Feminismo y estructuras de violencia

Se dijo mucho del feminismo, sobre todo, que aquellas que participamos activamente del movimiento nos pasamos «tres pueblos» en los momentos de mayor efervescencia social.

Algunos, inclusive, señalan que fueron víctimas del mismo movimiento. Ya leímos las declaraciones de Gustavo Cordera afirmando que «nunca antes en la historia de la humanidad se ha vivido una organización tan eficiente y coordinada para la persecución y la cancelación de una persona». Simplemente hay hombres que, lejos de reflexionar sobre la violencia simbólica que sus dichos ejercen, prefieren mantenerse en el espectro de víctima. Una «víctima» que solamente quería reproducir la violencia de un sistema social patriarca. Porque como muy bien sabemos, en las declaraciones de este estilo no hay un grito a la defensa propia en tanto persona jurídica, hay un grito a la defensa propia del lugar de dominación que creen que les corresponde en el campo simbólico patriarcal. Cordera fue víctima de no poder ejercer su poder.

Esta semana se volvió viral un trend entre compañías de estaciones de servicio donde dos hombres metían a una chica, a la cual calificaban de insoportable, en una bolsa de basura y la «despachaban» en una camioneta. En esta misma semana aparecieron tres chicas asesinadas, descuartizadas, cubiertas en bolsas de basura, en la localidad de Florencio Varela. La coincidencia temporal de ambos hechos nos pone en relieve la conexión entre lo simbólico y lo material. No son dos esferas separadas y dicotómicas. Lo simbólico es lo que permite la materialidad, la forma material de la existencia está atravesada por un moldeado simbólico. Los discursos, las palabras, el lenguaje, no van por separado de los hechos. El entendimiento de la realidad toda está mediada por lo discursivo. Por eso la importancia de la lucha por el lenguaje inclusivo. Por eso en una sociedad que parece ser gracioso que dos hombres metan en una bolsa a una chica y la arrojen al baúl de un auto, es que puede suceder que tres pibas de 15 y 20 años desaparezcan y sean víctimas de un femicidio brutal transmitido en vivo por una red social.

Algunos medios solo remarcan que las tres jóvenes eran prostitutas, dejando a entender que se lo merecían por putas. Son los argumentos de siempre que se reversionan: dónde estaba, a dónde iba, qué ropa usaba. Yo me pregunto, ¿cuánto castigo merece un cuerpo? Más bien, no es solo castigo. Es disciplinamiento. Es un acto de restauración de poder que alimenta el diferencial jerárquico entre géneros. En Argentina, cada 30 horas hay un femicidio.

Otros medios resaltan que fue una «venganza narco». Nueva manera de borrar la figura del femicidio. Si leemos rápido e ingenuamente, caemos en la trampa de que fue «un ajuste de cuentas» y, así, borramos toda estructura elemental patriarcal de violencia. Los medios no son los únicos. El presidente de la Nación, Javier Milei, ya sostuvo varias veces que los femicidios no existen. Su ministro de Justicia, Mariano Cúneo Libarona, directamente propuso eliminar la figura del Código Penal Argentino. A esto también se suma el cierre de varios programas destinados a la ayuda y protección de mujeres y diversidades, entre ellos el Programa Acompañar (brindaba un salario mínimo y ayuda psicosocial a víctimas de violencia), Programa Igualar (buscaba reducir brechas laborales de género), Menstruar (garantizaba el acceso a insumos de gestión menstrual). A su vez, la línea 144 recibió fuertes recortes presupuestarios, el Programa de Apoyo Urgente para familiares de víctimas de femicidios no entrega asistencia desde el año 2024 y hubo fuertes desfinanciamientos a programas de inclusión laboral travesti-trans.

Al patriarcado hay entenderlo de forma transversal. No es una forma de opresión única y segmentada sino que opera en relación a otros ordenes de desigualdad: clase, raza, etnia, género. Sin muchas vueltas, alguien trans, pobre, negra, va a ser mayormente oprimido que una mujer cis blanca de clase alta. De ahí radica la importancia de entender que hay cuerpos donde recae más el ajuste, donde recae más la vulnerabilidad y donde recae más el descarte. Como sostiene Judith Butler, en nuestras sociedades «no todos los cuerpos merecen ser llorados», hay vidas que socialmente se perciben como más valiosas que otras. Hay vidas que merecen sufrir las mayores desigualdades, sufrir el abandono total del Estado, y las máximas hostilidades de un capitalismo neoliberal individualista.

Morena, Lara y Brenda, además de ser tres pibas, eran de barrios vulnerables en los que la presencia del narcotráfico gana terreno en una sociedad cada vez más empobrecida, abandonada y liberada al odio, con mayores índices de desigualdad, desempleo y pobreza, producto de un plan político y económico que endeuda, ajusta y reprime mientras pocos se enriquecen con timba financiera.

Este sábado 27 de septiembre marchamos por ellas. Desde Plaza de Mayo a Congreso en una nueva movilización del Ni Una Menos. Porque nosotras sí nos lloramos y, desde ya, vivas nos queremos.

Artículo elaborado para puntocero por Azul García.