Sólida ópera prima sobre desintegración social

«Una Casa con Dos Perros», ópera prima de Matías Ferreyra. sitúa la acción en el año 2001, con una familia que debe trasladarse a la casa de la madre de la mujer porque no disponen de vivienda.

Los entrecruzamientos y tensiones de este grupo familiar son seguidos con sutil observación por la cámara de Ferreyra, que va delineando la desestructuración de este entorno (la asociación política es evidente) que contiene a estos seres desvalidos que terminan haciendo lo que pueden.

Todo ello es escrutado con los ojos del pequeño Manuel (Simón Boquite Bernal), que asiste silencioso a esta desesperanza cotidiana, a esta pérdida gradual de la identidad humana en tiempos de opresión.

El film, además, bucea en lo que se percibe como distinto, lo que no encaja en el sistema, que llevado a gran escala, es la representación de lo que sucede en el país en el tiempo elegido para instalar la acción.

Hay dos almas muy especiales en el film: la abuela y uno de sus nietos, que serán valorados como la «loca» y el «rarito», solo porque no siguen el mandato social al pie de la letra: ambos podrán ver y sentir presencias que, para el resto, pasarán desapercibidas.

Hay mucho del universo marteliano puesto en esta bella película, los silencios, las siestas, los sonidos excelentemente trabajados, las pausas, los simbolismos, el deseo masculino y femenino.

El elenco bien prolijo, en asombrosa sintonía actoral, se desenvuelve con acierto y comodidad en esta especie de casa tomada.

«Una Casa…» resuena como un film sobre la búsqueda, la de la pertenencia social y también la propia, la que abriga la esperanza de dialogar y aceptar los fantasmas internos.