«Me encanta cuando se encuentra síntesis en un plano»

La encumbrada directora Paula Hernández estrena su nueva película, “El viento que arrasa”, dentro de la Competencia Latinoamericana del 38° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.

Hernández regresa a una de las temáticas más abordadas en sus últimos proyectos: los vínculos familiares. A diferencia de “Las siamesas”, lo que se revuelve en su nueva historia (sobre una novela de Selva Almada) es un vínculo entre un padre y una hija dentro de una dinámica nómade por el trabajo de él como pastor, ella es su fiel asistente mientras viajan por los pueblos fronterizos de Paraguay, Brasil y Argentina. Una parada no planeada pondrá en crisis un equilibro, en apariencia, entre ambos personajes.

¿Cuál es la sensación de estrenar una nueva película en el festival?

“Mar del Plata es un festival que quiero mucho, es mi cuarta película que presento aquí. Siempre tengo el recuerdo de la primera, que fue como salir al mundo. Es un festival importante para los directores y directoras siendo, además, este un momento muy complejo, por eso hay que salir y acompañarlo.”

En “Las siamesas” trabajaste el vínculo entre madre e hija dentro del género de la comedia y también del melodrama, ¿cómo fue aquí elaborar algo similar por la relación de padre e hija, pero a la vez muy distinto?

“Eso fue una de las cosas que me atrajo cuando leí la novela de Selva Almada, que me la acercó el productor Hernán Musaluppi. Hay algo de todo eso que mencionás que me gustaba cambiar que es el eje de lo vincular, ya no son madres, sino que son padres con dos maneras de concebir el mundo muy opuestas. Unos asentados en un mundo muy rural alejados de todo y otros nómades muy religiosos. También la crianza por parte de los hombres, con madres ausentes y a la vez presentes, porque esas mujeres están en esos dos hijos. Para mí era entrar en un mundo desconocido, por un lado, lo rural y, por el otro, el religioso, que implicó sumergirme en una investigación y con gente creyente.”

También en relación a “Las siamesas”, tu nueva película recurre al concepto de road movie.

¿Cómo pensaste la estrategia visual al filmar en muchos espacios rurales?

«Es gracioso porque vos decís ‘es una road movie’ y a la vez sucede que en ‘Las siamesas’, madre e hija están encerradas en un micro y acá están varados en un taller mecánico, en un momento. La película no es chica, pero tampoco es muy grande. Cuando pensamos el esquema de producción consideramos que era necesario un equilibrio en cómo se planteaba este viaje entre el padre y la hija. Yo quería que el paisaje cambiara y eso se sintiera, porque la vida de ese pastor se tenía que contar andando en caminos de ripio, donde no llega nadie, y para lograr eso había que recorrer muchos kilómetros. La película la filmamos en Uruguay, viajamos de punta a punta del país buscando los decorados, y por esa decisión tuvimos que trabajar con un equipo mínimo y con la luz del día. Las escenas del taller mecánico las filmamos a 40 kilómetros de Montevideo, trajimos todas las referencias que recogimos en los viajes para reproducir ese espacio en un galpón abandonado. Eso nos obligaba a tener una estructura más grande, de la misma manera en la escena de la misa inicial.”

Sin embargo, las costuras de lo registrado en locaciones naturales y en estudio no se advierten.

“A mí eso me encanta, porque esa unión de lugares solo funciona por la lógica de la película y no tiene nada que ver con lo que sucede en la realidad. Destaco que lo más importante fue hacer todos esos viajes iniciales para luego tomar la decisión de filmar cerca de Montevideo, con una estructura más grande porque las escenas del taller eran más complejas.”

A propósito de estas cuestiones, ¿cómo fue trabajar el tema de la luz y las tonalidades?

«Tuve varios puntos de partida, primero la influencia de las pinturas religiosas. Como están dispuestos los personajes, cómo entra la luz, cómo están pensadas las angulaciones, todo eso lo miramos mucho con el director de fotografía Ivan Gierasinchuk, con quien yo vengo trabajando desde hace 3 o 4 películas. Después está el uso del rojo, ahí hay una idea tomada del cine de terror y hasta del cine clase B. Esas dos ideas son las principales que se pensaron para pensar la fotografía. Sobre esto, creíamos que había una libertad para trabajar estas cuestiones, porque lo místico también te permite ir a lugares más alocados y es muy interesante dar rienda suelta a la imaginación. Todo lo que es el mundo de los corderos, establecido en la escena de las ovejas, nos abrió a un montón de problemas con el auto, la actuación, los animales. La escena está filmada por pedazos, por lo tanto, tuvimos que recurrir a lo intuitivo. Para ese momento, el de la venida de los corderos, solo tenía 20 minutos y un zoom (porque íbamos a filmar otra cosa). Dijimos: ‘Hagámosla igual, usemos el lente que tenemos´ y bueno, salió algo espectacular como un Frankenstein.»

Hay una búsqueda con el formato casete y la época emplazada en la historia

“Yo quería que tuviera una cierta ambigüedad en relación a la época y al espacio, no me importaba precisarlos. Los 90 es un momento donde el evangelismo entra de manera muy fuerte en Argentina y en el interior del país, y eso sí me parecía bien mantenerlo. Hay ciertos pueblos recónditos que si no fuera por los celulares o las luces de led no muestran mucha diferencia con un tiempo anterior a diez años, el presente o -incluso- diez años para adelante. En cuanto a la música, lo relacionado al mundo del casete le permitía al personaje de Leni (la hija) que se le abriera algo completamente nuevo con los compilados de rock nacional, que representa a su mundo privado. Es así que no escuchamos, en una escena sobre el final, lo que ella escucha.”

El momento en el que Leni descubre una música nueva hacés algo muy interesante desde lo visual con un zoom para marcar este descubrimiento en su vida.

“Me encanta cuando en una película se encuentra una síntesis en un plano o en algo muy pequeño. En lo que señalás está todo lo que en la película se desarrolla más adelante.”