La primera barrabrava

La “Gorda Matosas”, así era apodada Haydée Luján Martinez, reconocida hincha de River Plate, a finales del Siglo XX. Fue una mujer icónica en el club, la cual se llevaba la atención de los jugadores y los demás fanáticos por su aliento desde la tribuna.

Era española de nacimiento y argentina de corazón. Con tan solo nueve meses, sus padres la trajeron desde Granada a Villa Devoto en el año 1933, y antes de quedarse huérfana a los cinco años, su progenitor la llevó por primera vez a ver un superclásico.

Entonces Haydée comenzó a experimentar una devoción “millonaria” que la haría famosa años después cuando debutó Roberto Matosas. Ella, desde las gradas, comenzó a gritarle, por lo que el jugador le regaló su camiseta. Desde aquel momento fue bautizada como la «Gorda Matosas”, quien desde la San Martín Baja o la popular se encargaba de alentar a todo el plantel. La consideraban como la primera barrabrava mujer porque muchas veces dirigía los cantos en el estadio.

Su fanatismo no conocía límites, era tan grande su amor por River y su odio a Boca Juniors que se negaba a utilizar la palabra de su rival en alguna oración, por lo que creó su propio vocabulario o, como ella diría, “yetabulario”. Reemplazaba el nombre del «Xeneize» por “yeta” en cualquier enunciado y decía: “¡Que me salga cáncer en la lengua antes de nombrar a los chanchos!”. Además, cuando iba a la Bombonera llevaba zapatos y ropa de repuesto, ya que al irse de la cancha tiraba lo que estaba usando porque lo consideraba “infectado”.

«Matosas» vivía en La Plata y había elegido la calle 75 debido al campeonato que el “Millonario” había ganado en 1975 tras 18 años de sequía en títulos. Sin embargo, viajaba todos los días para trabajar afuera del Monumental vendiendo billetes de lotería.

Entre otras cosas, viajó a Japón con 60 años, disfrazada de gallina en 1986 y en 1996, antes de morir, viajó a Santiago de Chile por las semifinales de Copa Libertadores, a pesar de estar muy enferma.

Estaba loca de amor por la camiseta y nadie podía interponerse, ni siquiera su prometido, a quien dejó plantado a un mes de la boda porque este además de no dejarla usar una banda roja en el vestido, le había prohibido seguir yendo a la cancha todos los domingos. “¿Cómo me iba a casar si él no quería que fuese a la cancha? Mi único amor es River. River es mi novio, mi marido, mi amante y con eso tengo bastante”.

Era malhablada, se mostraba dura e indestructible, fue sufrida y siempre resaltaba que no quería aprender a cocinar. “Las mujeres nacieron para ir a la cancha, no para quedarse en la cocina», decía.