Durante la preproducción de “La uruguaya”, como transposición de la novela de Pedro Mairal, de lo que se habló casi de manera exclusiva fue sobre su modo de producción inédito: colectivo en el que participaron más de 1.900 productores con un sistema de aporte en dólares. No hay recuerdos de otra película argentina con semejante pirotecnia alrededor de sus modos de pensar una en términos financieros y económicos. Por supuesto, cualquier intento noble en sus intenciones de producir cine y que, además, se presente como una alternativa a las tradiciones es bienvenido.
Ahora, ciertas torpezas parecen más cercanas a un tipo de producción estándar, por ejemplo, cuando anunció la participación del director de fotografía brasileño Cesar Charlone (“Ciudad de Dios”) cuando ya estaba cubierto ese puesto por Soledad Rodríguez, quien ocupó ese rol en “Las buenas intenciones”, la película anterior de Ana García Blaya. Esta movida no se aleja de una decisión que podría tomar un productor del montón. ¿Qué nos deja esta primera incursión en lo audiovisual de Hernán Casciari? (Sí, increíble no haberlo nombrado hasta acá).
La novela de Mairal no es autobiográfica, es masturbatoria y casi celebratoria de todos aquellos lugares comunes de la masculinidad que ingresa a la mediana edad. Un escritor (Sebastián Arzeno) que llora pobreza logra que le den un adelanto de un nuevo libro que está en proceso y, para sortear los vericuetos burocráticos del sistema cambiario argentino, abre una cuenta en Uruguay y así traer el efectivo, sin sufrir el pago de impuestos. El viaje es aprovechado para reencontrarse en Montevideo con Guerra (Fiorella Bottaioli), una joven uruguaya de espíritu libre que lo tiene subyugado. El cuarentón (en realidad al borde de ser cincuentón) solo piensa en coger y es por eso que todos sus movimientos -ya sean físicos como de seducción a partir de una labia obtusa- tienen ese único enfoque. Por supuesto que la moraleja, ya que hay un tufillo de mensaje hacia el final, tiene un efecto adaptador: es decir que la calentura de él con la chica (a la que le dobla la edad) fue en realidad un fuego que desactivó su bloqueo para escribir y toda la experiencia vivida, también, fue un material para el futuro libro.
En el medio hay un paseo por la ciudad, en la que hay mucho de postales visuales y de charlas con temáticas variopintas, aunque nunca lejos de los estereotipos y escenarios preconfigurados. Desde “¿por qué los uruguayos no nos quieren a los argentinos?” a imitar el “bo” o el “tá”. Sí, todo ese largo pasaje merodea el tono de “Un buen día” pero, claro, Ana García Blaya es alguien que sabe encuadrar para cine a diferencia de Nicolás Del Boca.
El final es un cierre perfecto para el postulado de la misoginia que es “La uruguaya”, allí se completa esa mirada de Mairal como titiritero de la visión femenina. El personaje de Jazmín Stuart (la mujer del escritor) descubre la existencia de Guerra. Adivinar qué camino toma la historia es muy simple, porque Mairal se ve como una víctima de las mujeres, aun cuando quiere ponerle un celofán a la acusación de su mujer sobre la chica al decir: “Si no es así, desestimá este mail”. Lo más extraño de toda esta aventura es que en los créditos figuren 8 (¡sí, ocho!) guionistas, lo que podría representar un número base para una película industrial de Hollywood. Toda una paradoja para el primer esfuerzo de una dinámica que pretende desentenderse de las prácticas habituales.
“La uruguaya” de Ana García Blaya cuenta con las actuaciones de Sebastián Arzeno, Fiorella Bottaioli, Jazmín Stuart y Gustavo Garzón.