Muchos crecimos escuchando la frase que titula este artículo que, sintetizando, nos decía que solo se cumple aquello que está escrito y lo demás no tiene valor y se olvida. Afortunadamente, desde la ontología del lenguaje y su utilización en el coaching, podemos hablar del poder generativo del lenguaje. No solo describimos lo que existe como se creía en la antigüedad sino que vamos creando nuevas realidades a partir de lo que hablamos.
¿Cuál es el propósito de traer esto acá?
Poder darnos cuenta de que no da lo mismo decir cualquier cosa y, en especial, a un niño.
El vínculo entre padres e hijos, especialmente en la primera infancia (hasta los 3 años), tiene atributos que son fundamentales a la hora de analizar el poder generativo del lenguaje: autoridad y confianza. Los padres son el nexo primario entre el niño y el mundo y es a través de ellos donde van aprendiendo lo que está bien y lo que está mal. Con una confianza que se va construyendo a través de prueba y error y, por sobre todas las cosas, lo reconfortante de sentirse en un contexto guiado por el amor.
Vamos a partir de una expresión común en el hogar: «Sos un tonto» (o cualquiera de sus sinónimos), cuando el niño/a comete un error o no actúa según las expectativas.
A simple vista, esa frase parece una afirmación, pero no lo es, porque no describe algo existente sobre lo cual cualquier persona podría distinguir si es verdadero o falso, y quien la hace se compromete a dar evidencia para comprobarlo.
Esa frase es un juicio, y como para que uno sea válido, quien lo emite tiene que tener autoridad para hacerlo, es válido porque, como ya dijimos, la autoridad está implícita en el vínculo.
El juicio es un veredicto, que a partir de que se emite cambia la realidad, contribuye a formar la identidad de la persona y compromete su futuro limitando las posibilidades de aprendizaje.
Podemos aprender a hablar de una manera más generativa y amorosa. Esto incluye a todos los juicios, los positivos tanto como los negativos, ya que no podemos dimensionar cuánto peso puede tener en un niño una etiqueta positiva («sos muy responsable», por ejemplo).
Evitemos usar cualquier cosa luego de la palabra “sos”, porque de esa forma le vamos a ir diciendo al niño indirectamente cómo nosotros esperamos que sea condicionando su desarrollo. Por ejemplo, ante un error digamos frases como “Esto no se hace así, la próxima vez fijate que…».
Artículo elaborado especialmente para puntocero por la magister Liliana Ronchi.