Todos hermanos latinoamericanos

No queremos ser otra Venezuela, con sus miles de desplazados, líderes que «ven pajaritos», caos en las calles y comercios sin víveres. Tampoco queremos ser Cuba, hostigada y alejada por ese monstruo llamado Estados Unidos. No queremos ser México, que infestado de carteles de droga se convirtió en uno de los países más peligrosos para turistas y visitantes. Ni hablar de Perú, Bolivia y Ecuador, que solo son visibles cuando hablás de gastronomía, coca o desaparición de turistas.
Sin contar que la nueva Venezuela de los medios de comunicación es Brasil, con un expresidente que se pasea por la cárcel y un candidato apuñalado en un motín. No queremos ser Argentina, con la inflación que no deja comprar un bife y un Gobierno al que poco le importa el pueblo. No queremos tampoco ser Colombia, con su gobierno de extrema derecha y su interminable problema de guerrillas y droga.

Individuales, no colectivos

Y entonces, ¿quién queremos ser? Latinoamérica transita por una profunda crisis de identidad y empatía. Esa empatía que solíamos guardar para con nuestros iguales, hermanos, latinoamericanos, que ha desaparecido. Miramos al otro con recelo y desprecio. Como si lo que aqueja al pueblo fuera una enfermedad incurable y contagiosa. Nos individualizamos al punto del egoísmo. No queremos compartir nuestro territorio ni recursos, pero no tenemos problema en ceder campo a la minería y la explotación humana.
El 80% de la explotación minera en Colombia es ilegal, el licenciamiento ambiental es cada vez menos eficaz, la mayor parte de páramos se encuentra sin delimitar y es ineficiente la gestión presupuestal de las Corporaciones Autónomas Regionales (CAR).
En Argentina las exportaciones mineras del país se multiplicaron en la última década. Según datos oficiales de la Secretaría de Industria, Comercio y Minería (Sicym), en 1993 Argentina exportaba 15,8 millones de dólares. Después de aprobadas las nuevas legislaciones mineras, el cambio fue drástico: en 1999 fue de 705 millones, en 2001 de 754 millones, en 2002 de 990, 2003 por 1.100 y las proyecciones para 2006 fueron de 1.466 millones.
Los gobiernos han logrado que por sus malas decisiones, golpes y maltrato lleguemos al hartazgo y el desinterés político. Miremos a países de Europa con anhelo de partir y pensemos que ya no hay remedio. Entre fronteras se mueven más almas que dinero, más refugiados que turistas, más petróleo que agua.
Todo lo que sabemos acerca de nuestros hermanos está mediatizado, controlado. Tal vez ese caos de información genera el rechazo al que estamos acostumbrados por tener una u otra nacionalidad. Sin embargo, seguimos migrando en busca de un mejor lugar sin darnos cuenta que nosotros hacemos el hogar.

Migrantes

Según el estudio Migración internacional en las Américas, realizado conjuntamente por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), en 2016 la migración intrarregional entre países de América Latina y el Caribe representaba una cuarta parte de toda la emigración registrada en la región. No obstante, involucra a unos cuatro millones de personas y crece al ritmo de un 17% anual como consecuencia, entre otros factores, de la estabilización de los flujos hacia los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) y de la consolidación de procesos de integración regional como Mercosur y la Comunidad Andina de Naciones (CAN). Claramente, estos datos se han disparado por la crisis económica y social que ha expulsado a millones de hermanos venezolanos.
En recientes declaraciones el secretario general de la OEA, Luis Almagro, dijo que no se debe descartar «una intervención militar» en Venezuela para «derrocar» al gobierno de Nicolás Maduro, al que responsabiliza de provocar una crisis humanitaria y migratoria.
Según la Organización de Naciones Unidas, al menos 2,3 millones de venezolanos han abandonado su país. Otros números son aún peores, como los calculados por la encuestadora Consultores 21 que ubica el número en más del doble, al contabilizar a dobles nacionalizados y a retornados a países de origen.
Latinoamérica y Estados unidos siempre han jugado a las cartas en un ambiente hostil. Sabemos quién divide el mazo, guarda sus cartas y lanza primero. Comencemos a jugar sin sacar el as antes de tiempo.
Una intervención militar solo traería más sufrimiento y represión al poco pueblo que queda en el territorio. Los grupos que se encuentran aislados y protegidos por la burocracia son los que eligen qué camino tomar. Los más vulnerables no tienen elección, solo les queda optar por el aguante.
Bajo este contexto, resulta benévolo y hasta prudente volver en nuestra historia. Buscar las raíces que nos unen como continente. Residir bajo el mismo manto de solidaridad y resistencia que nos llevó a la libertad en tiempos pasados. Y, ante todo, volver a la empatía con nuestros hermanos, todos latinoamericanos.