Finalizó la 40° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. El primero que depende enteramente de la gestión de Gabriel Lerman y Jorge Stamadianos, una dupla que se ganó pronto la antipatía del sector al afirmar que el festival estaba en un estado decadente y que ellos venían a hacerlo renacer.
Sin embargo, al momento de hacer balances, el discurso oficial parece haberse bifurcado: por un lado, las redes sociales sostienen que esta edición fue un «éxito rotundo» con salas repletas, ovaciones de pie y la confirmación de que el renacer del esplendor se hizo realidad. Por otro, el propio director artístico del festival y el presidente del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA), Gabriel Lerman y Carlos Pirovano, respectivamente, se muestran frustrados en entrevistas que dieron a medios locales de la ciudad balnearia.
Vestir a la ciudad
Reconocieron en Radio Brisas que hubo falencias y que faltó apoyo. Las entrevistas fueron en días diferentes, Lerman afirmó que están haciendo un festival de clase A sin un presupuesto acorde y ambos, cada uno por su parte, atribuyen parte de la responsabilidad a que la ciudad de Mar del Plata no se vistió para la ocasión: que faltaron carteles y «banderolas» alrededor del circuito de salas para que el marplatense se enterara que estaba sucediendo allí. Pero Pirovano agregó que eso corre por cuenta de la Municipalidad y de la Provincia de Buenos Aires, es decir, quiere que eso lo absorba el Estado.
El diagnóstico es curioso, porque elude factores que cualquiera que frecuente el festival podía darse cuenta de que iban a perjudicarlo: el alto valor de las entradas, por ejemplo. Tradicionalmente, los espectadores intentan ver entre tres y cinco películas por jornada, pero el valor de $7.500 -más service charge- hace muy difícil seguir ese ritmo por diez días.
También cabe mencionar una falta de interés de parte de la dirección en conocer genuinamente a su público. Este año se consolida la soberbia de creer que nos están iluminando, mientras para buena parte del público sus acciones se entienden como ordinarias. Desde cambiar la fecha para que no coincida con Día de Acción de Gracias, hacer spots con Inteligencia Artificial o creer que los espectadores se acercan a las películas solo por los famosos que aparecen en ella.
Es hora de que los directores entiendan que el público del festival no se babea por saber que está viendo una película aspirante a los Oscar. Se trata de un público curioso, diverso y con una apertura que va mucho más allá de esos datos de color.
También es momento de enterarse que se notan los detalles que decidieron abandonar. La mayoría de las películas no eran presentadas por nadie, los programadores metían la pata cada dos por tres avisando cuáles no habían visto o poniendo excusas sobre lo que no se pudo conseguir, en lugar de dar valor a lo que sí estaba sucediendo.
Sobre esto último, queda demasiado expuesto que, después de dos años de «ahorro» en la gestión de Carlos Pirovano al frente del INCAA y de un auto celebrado superávit, Gabriel Lerman señale que no podrían siquiera pagar un pasaje en primera clase para invitar estrellas de Hollywood, que fueron el eje de su promesa. ¿Para qué ahorra el INCAA si no es para producir películas ni para financiar su propio festival?
Inicio de flashback
En el medio 0223, Jorge Stamadianos apuntó: «Recibimos el festival en el punto más bajo de su historia y lo levantamos poco a poco», y esto lo dijo porque la única forma de elevar su desempeño es compararse con una decadencia extrema. Pero, ¿es cierto?
No hay que remontarse tan atrás para comprobar fácticamente cómo se vivía el festival antes del 2024. La sólida relación con el público se veía en las salas llenas y las filas eternas, pero no solo como hecho numérico sino como la consumación de una dinámica que se había construido con tiempo y dedicación.
Los programadores y la dirección artística se dedicaban a divulgar su programación y trazaban un mapa de títulos imperdibles, algunos muy esperados y otros como rarezas a descubrir. Las filas para todas esas se hacían como mínimo una hora antes de la función para conseguir buenos lugares en salas enormes como el Ambassador o el Auditorium.
Para secciones como Hora Cero siempre había algún puñado sin entrada esperando a último momento a ver si algún remanente les daba la suerte de entrar. Así, alguna vez tuve la posibilidad de ver «El Exorcista» en primera fila o «Yannick» en una ubicación del Colón que hoy le llamarían «visión restringida». No importa si no era muy cómodo, lo importante era estar, ser parte de un entusiasmo conjunto que se palpaba.
Y así sucedía con películas argentinas, españolas, norteamericanas y de territorios remotos. Películas que siguieron su camino al Oscar y otras que nunca pude volver a ver fueron parte de un ritual cinéfilo invaluable. Mucho de eso se logró sin «banderolas», lamentablemente igual, pero con creatividad y conexión entre el equipo y su audiencia.
Fin de flashback
Pero sería injusto ignorar que hay un rincón que busca preservar algo de esa esencia. Mar del Plata alojó a la segunda edición de Fuera de Campo, una muestra que va consolidando una identidad clara en términos estéticos, expresivos y de carácter.
Este año se extendió por más días y tuvo más películas en la misma sala del Teatro Enrique Carreras, que ya le está quedando chica. Además, repitió su propuesta de debates alrededor de algunos ejes que discuten la actualidad, este año se enfocaron en tres fracturas: la de la comunidad cinematográfica entre sí, la del cine argentino con el público y la gran fractura con el INCAA.
El año pasado las charlas se caracterizaron por la autocrítica y la búsqueda de una respuesta a por qué llegamos a este punto. Este año, la mirada de los paneles se volvió más optimista o, por lo menos, expresaron una decisión más firme en defender lo que se hace. El cambio de perspectiva pareciera apuntar a marcar una agenda propia en lugar de entrar en la lógica de discusión que propone el gobierno actual.
Pero a nivel de estructura, los dos eventos son incomparables. Fuera de Campo tomó forma de pequeño refugio, mientras vemos con ojos de preocupación que el Festival de Mar del Plata se apaga de a poco, víctima de la torpeza y la soberbia de quienes llegaron, «rompieron el chiche» y quieren convencernos de que ya estaba roto y que lo quieren arreglar.
Estudié cine y actualmente crítica de artes. Especializada en guion. Ferviente amante y divulgadora del cine argentino. Empezar de cero es cada hoja en blanco lista para escribir nuevas historias.