A solo días de su estreno, «El Eternauta» se consolida como un fenómeno en nuestro país y también se asienta como la segunda serie más vista de Netflix a nivel mundial. La añosa espera por una versión audiovisual de la icónica historieta de Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López por fin se materializó y despierta orgullo y discusiones relativas a la serie y a todo lo que la rodea.
Esta primera temporada cuenta una pequeña porción de la historieta: los primeros tres capítulos alrededor del inicio de la nevada mortal con hombres y mujeres comunes que se descubren a sí mismos en una circunstancia que se parece bastante al fin del mundo. Los últimos tres, empezando a armar un escenario que se preste a una segunda temporada dedicada al grueso de la acción, probablemente.
Lo que se desenvuelve es una idea de «plan» que todo el tiempo se interrumpe, Juan Salvo (Ricardo Darín) quiere buscar a su hija, Alfredo Favalli (César Troncoso) se debate entre recluirse en su casa o irse lejos, y los demás no saben si manejarse de forma solitaria o unirse, huir o acercarse a Campo de Mayo, donde dicen que se organiza la resistencia.
Esta serie se mete de lleno en el desafío de trasladar al presente la esencia del «héroe colectivo» como Héctor Germán Oesterheld y Francisco Solano López hicieron en las publicaciones entre 1957 y 1959. Las disputas entre el egoísmo y la solidaridad se ven actualmente muy tensas y forman parte de la discusión diaria hasta sobre para qué creemos que existe el Estado. «El Eternauta» propone una puesta en valor del esfuerzo por dejar de lado la urgencia propia y pensar en un sentido amplio. El personaje de Juan Salvo atraviesa progresivamente ese arco, al igual que todos los que empiezan esta historia en la casa.
La idea de adaptación o transposición de un libro a la pantalla acá, además, se ve complejizado por las demandas de producción de cualquier historia de ciencia ficción. El despliegue tecnológico y el tamaño de lo invertido es palpable, la ambición del proyecto involucró equipos dedicados a resolver efectos especiales, diseño de arte, vestuario y locaciones que no podrían verse mejor y que añaden en cada plano un sello local.
«El Eternauta» en la historieta recorre escenarios como Barrancas de Belgrano, Plaza Italia, el Estadio Monumental y la Plaza del Congreso. Caminar con la imaginación y las ilustraciones esos espacios la arraigó en el imaginario popular de una época, y esta nueva versión propone sus propios espacios en los que, además, se imprimen nuestra idiosincrasia y nuestros objetos, detalles que pintan Argentina al mundo: el humor, las puteadas, las marcas que contaminan el paisaje urbano, el cajón lleno de bolsitas de plástico de colores, los nidos de los horneros que se asientan en cualquier lugar impunemente.
Pero también en esto incluimos otras cosas importantes como la relación de nuestra sociedad con las armas, con los vehículos, con los marginados y con nuestra propia historia. La lectura sobre el tejido social que hicieron Bruno Stagnaro como creador de la serie junto a Ariel Staltari en la escritura es una lectura completa en la que parecen haberse hecho cientos de preguntas que hoy se transforman en discusiones sobre nosotros mismos. La proyección al mundo de esta mega producción envalentona a distanciarnos con orgullo de los códigos estéticos y narrativos extranjeros y afirmarnos sobre este relato como si fuera nuestro nuevo caballito de batalla.
Los espectadores robot
Alrededor también emergen otras discusiones sobre el estado de nuestra industria audiovisual. Quienes eligen creer que esta calidad es excepcional creen que «El Eternauta» es el «punto de partida» de nuestra fortaleza artística, mientras que en realidad esto es solo una manifestación más resonante de un profesionalismo que se viene formando y demostrando hace años y que hoy, justamente, está debilitándose a un ritmo acelerado.
Hay un poco de impotencia de solo imaginar al espectador que pronto usará la carta de «El Eternauta» para denostar todo nuestro valioso cine que busca sobrevivir a estos tiempos. El espectador que actúa como hombre-robot, que repite convencido que no mira nunca cine argentino porque «es malísimo», como si no se diera cuenta de la contradicción inherente al planteo. Hay que dar la discusión sobre la colonización del gusto y hay que darla ahora.
El fomento, los festivales, las escuelas de cine y el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) son parte de un mecanismo que invirtió en gran parte de los talentos que hoy brillan en esta serie de Netflix.
Hoy, todo lo que se invirtió en el desarrollo de la industria, vuelve en forma de una se las series más vistas de la plataforma más popular del mundo y deberíamos estar discutiendo cómo ser parte de ese retorno y cómo potenciarlo en lugar de hacer de cuenta que Netflix es un oasis privado autosuficiente del que nuestros entes públicos no tienen nada que ver, que esta maravillosa serie salió de un repollo y se hizo sola.
«El Eternauta» tendrá una segunda temporada que aún está en instancia de escritura y preproducción. A este momento del estreno, muchos de sus técnicos tienen poco o nada de trabajo en la industria. Desde 2024 no se produce casi nada. De profundizarse, el verdadero escenario apocalíptico será en el que emerja la segunda parte, rodeada de vacío.
Y, aunque el ansia voraz de los tiempos que corren hizo que muchos la viéramos de un tirón, es importante que eso no impida una reflexión más prolongada y un disfrute extendido en el tiempo que le de sentido a esta enorme apuesta, además de un impulso serio porque su mensaje nos transforme y nos movilice para salvar nuestro mundo de la invasión.