«Oh, Canadá», la anti biopic

Es interesante observar y reflexionar sobre el punto en el que se encuentra un director y/o guionista legendario, tratándose muchas veces de aquellos a los que se les pudo seguir el tranco durante diferentes periodos.

El año anterior, Francis Ford Coppola con “Megalopolis” hizo de su película un evento, nutrido en partes iguales por las expectativas de quienes gustan de su cine como de aquellos buscadores de carroña tras un desastre magnánimo. En las antípodas se ubicó Clint Eastwood y su ¿última? película “Jurado N°2”, lanzada a la marginalidad de un casillero de una plataforma por una arbitraria decisión empresarial.

Muchos de los que mantienen vivo el cine del celuloide, y no por ello se trata de realizadores que todavía utilizan el fílmico sino por la resistencia de los que comenzaron haciendo cine en el Siglo XX, Paul Schrader está más cerca de Eastwood si comparamos las escalas de sus proyectos, que no son caros y que reúnen una idea más compleja dentro de una estructura más contenida. El célebre guionista viene de una trilogía sobre “el hombre en la habitación”, cerrada con “Master Gardener”, allí el desenlace arrojaba una luminosidad algo sorprendente para el cine de este director siempre embebido en un torbellino de desesperanza hacía un futuro sombrío. Tratándose de un director que filmará hasta sus últimos días, cabía la pregunta de: ¿y ahora que nos traerá?

Llegó “Oh, Canadá”, una película que pasó por debajo del radar del último Festival Internacional de Cine de Cannes, a pesar de haberse ubicado de la selección oficial por la Palma de Oro, estuvo en el último vagón de la consideración, sin ni siquiera rondar por la zona de rumores de posibles premios. Dentro de un parámetro del cine de festivales, la propuesta de Schrader no tacha ninguno de los casilleros de lo esperable acerca de una mirada actual, primero, porque la idea de una biografía tradicional está borroneada en la reconstrucción de Leonard Fife (Richard Gere y Jacob Elordi), un documentalista y activista estadounidense escapado a Canadá para evitar el alistamiento durante el conflicto bélico con Vietnam.

La historia es una transposición de un libro de Russell Banks (fallecido en 2023), de quien Schrader ya había tomado también una fuente literaria para hacer la tormentosa “Días de furia” en 1998. Hacía los últimos momentos de su vida, Fife decide concederle a unos exalumnos una entrevista para un documental sobre su vida, pensado más a modo de testamento fílmico que a una obra audiovisual de circulación de algún tipo. La única compañía de este moribundo es su esposa Emma (Uma Thurman), otra exalumna, quien media entre los deseos de su marido y las intenciones de los entrevistadores, tratando de mitigar un dolor producido por las experiencias relatadas y que incluyen infidelidades, abandonos y demás acciones cuestionables. La mente nebulosa juega por dos andariveles en la historia: ayuda a reconstruir una serie de situaciones con huecos a veces rellenados por la imaginación, mientras que otras se completan con un cemento producto de oralidades ajenas, y también por esa fina línea entre lo que sucedió realmente y la invención para poder contar una narración completa. Todo esto funciona casi como un estatuto de Schrader para decirnos que la fidelidad no es pertinente a la hora de reconstruir un relato biográfico. No existe forma de abarcarlo todo, ni tampoco se puede revivir un hecho sin fisuras, aunque se trate de un fragmento. La recurrencia retórica utilizada en “Oh, Canadá” es la de mezclar en algunos pasajes al viejo Fife en la piel de Gere dentro de un momento de la vida del joven Fife interpretado por Elordi, en esas invasiones está la marca o la huella de “esto pudo ser así como también pudo ser de otra forma”.

Resulta sorprendente la respuesta de Schrader a todo ese cine que absorbió de grande, recordemos que por su educación luterana férrea no vio una película hasta los 18 años. Cada una de sus películas como director evidencia tal filiación con un cine canónico estudiado rigurosamente, en la vereda opuesta, en las que aparece como guionista de otro director siempre estuvieron atravesadas por algún tamiz. Películas de un héroe accidental hay varias, en el caso de Fife existen conexiones personales, del propio autor original de la obra tanto como del director porque la idea de escapar para evitar ir a la Guerra de Vietnam aparece en alguna instancia biográfica. El «si» dubitativo sobre la vida de este documentalista sobrevuela cuando su figura prestigiosa en el mundo del documentalismo presenta una pregunta pertinente acerca de qué hubiera sido de él quedándose en Estados Unidos, es decir si se hubiera destacado de la misma manera como un soldado más entre miles.

Caótica y ordenada, “Oh, Canadá” es una película que plantea una serie de preguntas y reflexiones acerca de un personaje entrañable y fundamental del último gran sacudón del cine norteamericano, la relación entre el protagonista y el propio Schrader se genera naturalmente al ver a un hombre desesperado por confesarse ante la inminencia de la muerte. En esa última acción ante lo inevitable, también se desprende una de las grandes obsesiones con respecto a la moral y a la religión, a un último intento de lavado de culpas en el orden espiritual. Allí está depositada la motivación de este hombre a instantes de la muerte, al cual el relato no intenta despojarlo de malezas dentro de lo que fue su vida, ya que el propio Schrader agregó momentos grises a la historia original, el caso de la escena en la que Fife rechaza a un joven adulto que se le presenta como su hijo, tras una proyección en un cine. Decisiones como esta también construyen una idea de anti biopic, en el sentido de mostrar una arista oscura muchas veces ocultas en las biografías audiovisuales de los últimos años. Como en casi toda su carrera, Schrader vuelve a transitar una calle poco iluminada en la que encuentra seguridad, allí donde los demás sufrirían pavor.

“Oh, Canadá” fue escrita y dirigida por Paul Schrader contó con las actuaciones de Richard Gere, Jacob Elordi, Uma Thurman, Michael Imperioli y Victoria Hill.

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