Flor de piedra

«Granizo» es una película cruel en la más superficial de sus intenciones por abrazar todos los temas, cobijar a actantes de todo tipo y responder en dos toques problemáticas urgentes. También representa una posición miserable de la individualidad bajo la cobertura de un hombre que parece no tener maldad porque, desde su perspectiva, siempre está parado en el lugar indicado de la vida. Así es Miguel Flores (Guillermo Francella), un meteorólogo estrella de la televisión a punto de comenzar un programa llamado “El show del clima” en un horario prime time para un canal de aire.

El verosímil para Marcos Carnevale es un elástico, pero de esos que se rompen en un calzoncillo y que no le importa seguir vistiéndolo. Ya vimos esta clase de patetismo en la construcción de su criatura principal en «Corazón loco», el traumatólogo interpretado por Adrián Suar que «dividía por amor» su vida entre Mar del Plata y Buenos Aires. El «content creator» de «Argentina: Tierra de amor y venganza» no puede quitarse del todo ese hedor de la televisión más publicitaria, en la que todo está iluminado con una luz blanca gigante. La fotografía para cine es un mito para Carnevale, todo es un set cerrado incluso en los exteriores, como el de la calle Guido (en el paquete barrio de Recoleta) donde vive Flores como si fuera un magnate de los medios y no un hombre que habla del clima en la tele.

Este héroe nacional de una cuadra es querido en un radio limitado, todos lo saludan apenas pone un pie en la calle y, además, le preguntan si va a llover o no porque es un gurú que nunca falló un pronóstico. La pasión y el profesionalismo que entrega por la meteorología chocan contra las ideas de un inescrupuloso productor televisivo (Martín Seefeld) que solo piensa en el rating y en las repercusiones de las redes sociales. Flores es, también, un personaje de la televisión espectáculo. Es por ello que ciertas reacciones contra las propuestas de su productor arrojan un halo de contradicción entre sus intereses sobre brindar información de calidad, porque el ego lo motoriza en la búsqueda de un efecto en el público. En pocos minutos se desata la artillería de lugares comunes acerca de las luchas generacionales entre una co-conductora interpretada por Laurita Fernández y la estrella -pero vieja- que es Flores.

Durante la primera emisión, el conductor asegura y recontra asegura que no va a llover esa noche, les dice a sus vecinos que no hay problema con dejar al perro afuera, que los autos pueden dormir en la calle, etcétera. Por supuesto, sucede todo lo contrario al desatarse una tormenta inesperada con granizo incluido. La subestimación del público, no solo el que ve esta película sino también los del propio programa, es total. Todos y todas creyeron en el que nunca falla. Aquí Carnevale se abre paso a los manotazos narrativos y dice: “Yo les voy a enseñar sobre la era de la cancelación”, y lo que hace esta mente creativa es… poner a una señora con un cartón que dice “Cancelado”. Listo, el casillero de la “cancelación” ya lo podemos tachar.

Como correlato se establece una historia sobre un taxista (Peto Menahem), construido en base a la mirada que los guionistas -ya era hora de nombrarlos- Nicolás Giacobone (ganador del Oscar por «Birdman») y Fernando Balmayor tienen sobre la gente de clase media. El tachero es un manojo de nervios porque tiene que trabajar todo el día, aguantarse a la “jermu” y a sus colegas que se burlan de su fanatismo (¡!) por Miguel Flores. Es así que ese exceso de amor por un meteorólogo da un giro total cuando su herramienta de trabajo, el taxi, se queda en la calle durante la noche del granizo. El seguro no le cubre las reparaciones, lo que desencadena la furia contra aquella que persona que idolatraba.

Mientras tanto, Flores se escapa de todos a Córdoba para reencontrarse con su hija, a quien no ve hace años. En esta segunda parte, Carnevale y sus secuaces guionistas intentan deslizar un drama familiar de reconstrucción vincular. La hija (Romina Fernándes, la única que se salva de todos) es una pediatra que tiene una relación poliamorosa (otro tema que no se iba a perder el director de «Almejas y mejillones»), lo que resulta un despropósito para el pobre de su padre.

La desatención de él hacia su hija está puesta como una cachetada en forma de prólogo cuando vemos una grabación en VHS que termina con un rayo que impacta sobre la madre, unos «veintipico» años antes de los acontecimientos de la película. La pérdida de una madre y de una esposa se sopesa como si fueran equivalentes, aunque se redobla la apuesta al ponerse la historia del lado de Flores. En sus intentos despreciables por esconder que huyó de Buenos Aires, donde era un rey, a una provincia donde casi nadie lo reconoce, se presenta la verdadera cara de un personaje, solo interesado en recuperar el prestigio perdido. Ni siquiera hay una confesión final de sus verdaderas ideas, las cuales están lejos del radar de recomponer una relación con su hija.

Hacia el tramo final de esta larga comedia (o capítulo 1 de una serie de Pol-Ka circa 1997), lo que surge de la tierra mágica es un deus ex machina gigante como el Obelisco, configurado en la persona de un lugareño capaz de anticipar cualquier fenómeno climático. En él descansa la oportunidad de Flores para regresar con gloria a ser quien era.

Como todo para Carnevale, las cosas no tienen una teoría o antecedentes sobre los que basarse, así es que incursiona en el cine catástrofe en los últimos minutos con una tormenta apocalíptica que azota Buenos Aires, la cual destruye el Obelisco y todo el centro porteño. ¿Qué hace el meteorólogo más famoso del país? Nada, solo irrumpe en su exprograma de TV y anuncia que se viene lo peor. Casi de manera inconsciente, el trío de luminarias creadoras de este esperpento exponen a su protagonista en cuanto a sus verdaderos intereses: a Flores solo le importa recuperar la credibilidad porque nunca ayuda verdaderamente a nadie, ni antes, durante ni después de la tormenta. Sería un desperdicio exigirle a Carnevale que piense en los códigos narrativos de las películas del género en las que el héroe toma un papel activo. Lo único a lo que puede apelar Flores es en pedirle al encargado de un local que abra las puertas para dejar entrar a un grupo de personas varadas durante el peor momento de la granizada.

Si el cine argentino -de parte de Netflix, al menos- se extiende en esta línea de producción, el regreso al menemismo más profundo está a la vuelta de la esquina, donde «La herencia del tío Pepe» y «Plaza de almas», por entonces, marcaban la agenda del Instituto de Cine. Las repercusiones de «Granizo» por parte del mundo actoral, televisivo y de los periodistas de espectáculo polirrubros son auspiciosas, en complicidad para mantener este engranaje en movimiento en pos de las fuentes de trabajo. ¡Viva el cine argentino!