Se sabe que Steven Soderbergh es un director muy inquieto, su vasta filmografía de serpenteos en los géneros, en los modos de hacer y en sus intereses temáticos lo demuestran. Sus declaraciones realizadas en diferentes períodos sobre retirarse del cine le hicieron diluir el aura dentro de la industria, pero eso no le impidió retrotraerse de sus palabras y seguir filmando, aunque más no sea pequeñas películas que, por otro lado, resultaron ser interesantes por los procedimientos y por los contextos, tal el caso de “Kimi”, una película realizada exclusivamente para la plataforma Max durante la cuarentena del COVID-19. Precisamente, con el guionista de aquella es que se vuelve a reunir, el elástico y sobrio David Koepp, de los mejores escritores de la industria aparecidos y consolidados en las últimas cuatro décadas. Esta yunta empuja a Soderbergh hacia una zona más amigada con el género, no es que las estructuras narrativas más clásicas le sean ajenas, pero sí hay dentro de su dinámica curiosa una búsqueda por, al menos, intentar resquebrajar ciertas normas establecidas.
¿Qué nos trae esta vez la dupla Koepp-Soderbergh? Una de terror, y no una cualquiera sino una de casas embrujadas. Si todo quedara en esa descripción sería demasiado seco para lo que se proponen ambos con “Presencia”.
Tenemos a una familia conformada por mamá y papá con dos hijos adolescentes, uno de ellos (el varón) es un proyecto de nadador profesional, la otra es una joven sucumbida por la pérdida de una amiga muy querida, fallecida en circunstancias dudosas, aunque sin violencia aparente. El gran cambio para todos es la mudanza a una nueva casa de semblante idílico, una invitación para tener una vida resuelta. No es necesario ahondar demasiado en esta dinámica familiar para advertir las rencillas entre los hermanos, en especial de Tyler hacia Chloe, aunque la relación entre los padres no es mucho mejor, porque es más parecida a una “guerra fría” de desavenencias.
Hasta aquí la historia indicaría un cuadrado de escenarios muy vistos y ya desgastados, la cuota de particularidad está ubicada en la dimensión formal: absolutamente todo lo vemos desde el punto de vista de la presencia sobrenatural que hay en la casa, en un principio, su participación es pasiva con una única acción de observar, para luego empezar gradualmente a involucrarse de forma activa en ciertos momentos precisos. Lo que en otros intentos de ruptura retórica planteados por Soderbergh podía provocar alguna molestia (por ejemplo, la sólida “Ni un paso en falso”), en esta oportunidad resulta un hallazgo para torcer levemente un derrotero muy previsible dentro de la premisa básica de una familia que se muda a una casa habitada por un espíritu.
Un estreno del año pasado, “A Violent Nature”, deslizaba una idea similar con otro escenario trillado: el de un asesino enmascarado que aterrorizaba a un grupo de jóvenes acampantes a la orilla de un lago, también el punto de vista se trazaba desde una subjetiva, en esta película desde la mirada del asesino. La gran diferencia es que allí la idea se rompía en ciertos momentos al caer en una trampa narrativa cuando la trama ubicaba las situaciones en momentos donde le era imposible sortear la dificultad de sostener la imposición de narrar desde una única mirada. La película de Soderbergh no duda un minuto de la fortaleza de su decisión, sucede que lo que contiene esa forma narrativa está ubicada primero como base y no al revés, lo que sería que el punto de vista proceda a sostener las acciones, situaciones y acontecimientos. El terror es humano.
“Presencia” («Presence») fue dirigida por Steve Soderbergh, escrita por David Koepp y contó con las actuaciones de Lucy Liu, Chris Sullivan, Calina Liang, Eddy Maday y West Mullholland.