«A Chorus Line» y el mito de la oportunidad

Estar sobre un escenario, bajo las luces y frente a la mirada del público es un privilegio ansiado por muchos y disfrutado por pocos. Actores, actrices, bailarines y cantantes parecen pertenecer a un sub phylum de seres extraños que se forman eternamente en sus disciplinas y están destinados a la competencia perpetua por lograr una medalla que, para muchos, es un mito: la gran oportunidad.

Estas criaturas hermosas caminan de día sobre las nubes que soñaron durante la noche y se mueven masoquistas por el mundo, mostrando su vulnerabilidad a través de personajes, danzas y canciones. De no hacerlo, difícilmente obtendrán un aplauso sincero. Contradictoriamente, esos animales exóticos se defienden con una coraza ególatra que detiene las flechas envenenadas de sus pares y de tantos observadores pasivos, incapaces de ponerse sus zapatos y recorrer su camino.

Entre esas comunidades, pronunciar la palabra «audición» es equivalente a lanzar un trozo de carne en medio de una jauría. El talento, los miedos, la vocación, las frustraciones, los sueños, los amores pasados y las historias familiares detrás de ese hambre son la materia prima con la que se elabora este complejo producto en formato de espectáculo teatral titulado “A Chorus Line”.

El argumento es metaficcional. Un amplio grupo de artistas se presentan a una audición con la esperanza de ser seleccionados para integrar el coro de un espectáculo musical de alta factura. Allí deben destacar lo suficiente para obtener un lugar y, a la vez, demostrar que son capaces de hacerlo sin sobresalir del resto del elenco pues, a fin de cuentas, serán parte de un coro donde la ejecución debe ser homogénea. ¡Vaya encrucijada!

Sin embargo, el director que debe seleccionarlos busca algo más que técnica: indaga en sus almas, raíces y pasiones.

Mientras el pintor vacía sus propios ángeles y demonios sobre uno de tantos lienzos y lo arroja al mundo sabiendo que la pintura será objeto de críticas, el actor es en sí mismo su propio lienzo y sabe que las miradas apuntarán directo al único cuerpo y voz que posee. El desafío de este elenco dirigido por Ricky Pashkus es, justamente, desnudar su propia rutina profesional.

Reducir años de entrenamiento a una foto, 2 minutos de coreografía, 1 minuto de monólogo, 3 minutos de entrevista, 40 segundos de canción y algunas veces solo a “culo y tetas”, es un ejercicio constante dentro de esa rutina en la búsqueda de un trabajo (y de la gloria artística, por supuesto). Es duro, pero lo transitan una y otra vez esperando comprobar que “la gran oportunidad” no es un relato mitológico.

El montaje original de Broadway data de 1975, con música de Marvin Hamlisch, letras de Edward Kleban y libro de James Kirkwood Jr. y Nicholas Dante. La versión argentina actual responde a una adaptación hecha por Fernando Masllorens y Federico González Del Pino, y cuenta con la dirección musical de Gaspar Scabuzzo y dirección vocal de Matías Ibarra.

El elenco local es maravilloso, cada uno de esos chicos y chicas enamoran al público con talentos ineludibles. Pero como ocurre con cualquier amor, algún aspecto específico de ese objeto de deseo nos cautiva con particular intensidad. Con este salvoconducto, me arriesgo a la odiosa tarea de mencionar algunas interpretaciones que cautivaron mis sentidos.

Mariú Fernández hipnotiza con su hermosa voz y con la curva dramática de su personaje. La experimentada intérprete es sútil pero contundente en su viaje emocional. Sin darnos cuenta, nos lleva con absoluta verdad a su terreno y nos conmueve al compartir una de las reflexiones más fundamentales del espectáculo: ¿por qué hacemos lo que hacemos?

Basta que enciendan las luces para sonreír ante la simpática, plástica e hilarante composición de Georgina Tirotta. Resulta tan claro y verosímil lo que busca el personaje, que nos invita a seguir su evolución durante toda la obra sin oportunidad de distraernos.

Jessica Abouchain habla incluso en los silencios y lo hace con honestidad. Logra que la acompañemos en la determinación de obtener el trabajo y en la dificultad de regular el brillo de su talento para encajar en un coro.

Fede Fedele cautiva con su energía, es de esos actores que proyecta eficazmente en su mirada y sonrisa el mundo interior del personaje. Su timing de comedia y la plasticidad de su cuerpo lo hacen una pieza inevitable para el ojo del espectador.

También resulta imposible ignorar la presencia escénica de Menelik Cambiaso. La garra con la que entrega su voz, su técnica para la danza, el fenotipo estilizado y esa dualidad de seguridad y ligereza con la que pisa el entablado, le suma credibilidad a este montaje donde los personajes deben ser excelentes bailarines.

En resumen, «A Chorus Line» es un grupo de actrices y actores de teatro musical, interpretando esos mismos roles. Una ficción que deja en evidencia la realidad que viven sus propios creadores.

La obra se presenta los viernes a las 21 horas, sábados a las 22 y domingos a las 20 horas en el Teatro Astral de Buenos Aires. Las entradas están a la venta por Plateanet.

Ficha técnica

Elenco (en orden alfabético): Jessica Abouchain, Nico Arosa, Mariana Barcia, Evelyn Basile, Menelik Cambiaso, Juan Martín Delgado, Nicolás Di Pace, Fede Fedele, Mariú Fernández, Clara Lanzani, Martina Loyato, Matías Prieto Peccia, Roberto Peloni, Georgina Tirotta, Sofía Val, Gustavo Wons, Alejandro Zaga y Sofia Zaga Masri.

Dirección general: Ricky Pashkus. Dirección de coreografía: Gustavo Wons. Dirección musical: Gaspar Scabuzzo. Dirección vocal: Matías Ibarra. Diseño de escenografía: José Ponce de Aragón. Diseño de Sonido: Gaston Briski. Diseño de luces: Marcelo Cuervo. Diseño de vestuario: Pablo Bataglia. Diseño gráfico: Nicolás Rejlis. Fotografía: Nacho Lunadei. Producción ejecutiva: Estanislao Otero Valdez. Stage manager y asistente de dirección: Alan Gejtman. Prensa y comunicación: Tommy Pashkus Agencia.