«Che, amor», musical de acciones sutiles

Si el amor y la muerte pudieran sentarse a la mesa, compartir un vino y, ¿por qué no?, bailar un tango, necesitarían una noche eterna para recordar las miles de anécdotas juntos. ¡Qué afortunado aquel ser humano que pudiera al menos por unos minutos mirar a través del cerrojo de la puerta y contemplar ese encuentro histórico! Seguramente sería un cerrojo rojo.

Lo cierto es que la literatura le permitió a muchos valientes fantasear con semejante cita, y el teatro nos regaló cientos de imágenes hipotéticas. La más reciente, al menos que hayamos podido disfrutar en vivo y directo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, luego de 8 meses de encierro y salas dolorosamente vacías, es responsabilidad de Mariano Taccagni, autor y director de la obra musical “Che, amor”.

El protocolo para entrar a la sala del Método Kairós exigía que tomaran mi temperatura, pero no midieron mis pulsaciones. ¡Qué bueno que la taquicardia no es un síntoma de COVID-19! Ya adentro, mis pupilas luchaban nuevamente por adaptarse a esa oscuridad sagrada del teatro, solo una luz tenue que me mostraba la platea reducida, me ayudó a confirmar que estaba de nuevo a punto de presenciar un espectáculo.

En el escenario: la sombra de un actor… o el fantasma de un hombre, eso lo descubriría en breve. El silencio dio inicio a la historia de Diego, un joven que no conforme con morir antes tiempo, decide volver al departamento que compartiera en vida con su amado Damián. El espectro enamorado comienza a juguetear en el suelo con lápices de colores, y enseguida nosotros, del otro lado y con los barbijos dificultando la respiración, entramos a jugar con él.

Lo siguiente sería una secuencia de acciones sutiles pero elocuentes, poco frecuentes cuando pensamos en teatro musical, y una atmósfera teñida de nostalgia, ingenuidad y amor de ese que todos queremos sentir. Este clima dramático logrado por la dirección y la sensibilidad de los actores, es uno de los mayores valores del espectáculo, además de la música y las frecuentes dosis de humor que le sumaron cotidianidad a la historia.

Agustín Iannone nos arrulla con su voz y genera una sensación de suspiro constante con la tierna composición de Damián. Nicolás Leguizamón nos entretiene con su versatilidad y contagia la angustia de ser invisible para su amado. Ambos nos enamoran con sus miradas, sus canciones, sus peleas con almohadones y la inquebrantable tensión que separa la vida de la muerte. Matías Asenjo nos seduce con su picardía, desfachatez y capacidad para revivir el deseo de un joven solitario. Sin duda, le imprime al relato una chispa fundamental. Gladys López nos hace sonreír con su vecina caricaturesca.

Tras el apagón final quedamos con ganas de más: ¿qué pasará entre Andy y Damián? ¿El espíritu de Diego logrará comunicarle a su amor lo que desea? ¿La vecina entrometida se encargará por su cuenta de matar a los ratones? La anécdota de este fantasma enamorado ser terminó y llegaron los aplausos.

Afortunadamente para el elenco y lamentablemente para el porteño, las pocas funciones programadas ya se agotaron. Deseamos que puedan compartir su trabajo por más tiempo en 2021.

Tuve la suerte de mirar por el cerrojo y el placer de conversar con los artistas en puntocero para Buenos Aires Cosmopolita. Acá comparto la entrevista.