Francis y la muerte

Hay muchas advertencias sobre lo que “Megalópolis” puede y quiere ser, desde los dispositivos de venta de una película como pueden ser los trailers, los posters y las entrevistas, pero lo que define a este faraónico proyecto de Francis Ford Coppola es la palabra “fábula” que aparece en los títulos. De allí se desprende la visión sobrecargada de un autor por dejar un testamento fílmico para una posteridad, dedicada a una generación imperiosamente urgida por una reconstrucción en diversos niveles.

Como toda fábula, el componente alegórico tiene un efecto aleccionador potente sin rastro alguno de sutilezas, incluso aquí aquellos momentos que parecen escaparse del grosor desmedido son finalmente atrapados por la virulencia de un resaltador, ya que nada puede quedar librado a una interpretación más allá de la idea general propuesta por un Coppola sucumbido a la necesidad de una trascendencia inmediata. El último aliento de un director de carrera legendaria suele buscar refugio en el legado o en el proyecto deseado jamás realizado, en esa columna se posa “Megalopólis”, porque el proyecto había nacido en la década de 1980, el periodo más tormentoso de Coppola en términos económicos, tras sufrir una de las primeras quiebras de su productora American Zootrope, como consecuencia del desastre que fue “Golpe al corazón” en 1982.

Las reminiscencias estéticas entre esa película y esta nueva son evidentes, por momentos, en la idea de presentar la historia bajo un prisma de artificialidad desnuda sin reparos para el ridículo. Mientras en esa también fábula -pero de amor melodramático- se cantaba y se bailaba mal adrede, en “Megalopolis” el desvarío contamina a casi todos los aspectos del lenguaje, al que Francis siempre anheló deconstruir, especialmente desde los modos de producción industrial. En ese sentido, se repite esa búsqueda de eludir a un sistema, hoy más que nunca en crisis por muchos frentes, al producir el propio director con dinero de su bolsillo (120 millones de dólares) y encontrar al final del camino un muro todavía más alto cuando todos los estudios le negaron la distribución del film.

Ahora, ¿de qué habla “Megalopolis”? De un arquitecto (Adam Driver) arrasado por el tormento de su genio, en la pretensión de reconstruir la ciudad de Nueva Roma (New York) no solo desde unas ruinas tangibles sino, también, por el descenso a la decadencia, allí aparecen las inmoralidades y perversiones de los hombres, todo dentro de un envase de neo Imperio Romano. Sin ningún tipo de astucia, la representación está armada a modo de sopapo: los nombres, los peinados y la dinámica de «pan y circo» responden a un carácter alegórico grueso, revestido por una estrategia formal de mal gusto, colores mal calibrados y efectos visuales fronterizos a una realización surgida de la Inteligencia Artificial más vaga. Todo aquello que puede ser una primera opción aparece en pantalla como versión final, principalmente los diálogos ampulosos y reiterativos, por ejemplo, en su obsesión con mencionar cada cinco segundos la palabra “tiempo”. Una variable, además, que no incide narrativamente en la historia: ni el personaje sufre por un límite, ni tampoco utiliza a su favor el don de frenar el tiempo.

Triste grotesco canto de cisne para un director inquieto en las formas, sustancias y modos de hacer cine. “Megalópolis” es un caos general, en un posible desgrane individual podrían observarse muchas películas distintas, sobre todo, perceptibles en las interpretaciones, diferentes en sus modos y desbalanceadas al momento de articularse los diálogos y las interacciones, es así que entre los encuentros entre el protagonista y Wow Platinum (sí, así se llama el personaje de Aubrey Plaza) tienen una diferencia tonal abrumadora. La muerte insólita del personaje de Dustin Hoffman y la “erección” del magnate encarnado por Jon Voight se ubican con comodidad en lo peor de la carrera de Francis Ford Coppola. Aberrante por momentos y adormecedora por otros, este mamut cinematográfico solo puede despertar un sentido despiadado de la burla en los espectadores, incluso en aquellos que respetan la obra de este director. Única en su especie.

“Megalópolis” fue dirigida y escrita por Francis Ford Coppola y contó con las actuaciones de Adam Driver, Giancarlo Espósito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf, Jon Voight y Dustin Hoffman. Integra la sección Panorama del 39° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.