Teatro is not dead

Hace 24 años pusieron por primera vez cable en mi casa. Fue un día muy emocionante. Aburrida de los programas que daban en los canales de aire y con la intriga de saber qué es lo que veían mis amigos, una tarde en la que creo que se celebraba un cumpleaños en mi casa, pues estaban mis tíos y mis primos, apareció el cable. Sentada en un sillón escocés rojo, vi un capítulo de «Los Supersónicos». Ese famoso dibujo animado que daban en Cartoon Network parecía una locura de un futuro lejano, donde las personas usaban trajes raros y tenían a un robot que les limpiaba la casa, todo era muy aséptico y se comunicaban a través de pantallas.

¿Hoy estamos en ese futuro?

Creo que ya llegó hace bastante tiempo. Desde hace años el celular tomó nuestras vidas. Primero con el mensaje de texto, luego con WhatsApp. La videollamada no es algo nuevo y las redes sociales muchísimo menos. Ya muchos pensadores advertían sobre la idea de que la imagen en las redes es una forma de estar en el mundo. La hiperconectividad fue muy criticada: sí nos aliena, nos aleja, nos vuelve individualistas, nos bloquea el cuerpo. Posturas con las que estoy de acuerdo, pero fue la llegada de una pandemia la que nos obliga a reivindicar y a repensar el uso de la tecnología y en nuevas formas de encuentros. Hoy en día, sin posibilidad de encontrarnos y de tocarnos, como seres sociales no tenemos otra opción que hacerlo con las personas que queremos a través de una pantalla. El poder ver a esa persona y reconocerle nos tranquiliza y nos demuestra que siguen ahí y que nosotros también seguimos existiendo. Inevitablemente, la tecnología trastoca el tiempo y el espacio, distorsionando el presente.

¿Y qué pasa con el teatro, un arte que tiene que ver significativamente con el aquí y ahora y con el encuentro entre cuerpos? Transformación, mutación o la palabra que más te guste. El teatro es un reflejo de la sociedad y, así como esta fue cambiando a lo largo de los siglos, el teatro acompaña indiscutiblemente ese proceso.

En estos días estuve leyendo muchas notas sobre la muerte del teatro, ya que el teatro es cuerpo y de acá a mucho tiempo nos será imposible volver a encontrarnos de la forma en la que lo hacíamos. Dudo que podamos actuar con la misma cercanía e, incluso, que los espectadores quieran exponerse a ingresar a una pequeña sala de teatro y sentarse junto a otro desconocido a ver una obra. La quietud y el silencio de estos días me hizo reflexionar sobre esta situación.

Cuando la cuarentena comenzó, ingenuamente pensaba que en unos pocos meses todo volvería a la «normalidad» y que me encontraría presentando una obra y haciendo una insistente convocatoria por redes sociales a todos mis amigos y conocidos para que, por favor, me vengan a ver, prometiendo que pasarían un momento diferente y agradable. En general, la lucha por llevar espectadores es una constante en el teatro. Competimos con programas como ver una temporada completa durante toda una noche por Netflix o estar viendo durante horas las vidas de otros por Instagram. No creo que sea algo nuevo la elección y, en este caso, la obligación de los espectadores de quedarse en sus casas antes que ir al teatro o realizar cualquier actividad cultural. Considero que como activistas del teatro, ya teníamos esto presente y que ya nos encontrábamos actuando al respecto. Lo efímero y la sensación de exclusividad de las redes ya hicieron surgir miles de ciclos de obras cortas, obras para una persona, experiencias teatrales por WhatsApp, etcétera. Dudo profundamente que esta situación nos mate. El teatro es un actor social más y, mientras haya personas en el mundo, seguirá habiendo teatro.

Por un virus macabro tenemos que quedarnos en nuestras casas por obligación y profundizar los encuentros virtuales que ya se venían dando. A los teatreros les digo: seamos creativos y usemos las herramientas a nuestro favor, ya que estamos frente a un nuevo, o no tan nuevo, paradigma.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Dolores Pérez Demaría.