3D: Abderrahmane Sissako

El cine de Abderrahmane Sissako es paradójico. Si se parte de la premisa de la cual el concepto de «total» no deja la posibilidad de nada fuera de él, es posible comprender la filosofía que transitan las películas del director nacido en Mauritania. En lugares relegados por la colonización y la guerra, donde todo ocurre todo el tiempo, la sensación puede confundirse fácilmente con que nada está pasando. Sobre el inestable terreno de la costumbre y la carencia, Sissako se mueve para transmitir su mensaje.

En una entrevista brindada en el marco del Festival de Cannes, Sissako dijo: «Cuando hago una película, dudo constantemente y, a veces, se nota. Sin embargo, dentro de mí se esconde una profunda convicción que no comparto con nadie». Con una mirada humanista, el director presenta problemas que parecen no tener solución pero, de alguna manera, consigue transmitir paz y optimismo desde la imaginación del hombre y la mujer y la inocencia de los niños.

En el cine de Sissako, lo banal puede ser lo más terrible, pero también lo más esperanzador.

Timbuktú (2014)

En medio de la calma un venado huye despavorido. El de su corretear es el único sonido que combate al de la arena movida por el viento hasta que una ráfaga de tiros se apodera del silencio. El venado sigue escapando a la camioneta que le apunta detrás, de la cual sale una bandera negra de Ansar-ad Din («Defensores de la fe»). Los soldados fijan la mira. Agresivos abren el fuego y el venado desespera en su marcha. Son 8 hombres con ametralladoras. Ninguno da en el blanco.

«Timbuktú» transcurre en el norte de Mali, bajo el control del autoproclamado grupo fundamentalista islámico Ansar-ad Din, inmediatamente después del Golpe de Estado de 2012. Basado parcialmente en el caso de una pareja de no casados que fue dilapidada en la comuna rural de Aguelhok ese mismo año, la película satiriza a quienes implantan el terror desde la interpretación absoluta y errónea del Islam.

El de Kidane, un pastor que vive tranquilo en las afueras del poblado, es el principal de varios relatos que conforman el cuerpo de «Timbuktú». En ellos se describen las consecuencias lógicas de cuando la ley no existe sino a través de las armas y los chalecos. Aunque presenta la música y la poesía como contrarias a la guerra, la película incomoda al pensar en ellas el origen de la violencia entre los hombres.

De hermosísimos paisajes notablemente capturados, «Timbuktú» propone una luz rebelde al terror de los fundamentalistas. En la música dulce, la bravura de los locos y el ballet del fútbol imaginario, se encuentra el espíritu de aquello que no puede ser alcanzado por las balas ni por el terror.

Heremakono (2002)

«¡Maata, Maata!», Khatra vuelve emocionado a su tutor, ofreciendo la bombilla de luz. «Mohamed la ha probado en su negocio, y funciona», exclama el niño contento. Desganado, el electricista le contesta: «La bombilla nunca funcionará aquí, Khatra… no te preocupes».

«Heremakono» transcurre en Mauritania y trata sobre el área en la cual las tradiciones y la búsqueda de la felicidad se tocan o se repelen. En torno a un joven que está ilusionado con su partida a Europa y a un niño que aprende el oficio de electricista junto a su tutor, la película avanza con lentitud sobre lo bueno de pertenecer a una cultura propia y lo exigente que se puede tornar mantenerla viva.

Minimalista en sus recursos, el viento se vuelve banda sonora en «Heremakono» y el té parte de su fotografía. Los dramas se basan en pequeñas situaciones en las que se hace carne lo doloroso de no poder pertenecer ni a lo propio ni a lo ajeno, en gran parte por la falta de organización y la pobreza que reina en el poblado.

«Heremakono» propone una misma esperanza con dos aristas posibles: la de la piel curtida que no se deja penetrar por la arena, y la de la juventud que busca su futuro más allá del mar. Si bien ambos caminos parecen contrarios, se unifican en la tristeza y la incertidumbre.

La vie sur terre (1999)

«Coulibaly, en las casas que los blancos tienen en Abdijan, las puertas se abren y cierran solas», comenta un vecino mientras espera a ser fotografiado. El fotógrafo, que prepara los rudimentos de su cámara, «Keitá, no te creo», le contesta. «Creeme, muchas puertas como esa… es verdad», sostiene el vecino, que nada teme a mostrar su sonrisa sin dientes. «¡Son eléctricas!», insiste en las maravilla que los blancos tienen en Costa de Marfil, «tú avanzas y se abren, luego se cierran detrás tuyo. ¡Lo vi con mis propios ojos!». «Tonterías», responde el fotógrafo, que sabe que la única verdad es la que pasa en su tierra.

Abderrahmane Sissako actua en su propia película, «La vie sur terre», cuyo protagonista es Sokolo, un pequeño pueblo en el centro de Mali. El film se inicia con su director escribiendo una carta a su padre, en la cual anuncia que irá al poblado familiar con ánimos de registrar allí la vida. Tras meditar en un abundante pero frío e industrial supermercado de París, Sissako se decide a volver a buscar el calor de sus raíces.

«La vie sur terre» es un retrato de tonos terracota y nude, que muestra con humor las dificultades y los automatismos de Sokolo. El film transcurre en los días previos al comienzo del año 2000 en un pueblo que choca con las imposiciones que le llegan desde Europa. Con pequeñas intervenciones, la película hace una elegante representación de la colonización y la globalización en el Siglo XX.

Las postales son simples para transmitir por dónde pasa la vida local: lo tierno de un telefonista que hace cuanto puede en su rústico trabajo, los amigos que buscan la sombra mientras ven pasar el día, el coqueteo adolescente que viaja en bicicleta y el divertimento que un niño saca de patear una pelota (nada más ni nada menos). Los animales salvajes se adueñan de la puesta en escena y dan vida a un pueblo que muy lejos está de mantenerse quieto, aunque así lo parezca.

De planos estáticos y hermosa música de Salif Keitá -indispensable para la descripción de Sokolo-, alcanza con tan solo 60 minutos para entender la profunda simpleza con la que el poblado vive en carencia y feliciad, y el amor que Sissako le tiene a su tierra.