tiempo la curiosidad llega a nuestra vida y el deseo de obtener respuestas se apodera de nuestra infancia.
Captamos nuestro yo como algo definido y demarcado, especialmente del exterior, porque su límite interno se continúa con el ello. El lactante no tiene tal demarcación. Empieza a demarcarse del exterior como yo-placiente, diferenciándose del objeto displacentero que quedará «fuera» de él. Originalmente, el yo lo incluía todo, pero cuando se separa o distingue del mundo exterior, el yo termina siendo un residuo atrofiado del sentimiento de ser uno con el universo antes indicado. Es lícito pensar que en la esfera de lo psíquico, aquel sentimiento pretérito pueda conservarse en la adultez.
A tal sentimiento Sigmund Freud le denomina oceánico. Sin embargo, dicho sentimiento oceánico está más vinculado con el narcisismo ilimitado que con el sentimiento religioso. Este último deriva, en realidad, del desamparo infantil y la nostalgia por el padre que dicho desamparo suscitaba.

En busca del sentido de la vida

La religión busca responder al sentido de la vida y, por otro lado, el hombre busca el placer y la evitación del displacer, cosas irrealizables en su plenitud. Es así que el hombre rebaja sus pretensiones de felicidad aunque busca otras posibilidades, como el hedonismo tomada como doctrina ética que identifica el bien con el placer, especialmente con el placer sensorial e inmediato y el estoicismo, según la cual el bien no está en los objetos externos sino en la sabiduría y dominio del alma, que permite liberarse de las pasiones y deseos que perturban la vida.
Sin embargo, Freud asegura que la humanidad tiende a aplicar falsos raseros como el poder, éxito y riqueza, siendo lo que pretenden para sí y lo que admiran de otros, menospreciando los verdaderos valores de la vida. Un ejemplo que aquí cabe señalar es la problemática social que el hombre posee por la visión de superficialidad, divagar con poseer riquezas materiales y luego sentirse vacío, ya que en lo material no está la felicidad.

La cultura restringe

Causa dolor en el hombre sentir que no se puede controlar lo que está fuera de este, pero con este sentimiento se da el primer paso para instaurar el principio de realidad, destinado a gobernar el desarrollo posterior de nuestro ser.
Tres son las fuentes del sufrimiento humano: el poder de la naturaleza, la caducidad de nuestro cuerpo, y nuestra insuficiencia para regular nuestras relaciones sociales. La cultura es la suma de producciones que nos diferencian de los animales, y que sirve a dos fines: proteger al hombre de la naturaleza y regular sus mutuas relaciones sociales. Para esto último el hombre debió pasar del poderío de una sola voluntad tirana al poder de todos, al poder de la comunidad, es decir que todos debieron sacrificar algo de sus instintos: la cultura los restringió.
Asimismo, Freud advierte en sus escritos una analogía entre el proceso cultural y la normal evolución libidinal del individuo: en ambos casos los instintos pueden seguir tres caminos: se subliman (arte), se consuman para procurar placer o se frustran. De este último caso deriva la hostilidad hacia la cultura. Además, afirma que la génesis de los sentimientos de culpabilidad están en las tendencias agresivas. Al impedir la satisfacción erótica, volvemos la agresión hacia esa persona que prohíbe, y esta agresión es canalizada hacia el súper yo, de donde emanan los sentimientos de culpabilidad. También hay un súper yo cultural que establece rígidos ideales.
De esta manera, el destino de la especie humana depende de hasta qué punto la cultura podrá hacer frente a la agresividad humana, y aquí debería jugar un papel decisivo el Eros, la tendencia opuesta.