La perla

Qué complicado resulta para el cine de Hollywood dejarle -al menos- una hendija a las historias originales o, mejor dicho, a las que están pensadas para el cine, sin que hayan pasado por el tamiz de la transposición, sin importar cualquiera sea el formato, lenguaje o soporte previo. En las tosqueras se mueven algunos “románticos” que se niegan a dejarse llevar por la corriente imparable de películas prefabricadas. Uno de esos personajes es Ti West, aventurero de otra época y caminante de un suelo pedregoso que resulta ser su propia filmografía hasta el momento. Para graficarla, podemos pensar que en el mismo año dirigió una maravilla del terror como es “The House of the Devil” y un desastre de proporciones bíblicas llamada “Cabin Fever: Spring Fever”. ¿En qué momento estamos de esta montaña rusa que es su obra? Probablemente, en el pico.

Tras la exitosa “X”, que coqueteaba con las formas y un escenario posible dentro del mundo de “La masacre de Texas”, más por la época y el tono del terror slasher, llegó sorpresivamente su precuela: “Pearl” (y en poco tiempo llegará “MaXXXine”, la tercera parte). La inteligencia de pensar la gerontofobia en términos de un mal que se materializa se articulaba perfectamente a la idea de un tabú, el concepto de grabar películas pornográficas ya en un sentido totalmente desatado por la fiebre del video incipiente en la década de 1970.

El volantazo de West en “Pearl” es ir más allá de una secuela servida a los pies de unos productores, porque pensar la historia de un grado cero de la anciana, de la película anterior, resignifica a la primera película y, además, enfoca en otro tipo de fórmula para el terror. Pearl es una joven recién casada que tiene a su marido peleando en la Primera Guerra Mundial, mientras vive como si fuera una adolescente recluida en la granja de sus padres, con una madre alemana embebida en el conservadurismo, lo que la lleva a tenerla con una correa corta a su hija, aprovechándose también por la discapacidad de su marido, quien está en un estado casi vegetativo postrado en una silla de ruedas.

El único escape de Pearl es el baile, y su consumo es a través de las películas que puede ver a escondidas en un cine del pueblo. Allí conoce al proyectorista, una especie de bohemio con ínfulas de artista, que mira hacia Europa por la libertad que, según su visión, en Estados Unidos no existe. Ambos mundos: el de las ocupaciones mundanas que castran las ambiciones individuales y el del vuelo artístico colapsan, pero no es la única disputa que surge, ya que en ella existe una línea muy delgada sobre la distinción entre el bien y el mal.

Narrativamente la historia se acomoda en las fronteras de “Carrie”, por tratarse de una protagonista encorsetada por el mandato familiar, la culpa y la imposibilidad marcada de una figura materna, cuyo punto más notable está presente en la comparación posible entre el baile de graduación fallido en la película de Brian De Palma y en el casting malogrado del que Pearl no consigue un papel para unirse a una troupe de bailarinas. En la dimensión formal, West prueba ese talento que presentó por primera vez en la mencionada “The House of the Devil”, del que se destilaba el amor por el cine material y físico, preocupado por los detalles y por la cinefilia bien entendida, que hincaba hasta el hueso de las conexiones, en territorios más profundos que el homenaje basado en la mera cita. Para el final lo más destacado: la presencia y composición de Mia Goth, una actriz que debería estar juntando los premios de la temporada con un carrito de supermercado, ¡claro, qué tontería! ¡Pero si es la protagonista de una película de terror!

«Pearl» de Ti West cuenta con las actuaciones de Mia Goth, David Corenwest, Tandi Wright, Emma Jenkins-Purro y Matthew Sunderland.