En el año 2019 Mariano Cohn estrenó su película «4×4» y, en una entrevista en «TN Central», a propósito de algunas polémicas, deslizó una frase que se quedó en mi cabeza hasta este momento: «Estamos muy contentos con el éxito. Y creo que el suceso se explica porque aborda un tema que nunca se había tocado en el cine local. Además, la película transita un género que tampoco había sido tocado, que es el thriller». Inmediatamente, pensé en varias películas nacionales del género como «Una especie de familia» (2017), «Acusada» (2018), «El aura» (2005) o «La Cordillera» (2017), y también algunas sobre el tema, que sería la delincuencia, como «La educación del Rey» (2017) y «El motoarrebatador» (2018).
«El motoarrebatador» de Agustín Toscano se había estrenado un año antes y habilitaba una discusión posible entre ambas. Hoy, la película de Toscano se puede encontrar de forma libre y gratuita en la plataforma de CINEAR y abre una nueva oportunidad de retomar este pensamiento. Sobre todo, porque en las últimas semanas volvió a estar en agenda el debate sobre la justicia por mano propia.
Ladrones de poca monta
En «4×4» comenzamos por ver una secuencia de rejas puntiagudas, cámaras y alarmas que invaden cualquier paisaje barrial y, de esa manera, ya nos ubica en la posición desde la que se va a ubicar para abordar el tema de la delincuencia. Con esto me refiero al simple hecho de que esa secuencia inicial carga una perspectiva y no otras. Otra sería la historia si, por ejemplo, en lugar de esto hubiéramos visto una secuencia de imágenes sobre la desigualdad. Está a las claras que, si bien el protagonista es un delincuente, la historia macro la construye la conciencia de un damnificado.
Por su parte, «El motoarrebatador» inicia con una salidera bancaria a manos de dos ladrones en moto en la que los vemos de forma predominante. La escena es agresiva, ellos arrastran a su víctima por la vereda durante unos metros hasta que se suelta y la acción siguiente es la que marca la posición de este caso: el conductor de la moto se frena y voltea a ver a la mujer que dejó atrás con un gesto atónito, una duda.
En «4×4» las circunstancias cambian, un joven abre una camioneta para robar y orina los asientos para subrayar la actitud altanera y una demostración de quién manda. Cuando termina, se da cuenta que está encerrado en el vehículo y que todo es parte de un plan. Ese es el inicio de unos largos días en los que el dueño del automotor, harto de los robos que sufrió en su vida, lleva a cabo su venganza. En la otra película, el protagonista descubre que su víctima perdió la memoria y encuentra en esto una oportunidad redención.
En un plano más superficial, los hombres protagonistas de ambas películas son jóvenes y comparten ese peinado curioso y característico con los laterales rapados y pintas de un rubio anaranjado producto de la decoloración. Está trazado el paralelismo de estos dos ladrones de poca monta que van a correr distinta suerte, interpretados por Peter Lanzani en la película de Cohn y por Sergio Prima en la de Toscano.
Venganza salvaje
Mariano Cohn pretende una película que no sentencie lo que infiere durante dos horas. Un problema reside en provocar una idea de justicia a través del sadismo y cuando se traza una linea directa entre el hartazgo, la tortura y la justicia por mano propia. La supuesta ambigüedad corre por la «dificultad» de empatizar con los personajes al ser ambos víctimas y victimarios a su modo. Sin embargo, cuando propone una equidad entre el peso de las acciones de ambos se puede leer una opinión muy expresa. Por otra parte, después de dos horas de tortura justificada por la frustración ciudadana no es el problema per se, porque mediante el remate la película puede dar un giro… no es el caso.
En el final del film el torturador apunta con un arma al ladrón, mientras los vecinos de la zona alientan el asesinato al grito de muchas frases comunes como «negros de mierda, entran por una puerta y salen por la otra». La policía trata de convencer al hombre de que el joven ya aprendió la lección para que lo deje ir, a lo cual responde: «Por lo menos hice algo, si no qué queda, ¿irse a vivir afuera?». Y para concluir lo suelta y detona una bomba que aparentemente era para ambos pero, en lugar de eso, termina con su propia vida convirtiéndose en un mártir y aquellos que pedían por una muerte lloran por otra. En ningún momento se pone en discusión la responsabilidad de ningún poder sobre el tema, sino que se limita todo a los ladrones y sus víctimas, y en ese binomio es claro quién es responsable.
Los grises humanos
Agustín Toscano encara el desarrollo por otro lado. En el camino del protagonista no se encuentran justificaciones para su forma de actuar, pero sí se admite pensar el carácter humano que se le quitó a los delincuentes en general a través de los medios de comunicación. Se planta sobre una escala de valores clara donde lo material se encuentra muy por debajo de humano y, a partir de eso, puede preguntarse sobre las aristas del tema.
Su nombre es Miguel (otro detalle es que en 4×4 nos enteramos del nombre del ladrón muy avanzada la trama), oculta y niega que es un ladrón, no lleva con orgullo esa actividad y parece más bien sumiso. A partir del accidente se vuelve una persona capaz de realizar tareas de cuidado. A medida que avanza, también pone el foco en la víctima y descubre sus oscuridades. Llegado el momento nos enteramos que el personaje de Elena también oculta cosas, en ese momento se pone en cuestión la doble moral y la condena social.
Otro personaje clave es el padre de Miguel, que representa un espejo de su hijo pero que no roba y reprocha lo que hace. Para cerrar el camino recorrido, mientras el espectador o Elena pudieran perdonar a Miguel, debe cumplir con una pena por sus actos y su propio padre es quien favorece que esto suceda de una vez por todas. Con todos estos condimentos, esta película propone una lectura más completa y menos lineal del panorama, varios actores sociales se involucran en una historia que permite ver las aristas y los grises de los conflictos.
Las palabras que completan la lectura
Para concluir, también podemos remontarnos a las palabras de los directores sobre sus propias películas. Agustín Toscano al final de una proyección comentaba: «En mi provincia los ‘motoarrebatadores’ pasaron a ser la encarnación del mal. Los casos de robos en moto se multiplicaron y encontraron una reacción inmediata en los linchamientos que se volvieron algo tan natural como los arrebatos, como una penosa y violenta lucha de clases entre personas de la misma clase». Por su parte, Mariano Cohn en varias entrevistas, pero puntualmente citado del programa «Terapia de noticias», expresó: «Está contada desde el punto de vista del ladrón, después la película vira y narra desde el punto de vista del justiciero y después desde el punto de vista de un policía mediador que intenta solucionar el conflicto y después también de los vecinos con toda la paleta y diferencias ideológicas que pueden haber en cualquier barrio porteño», y para señalar sobre esta ambigüedad ficticia que comentamos durante todo el texto, de alguna manera termina de cerrarse cuando el propio director pone énfasis en todas sus entrevistas por llamar «justiciero» al personaje que lleva a cabo la venganza, sin ser una palabra típica ni, a mi parecer, casual.