Doce meses, 52 semanas, 365 días, 8.760 horas. No es una cifra para impresionar sino para recordar que un año también se mide por lo que leímos, por las historias que nos pegaron, por las preguntas que nos obligaron a mirar de nuevo aquello que creíamos entender.
La literatura, a fin de cuentas, es también una herramienta para medir el tiempo como dijo, de alguna manera, Mariana Enríquez en una reciente entrevista: «La literatura sirve para que tomemos conciencia de que el tiempo es lento (…) para que una hora, sea una hora».
En épocas en donde el contenido se asimila de a fragmentos, donde nos inundan las ficciones en diferentes formatos masticados, comprometerse con la lectura es un acto político, rebelde y necesario. Por eso, decidí seleccionar doce obras leídas o releídas a lo largo del año que me permito compartir en esta breve (o no tan breve) nota.
Y en estas doce obras -diversas, incómodas, potentes- hay una radiografía posible del mundo y de quienes lo habitamos: hijxs, madres y padres, sobrevivientes, amistades rotas, comunidades que se caen y otras que se rehacen.
1° «Rompepistas», Kiko Amat
En «Rompepistas», la deriva punk y juvenil de la periferia catalana funciona como un espejo de la clase trabajadora que crece sin promesas. Amistad, identidad, roles familiares y violencia social en un relato donde la música no salva, pero nombra lo que nadie quiere decir. Un retrato de un grupo generacional sin refugio más que el ruido.
2° «El hombre en el castillo», Philip K. Dick
En este clásico de la ucronía, Dick imagina un mundo donde el Eje ganó la Segunda Guerra. Pero su verdadero golpe no es político: es metafísico. ¿Qué es real? ¿Qué aceptamos como verdad? El fascismo no aparece como una fuerza distante sino como una normalidad cotidiana, un orden tan instalado que cuesta detectarlo. Una novela sobre el poder como aparato de distorsión.
3° «El cuerpo de Viviana», Grimanesa Lázaro
Lázaro explora el crimen, la violencia y el silencio estructural que rodea a las víctimas a través de sus cuerpos. Con una prosa seca y punzante, retrata cómo los cuerpos que se enferman, los silencios que pesan, las familias que se fracturan inauguran grietas. Un libro que incomoda porque expone lo que muchos prefieren mirar de reojo.
4° «Jurassic Park», Michael Crichton
Crichton plantea un ensayo disfrazado de thriller de ciencia ficción sobre la soberbia tecnológica y el capitalismo extractivo. La ciencia convertida en negocio, la vida como mercancía y la ilusión de que el control total es posible. En su ADN late una advertencia: la crisis no es el desastre natural, es la gente que cree poder administrarlo.
5° «Essex County», Jeff Lemire
Lemire captura la nostalgia rural canadiense con ojos de hijo que regresa a un pasado que nunca terminó de entender. Familias quebradas, silencios hereditarios y la pregunta eterna de por qué es tan difícil hablar con quienes más amamos. Un retrato del desamparo afectivo donde la ternura y la ausencia conviven en cada viñeta.
6° «La Carretera», Cormac McCarthy (y la adaptación de Manu Larcenet)
McCarthy escribe el fin del mundo como quien escribe un padre abrazando a su hijo. En «La carretera», el apocalipsis es moral: ¿qué humanidad queda cuando ya no hay sociedad? Larcenet, en su versión gráfica, no ilustra: traduce el dolor. Lo esencial es la relación padre-hijo como resistencia mínima, íntima, contra la barbarie. Implacable y brutal, descorazonado y crudo. Visceral.
7° «Dulces Tinieblas», Vehlman y Kerascoët
Una historia sobre niños aislados recreando una sociedad desde cero. Lo inquietante es la rapidez con la que repiten -y agravan- las lógicas del mundo adulto: jerarquías, violencia, manipulación. Una fábula oscura sobre la condición humana: incluso sin modelos, pareciera que sabemos reproducir monstruos.
8° «Love & Rockets», Hermanos Hernández
El corazón del cómic alternativo estadounidense. Amor, identidad, punk, comunidad latina en el sur de California. Los Hernández escriben y dibujan el barrio como organismo vivo: contradictorio, hermoso, lleno de cicatrices. La historieta muestra cómo crecemos con heridas antiguas, cómo construimos familia más allá de la sangre y cómo lo marginal puede convertirse en casa.
9° «La Perrera», Gustavo Barco
Barco retrata lo sórdido sin exageración. La violencia es estructural, la pobreza es condición, la crudeza es cotidiana. Una crónica de realismo brutal que habla sobre las fronteras invisibles que separan a quienes pueden elegir de quienes apenas pueden sobrevivir. Desde los márgenes también se puede escribir, recordar y reconstruir una realidad más amplia.
10° «La culpa la tuvo Charly García», Martín Ameconi
Ameconi convierte la figura del ídolo musical en excusa para hablar de paternidades fracturadas, herencias emocionales y la necesidad de encontrar nuevos padres simbólicos cuando los reales son corridos por uno mismo. El libro se mueve entre humor, melancolía y decepción, reconstruyendo cómo las figuras que idealizamos terminan obligándonos a crecer para volver al padre real, no como héroe sino como ser humano, y ahí radica su verdadera fuerza.
11. «Entre los rotos», Alaíde Ventura
Una novela luminosa sobre una historia oscura. Ventura observa la violencia familiar desde las grietas más íntimas: el silencio, la culpa, la vergüenza. Los personajes buscan reconstruirse desde los escombros afectivos, como si crecer implicara inventarse un linaje propio. Una obra que entiende que la reparación no borra el pasado, pero sí lo resignifica.
12. «La larga marcha», Stephen King (como Richard Bachman)
Una de las distopías más feroces de King. Un país convierte la competencia en espectáculo de muerte: caminar hasta caer. La competencia es individual, pero la condena es colectiva. Un retrato demoledor del sueño americano como máquina de rendimiento, sacrificio y obediencia. King expone la crueldad de un sistema que obliga a avanzar, incluso, cuando avanzar significa morir.
Estas doce lecturas no fueron solo historias: fueron diagnósticos. De sociedades que se derrumban, de familias que se rompen, de vínculos que buscan reconstruirse, de comunidades que se rebelan, de sistemas que oprimen, de identidades que se inventan a sí mismas. Y, sobre todo, de personas -reales o ficticias- intentando encontrar un lugar en mundo.
Leer es otra manera de medir el tiempo. Y en estas páginas, compartí un poco de mi recorrido durante este año. Una suerte de calendario incompleto, un rompecabezas que disfruté de armar con la ayuda y la presencia de muchos de ustedes, que quizás me leyeron, me escucharon, me contaron sus cosas, compartido sus vidas y, por supuesto, me inspiraron.
Artículo elaborado para puntocero por Martín Suviela.