«History’s greatest comeback!» («El retorno más grande de la historia!»), tuiteó el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, pocos minutos después de conocerse la noticia. El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es histórico por más de un motivo, y su impacto puede ser multifacético y estructural en diversos aspectos de la política de su país tanto como a nivel global.
El nivel de poder que acumulará, expresado en la mayoría que tendrá a disposición en la Cámara de Senadores, en la de Representantes y en la Corte Suprema de Justicia no tiene comparación con 2016. Vuelve más radicalizado y con más poder. Acompañado de una influyente coalición de billonarios pertenecientes a las corporaciones tecnológicas de Silicon Valley (cuya expresión más acabada es Elon Musk), tendrá vía libre para implementar las promesas más extremistas que realizó en la campaña.
Trump ganó en todos los niveles. En primer orden, se impuso con holgura en los votos electorales (decisivos en el sistema estadounidense, de carácter indirecto). Necesitaba 270, el número mágico que cualquier candidato precisa para alcanzar la Casa Blanca, y llegó a 312 contra 226 de la candidata del Partido Demócrata, Kamala Harris. A su vez, se impuso en el voto popular, por 50,3% a 48,1%, algo que un candidato del Partido Republicano no lograba desde las elecciones de 2004, en la que George Bush (hijo) logró su reelección. Por otra parte, solo una vez en toda la historia del país norteamericano había ocurrido que un expresidente vuelva a ganar un segundo mandato: fue Grover Cleveland, del Partido Demócrata, que gobernó de 1885 a 1889 y en 1893 consiguió un nuevo triunfo para un segundo mandato.
Respecto a los votos electorales, Trump se impuso en los 7 swing states («Estados pendulares»), aquellos que son decisivos en cada elección estadounidense: Arizona, Georgia, Nevada, Carolina del Norte, Pensilvania, Michigan y Wisconsin, siendo estos últimos 3 los estados del blue wall («muro azul») que Trump había logrado vulnerar en 2016 después de una larga hegemonía demócrata, y que volvió a traspasar en estas elecciones. Se trata de los tres Estados verdaderamente definitorios, ya que si Harris hubiese logrado retenerlos, se habría hecho con la victoria. No obstante, no es un triunfo aplastante de Trump cuando se desagregan algunos números. En Wisconsin ganó por 0,8%, mientras que en Michigan lo hizo por el 1,3% y en Pensilvania por el 2,1%. En cantidad de votos, si Joe Biden le sacó 7 millones a Trump en 2020, en esta elección la diferencia entre ambos será de menos de la mitad (aún no se conoce el resultado final, ya que continúa el escrutinio en el Estado de California).
La impopularidad de Biden hizo prácticamente imposible la posibilidad de una reelección para el Partido Demócrata. No es que la campaña de Harris haya tenido errores significativos sino que, simplemente, para un oficialismo con bajo apoyo social lograr una revalidación electoral es casi inalcanzable. Posiblemente, el mayor daño haya sido el brote inflacionario que Biden sufrió durante la primera mitad de su mandato, entre la salida de la pandemia de COVID-19 y el estallido de la guerra entre Rusia y Ucrania. La situación migratoria fue, sin dudas, otro de los puntos débiles del Gobierno, que Trump aprovechó a la perfección. Paradójicamente o no, una de las principales explicaciones del triunfo de Trump es su mejora en el segmento de votantes latinos, de entre 10 y 15 puntos. También mejoró alrededor de 10 puntos entre los votantes jóvenes, y en algunas franjas de los afroamericanos.
Del Trump que se había ido al que acaba de volver
Tres instantáneas quedarán grabadas para siempre en la retina de la historia política universal cuando se rememoren las elecciones presidenciales de 2020 en Estados Unidos. Las tres involucran al entonces presidente Trump. Entre noviembre de 2020 y enero de 2021, la potencia norteamericana posiblemente vivió uno de los períodos políticos más traumáticos de su historia contemporánea, y la estrategia del magnate republicano para «embarrar la cancha» ante su derrota a manos de Joe Biden fue decisiva.
Las dos primeras de ellas fueron en las horas decisivas de la elección, que tuvo lugar el 3 de noviembre, pero cuya definición se extendió en los días subsiguientes, al calor de las desencajadas denuncias de fraude (sin respaldo de pruebas) lanzadas por parte del gobierno de Trump ante lo que terminó siendo el triunfo del candidato opositor. Una publicación del mandatario en Twitter quedaría para la historia: «Stop the count!», escribió en la red social, ordenando nada menos que el cese del recuento de votos de un proceso democrático. No obstante, no fue lo más grave que hizo en aquellas horas. Desesperado por evitar su derrota en el Estado de Georgia, llamó por teléfono al secretario de Estado de aquel distrito, Brad Raffensperger, a quien le dijo: «Solo quiero encontrar 11.780 votos». Algo nunca visto en la historia de Estados Unidos.
Por supuesto, la tercera escena que grafica el proceso de retirada del trumpismo luego del primer mandato del ultraderechista es la toma del Capitolio de Washington el 6 de enero de 2021. En esa jornada, que debía certificar el triunfo de Joe Biden en las elecciones realizadas dos meses antes, una turba iracunda de trumpistas irrumpió en el edificio. Fue una jornada inédita, que dejó cuatro muertos y exhibió a ojos del mundo entero la profunda corrosión del sistema político-institucional de un país como Estados Unidos, históricamente tan orgulloso de su sistema republicano y de su presunta vigorosidad democrática.
Ahora que el magnate neoyorquino vuelve a la Casa Blanca, buscará tomarse la revancha que anhela desde que debió abandonar el poder en aquel escandaloso enero de 2021. Siente que ahora tiene las manos desatadas, sin tantos contrapesos como los que, en mayor o menor medida, tuvo durante su primera gestión (2017-2021). Los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, alineados y disponibles para posibilitar la implementación de promesas que realizó durante la campaña, como por ejemplo el mayor programa de deportación de migrantes irregulares desde los años 50, o la transformación de raíz de la estructura institucional estadounidense, o la reanudación de la llamada «guerra comercial» con China. Cuánto de su programa logrará imponer solamente el tiempo lo dirá.