Noche de viernes en la Ciudad de Buenos Aires. Clima frío, anticipando la llegada del invierno. Con pasos «agigantados» fuimos hasta Lerma 568 donde se encuentra el Patio de Actores, para ver la obra «Geografías», escrita por Leandro Airaldo y dirigida por Marcelo Moncaz.
El lugar está ubicado en Villa Crespo, a la altura de Scalabrini Ortiz al mil, sin embargo, la historia transcurre en el barrio de Boedo, donde dos desconocidos coinciden en la parada del colectivo. Ese barrio es uno de los lugares y luego habrá otros, recreando distintas estaciones donde ellos se bajan.
Tras hacer una escala en el bar del lugar que, sin dudas es un mágico capítulo aparte, nos transportamos hacia la descripción del espectáculo. Si vamos hacia el sonido y la iluminación, la puesta es austera pero correcta: quiere emular el silencio de un campo gravitacional y esto es logrado. Sin embargo, perturba la idea de que si el contexto era en la calle en pleno Boedo, un paisaje sonoro más ruidoso hubiese sido atinado. Fue correcta también la iluminación nocturna, aunque toda la hora con el mismo reflector celeste pudo parecer homogéneo y monocromático.
Respecto a la verosimilitud, se comprende la situación que al esperar el colectivo no haya mucho por hacer más que conversar con la otra persona viajante o comer alguna golosina que se encuentre en el bolso. Sin embargo, en lo que es la puesta en escena y la actuación, polémica fue la relevancia de comer ese gran caramelo ácido, que pasaba sonoramente de lado a lado rechinando entre los dientes, y que además entorpecía la escucha de las líneas de la actriz. Como se suele decir hoy en día: «no sumaba a la acción». Si de acciones se trata, al caramelo resonando de lado a lado y a la verbalización del personaje con la golosina haciendo su trabajo, se le sumó una cuota de vértigo. Literalmente, vértigo es lo que ocasiona la actriz aferrándose al poste de colectivo y girando sobre su eje durante los próximos siete minutos de la escena, ininterrumpidamente. Una especie de shock visual y auditivo.
Si de sentidos se trata, un viaje de ida son las empanadas del lugar. Su textura, su calidad en los productos, el amor con el que están hechas, la luminosa energía de quien atiende el bar, los secretos de la cocina, su hermano chef profesional, su sabor a hogar en cada bocado de la gastronomía que ofrecen. Las experiencias de vida que cuentan… esa es, sin dudas, la «geografía» del lugar.