Otro linaje, el mismo grito

El Alma ejecutó un partido que rozó la excelencia, con defensa solidaria, sólida y porcentajes altísimos de efectividad para vencer a los balcánicos en el Mundial disputado en China. El del martes fue un triunfo que será recordado a la altura de las grandes proezas hechas por la Generación Dorada.

Al respecto del hito, los tags #campazzo, #deck, #serbia, #scola y #vamosargentina eran algunas de las tendencias en argentina en la mañana del martes.

Ya con la tribuna casi vacía, Luis Scola se dirigió a los túneles camino al vestuario. En sus brazos llevaba abrazado como a un chico al «Oveja» Hernández, que sostenía una toalla que para secar sus lágrimas. Minutos antes, el mítico armador argentino «Pepe» Sánchez, que oficia como comentarista en una cadena de TV, se fundía en un abrazo con Facundo Campazzo.

En la zona mixta, cuando el capitán argentino fue abordado por un grupo de periodistas, se anticipó con un acentuado tono inflexivo a la pregunta de rigor y agotada, esa tan de la idiosincrasia del argentino futbolero y exitista, la que alude hasta el cansancio el periodismo sensacionalista, la que lleva en los epígrafes los términos «milagro, sorpresa, batacazo». Con cierto desdén de irritación y molestia, el pivote se anticipó: «No me pregunten eso. Hay 22 personas que creíamos que podíamos estar acá y era lo único que importaba, venimos jugando un buen básquet hace mucho tiempo y por eso ganamos el partido de hoy». En consonancia, «Pato» Garino manifestaba entre lágrimas: «No era una sorpresa para nosotros, todo el trabajo que pusimos en esta gira… lo más grande de este equipo es el amor propio, creer en uno mismo y en el conjunto».

Las declaraciones de los jugadores responden a que este resultado es consecuencia de un entramado de elementos que tienen al compromiso y a la perseverancia como síntomas fundantes. El juego que esta nueva camada de jugadores jóvenes viene desarrollando y consolidando se remonta a las ventanas clasificatorias que empezaron allá por el 2017, luego de los Juegos Olímpicos Rio 2016, donde se despidieron con lágrimas a los últimos estandartes de la Generación Dorada.

Aquella vez se lloró porque parecía que finalizaba una generación exitosa que no se iba a repetir. Los escépticos idealizaron el final de un ciclo. Y no. Se fue a La Rioja a jugar partidos de clasificación, a pesar de los calendarios, y se sumaron un montón de victorias y bagaje entre 2017 para acá. Ya en China, se ganó ser cabezas de serie, se ganaron los 2 partidos de la segunda fase, se superó a Rusia, Venezuela, Polonia y se llegó a cuartos de final invictos.

Ahora toca enfrentar a Francia y es el turno de pelear por medallas, una vez más. Otra vez semifinales del mundo a 3 años que se retiró el mejor basquetbolista argentino de todos los tiempos, sumado a Carlos Delfino, Andrés Nocioni y antes Fabricio Oberto… pero había recambio. Un recambio que empezó a formarse en el 2015 con el preparatorio en las olimpíadas con nombres nuevos que se fueron moldeando y que hoy tienen y tuvieron protagonismo.

Se esperaba un proceso de reconstrucción de 5 o 6 años en el que Argentina, probablemente, tuviera que sufrir en los torneos que le seguían y aprender en el camino.

En un lugar donde se habla poco de proyectos y más de resultados, la identidad que forjó y distinguió al básquet, primero con Rubén Magnano y el oro olímpico de 2004, y después con Julio Lamas y Sergio Hernández en sus dos etapas posteriores, no se perdió nunca. Se pudo haber cambiado la táctica, las formas y los sistemas de cada entrenador, pero hubo una continuidad y articulación en ese conjunto de principios que componen una perspectiva por la que se guía el hacer y el ser, que no hicieron nublar el trayecto, a pesar de los matices que se presentaban. Dejaron que se termine el camino.

«Toda transición es crítica», decían los griegos, y eso los directivos tanto como los jugadores lo supieron discernir con sabiduría. No hay ningún precedente de este tipo en el deporte argentino, de irse una generación exitosa de jugadores y que la que la suceda se sostenga inmediatamente en la élite, que en el torneo inmediatamente posterior explote el recambio. Ni siquiera hubo que esperar un torneo en el que se tambalee.

La Generación Dorada sentó bases importantes en cuanto a disposiciones y conductas, que los chicos que se fueron incorporando supieron capitalizar dándoles su propia impronta. Se puede trazar una matriz a lo largo de este bosquejo y enfatizar en algunos instantes brillosos. Se puede hablar de la defensa solidaria, de acciones individuales conmovedoras, del rol de cada uno en esta estructura coral y de muchas cosas más. Pero lo que produjo el básquet es muy difícil de comparar con otros deportes. Se puede buscar un paralelismo rápido y superficial con la selección de rugby que está en camino de una política de Estado. Pase lo que pase en el próximo mundial, hay una política con los Jaguares, un plan de alto rendimiento, la incorporación de jugadores al sistema, etcétera. Pero lo del básquet tiene no menos de 40 años.

La actuación de Argentina del martes se posiciona entre las grandes exhibiciones y a la altura de las gestas de la Generación Dorada. Para entenderlo mejor, esto no comenzó con el partido ante Corea del Sur. Tampoco arrancó con el pre mundial del 2001 o el Mundial Sub-23 de 1997, sino que dio inicio en 1984 con el primer partido de la Liga Nacional entre San Lorenzo de Almagro y Argentino de Firmat. Si Argentina tiene una política de Estado a nivel deportivo es y fue en el básquetbol.

Si uno retrocede en el tiempo y busca los orígenes de los representantes de la Generación Dorada, de Ginóbili, de «Torito» Paladino, de «Chapu» Nocioni, encuentra el nodo en esa raíz fundante. Pero cuando se menciona el «proyecto», ese término tan usado y estigmatizador, mucha gente se aburre y cree que todo es producto de lo que pasa en el día, del aquí y ahora. Imposible no encandilarse con la lucha rebotera de Gabriel Deck con jugadores de mayor talla, de la vigencia de Luis Scola, del aporte de la segunda unidad para sostener el partido ante los europeos. Claro que hay un montón de cosas que explican el rendimiento contra Serbia, pero es más difícil y engorroso vislumbrar cómo se le da sentido a todo.

Se puede hablar de algunos altibajos, del expresidente de la Confederación Argentina de Básquet que está procesado por administración fraudulenta por usar dinero del organismo para pagarle pasajes en primera clase a su familia. Se puede socavar en el momento previo al Mundial 2010 cuando los jugadores se plantaron en una conferencia de prensa porque la confederación no podía cubrir los gastos de los seguros de los jugadores o también de cómo se lo sacó al presidente anterior y se puso a ocupar el cargo Federico Susbielles, de raíz basquetbolista y de trato cercano con los jugadores. Hay una red de eslabones que tienen que ver con el triunfo del martes.

Hubo pasajes del partido donde estaban en la cancha, la segunda unidad con Máximo Fjellerup, Luca Vildoza y Gabriel Deck, compitiendo a pleno mano a mano con jugadores NBA y de Euroliga. Era la Liga Nacional la que estaba pisando el campo. Difícil que no exista la posibilidad que una selección así no produzca impacto. Resulta imperiosa la redundancia: no hay precedente de lo que pasó. Porque se viene de una generación que escribió todos los libros y se llenó de pergaminos. Pero también hay que mirar para atrás. El respeto es constante con este entrenador y con este equipo. Esta Argentina odia perder y hay que ser muy bueno para ganarle. Lo que armó con su política de Estado de hace 40 años y lo que gestó en base a los deberes de jugadores de la generación pasada, hace que Argentina hoy vuelva a estar en el top 4 mundial y eso no es una hazaña, no es un milagro o una coincidencia: es consecuencia de un proceso, acompañado de un traspaso del «deber ser» que otros jugadores transmitieron y que este equipo capitalizó con su propia identidad y con un entrenador que los conduce de la mejor manera posible. Es por esto y muchas cosas más, que pocas selecciones despertaron tanto en tantos.