Destierro y drama

En el marco de la Competencia Internacional del 37° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata se presentó “So Much Tenderness” de Lina Rodríguez, una película canadiense pero con impronta latinoamericana.

Una larga secuencia nos muestra a Aurora (Noëlle Schonwald) en una tensa y silenciosa travesía para escapar de Colombia hacia Canadá. Más tarde en la película, podremos reconstruir la idea de que escapó de su país por el asesinato de su marido y amenazas que recibió por su trabajo en una Organización No Gubernamental (ONG) que investigaba la compra fraudulenta de tierras por parte de grandes empresas, aunque ella está convencida de que estas dos situaciones de violencia no están relacionadas entre sí.

Más tarde se suma su hija Lucía al exilio (Lucía Aranguren), todos estos puntos están contados mediante elipsis que suprimen grandes cantidades de tiempo en pocas escenas. Con este escenario planteado, la película comienza su camino hacia la dispersión, el encadenamiento de secuencias recoge, por un lado, un derrotero amoroso de la hija a partir de charlas con sus jóvenes amigas sobre el sexo y el cariño, mientras la madre afirma silenciosamente una relación con un hombre más joven.

Debería aclarar que la argumentalidad de los párrafos anteriores es de una interpretación bastante forzosa, verdaderamente, las escenas registran momentos cotidianos que por gran parte del relato crean una meseta inconducente por la falta de conflicto en términos dramáticos. El hecho de saber, como espectadores, que el país de origen acoge una violencia muy fuerte que expulsa a muchos ciudadanos de sus hogares, no constituye un conflicto para la película por la sola extensión de esa idea. Un espectador activo puede construir sentido entre las partes de una obra que no sigue un camino tradicional, pero es la responsabilidad del autor ofrecer herramientas para esa construcción.

Lina Rodríguez expresa que su idea era la de crear una atmósfera y un estado de suspensión que fuera el limbo de la protagonista y a su vez del público. Intencional o no, el efecto de “eternidad” se impregna en los 118 minutos de duración y, por la cantidad de personas que se retiraban de la sala, podríamos preguntarnos si lo que logró fue una sensación de hartazgo más que de experiencia inmersiva en la diégesis.