Parece que pasaron muchos años desde la muerte de Wes Craven, pero en realidad tan solo fue un lustro. Quizá la sensación de haber perdido a uno de los más grandes exponentes del terror de fines de los 70′, verdaderamente fue de esos que cambiaron el género para siempre por articular el miedo terrenal y el coyuntural de una época, como lo fue el post Vietnam en Estados Unidos. Así apareció lo que es, probablemente, una de las películas más crudas de toda la historia: «Pánico a medianoche» («The Last House of the Left», 1972). También supo tener una lectura autoconsciente del género, específicamente del slasher en la metadiscursiva saga «Scream», allí revisitó las películas de sus amigos y colegas, a las que de manera astuta les sumó el espíritu de los 90′.
Si bien en los extremos de su carrera puede decirse que están sus puntos álgidos, hay en el medio de su filmografía un puñado de películas muy interesantes (también hizo algunas «inmirables», para qué mentir). Entre ellas se halla “La serpiente y el arcoíris” («The Serpent and the Rainbow», 1988), lo que fue una nueva oportunidad en Hollywood para Craven tras el paso en falso de «Obsesión fatal» («Deadly Friend», 1986). Por aquellos tiempos la libertad y las chances de dirigir para un estudio se presentaban de forma más accesible para directores que pretendían proponer una verdadera visión de un proyecto, muy lejos de lo que hoy sucede con «porque esta película es la visión de Zackito Sander», una frase que en general suele salir de la boca de un productor.
Retomemos «La serpiente y el arcoíris» y viajemos a Haití junto al antropólogo Dennis Alan (Bill Pullman), quien es invitado a investigar el caso de un hombre muerto en 1978 pero –supuestamente- revivido unos años después. Allí, en esa convulsionada isla del Caribe, se relaciona con la doctora Marielle Duchamp (Cathy Tyson), su enlace local para rastrear la fuente del fenómeno, que resulta ser un «polvo mágico». No tardará demasiado hasta que el doctor Alan decida probar el polvo y documentar con su propio cuerpo y mente los efectos de la magia local.
El vudú fue objeto de muchas películas, basta recordar «Yo caminé con un zombie» («I Walk with a Zombie», 1943) de Jacques Tourneur, la que también puede ser pensada como una de las primeras películas que trató el concepto de zombi. Sin embargo, no hay muchos ejemplos de alucinaciones tan viscerales como las que sufre el pobre de Bill Pullman, un miedo absoluto y estupendo, ese blend que nutre lo sublime del terror que invita a seguir mirando pero con incomodidad. En consonancia con el surrealismo y lo onírico, vinculado a un terror real, se pliega un final amargo característico que deja sembrada la perturbación para siempre, como se suele decir: «hay imágenes que no se pueden desver». El terror de los 80′ se escapó, en parte, a esa nueva decadencia de Hollywood tras el fin de esa era que nació una década atrás. Es así que los Carpenter, los Craven, los Raimi y -en menor medida- los Romero, entre otros, fueron autónomos pero al mismo tiempo libres de jugar con los chiches más caros de los estudios.
Resulta extraño que el terror, todavía a esta altura de la historia del cine, necesite salir a validarse porque la costumbre de la crítica más vetusta y conservadora considere al género como un concepto menor. Sí, en el comienzo de la tercera década del Siglo XXI hay sobrevivientes de la mirada más rancia sobre un género que representa bajo un manto de astucia e inteligencia los «grandes temas» sin subrayar ni sobre explicar (por supuesto, hay ejemplos negativos, propagados también por la corrección política actual).
Una película como «La serpiente y el arcoíris» en la actualidad sería hoy una propuesta para el VOD, el streaming o cualquier otra vía marginal que esquive la sala de cine. Lo cierto es que el terror más moderno tiene la imperiosa necesidad de tapar los huecos con el efectismo del volumen del sonido y la música en lugar de nutrir dramáticamente o artesanalmente el miedo; el tangible tanto como el invisible pero que está presente o -incluso aún- aquí el ejemplo de esta maravilla de Craven donde el temor está rodeado por una atmósfera tan cercana que duele.
Finalmente, vale mencionar que «La serpiente y el arcoíris» puede verse en la plataforma Qubit.