Todo acto trae consecuencias. La máxima aplica en todos los sentidos y, si se trata del colectivo de expresión ruso Pussy Riot, aún más.
Después de casi dos años de prisión fueron liberadas sus integrantes María Aliójina y Nadezhda Tolokónnikova, luego de realizar en el mes de febrero de 2012 (junto con Yekaterina Samutsévich, a quien se le otorgó libertad condicional en octubre de ese año) una “plegaria punk” en la catedral de Cristo Salvador de Moscú y promover su oposición a Vladimir Putin en la presidencia de Rusia. Las chicas aclararon que no pretendían ofender a los creyentes sino expresar la postura política del grupo, pero el acto trajo sus consecuencias y fueron arrestadas.
Lejos de servir el encarcelamiento como un bálsamo a su rebeldía, apenas liberadas las activistas manifestaron que la prisión sirvió para “unirlas al sistema penitenciario con lazos de sangre” y que “apenas empieza con mi puesta en libertad, ya que la línea entre la libertad y su falta es muy delgada en Rusia, un Estado autoritario. Pondré todo mi esfuerzo en ayudar a los presos”, afirmó Tolokónnikova.
Por su parte, Aliójina asegura que la amnistía solo se trata de una operación de comunicación y prensa del gobierno ruso, y que “si hubiera tenido la posibilidad de elegir, la hubiese rechazado”, en alusión al favor recibido por Putin. Las frías temperaturas de la Europa Oriental a veces se combaten con la llama de la lucha y, seguramente, esta historia se mantenga encendida.
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