Pasó casi una década para que Mel Gibson volviera a la dirección. No fueron nueve años más, ya que en el medio se crearon colectivos y movimientos para cambiar la dinámica machista de la industria de Hollywood, hasta hubo cancelaciones varias de diferentes personajes intocables.
Poco y mucho parece, al mismo tiempo, el lapso de 9 años, al punto que la oleada prometedora de una revolución entró en una zona congelada y, con ello, se marcó el regreso de muchos encolumnados en una lista negra. Gibson nunca entró allí, a pesar de sus antecedentes con pruebas que circularon masivamente, cierto es que fue en otra era, donde la palabra viralización no era parte de un glosario.
Que el actor, productor y director haya discurrido en un radar de poca potencia durante este último tiempo puede atribuírsele más a una decoloración de su popularidad y no tanto a una escasez de ofertas vinculadas a sus dichos antisemitas, a su escandaloso divorcio que incluyó amenazas a su expareja o a sus detenciones por manejar en estado de ebriedad. Su última película detrás de cámara había sido la premiada “Hasta el último hombre” («Racksaw Ridge», 2017), con la que logró volver a los Premios Oscars al estar nominado en la categoría de Mejor Director, nada de su vida privada había afectado a su imagen para los ojos de la Academia, la misma institución que hoy pretende mostrar cómo flamea todas las banderas de la igualdad.
Este año, el otrora popular actor de «Arma Mortal» regresa para dirigir una película más cercana al tipo de producciones en las que estuvo involucrado como actor en los últimos que como realizador, cuyo corpus lo presenta laureado y siempre interesado por una grandilocuencia, ya sea por el nivel de los presupuestos como por los temas tratados. Aquí, en «Amenaza en el aire» («Flight Risk»), todo está reducido: la escala de la producción, la cantidad de personajes y, principalmente, las capas dramáticas. La premisa es por demás simple, una U.S. Marshall (la inglesa Michelle Dockery) detiene a un contador fugitivo (Topher Grace) acusado de trabajar para un mafioso, ante la desesperación por ir a la cárcel por un largo tiempo, este hombre ofrece un trato a cambio de testificar contra su exjefe. El pequeño detalle es que la agente debe llevar a su detenido-testigo a New York desde la recóndita Alaska. Antes de llegar a la gran ciudad tienen que hacer un pequeño vuelo en una avioneta, el piloto para esa travesía resulta ser un asesino a sueldo perverso, interpretado por Mark Wahlberg. La identidad falsa del villano se revela en pleno vuelo, lo que genera una serie de trifulcas y un inconveniente mayor para los pasajeros, tratándose de que ninguno sabe pilotear un avión más que el asesino.
«Amenaza en el aire» tiene algunos destellos de genialidad para el cine de acción, que se opacan por la limitación de la premisa, del espacio y de los personajes. Ninguno de los tres tiene alguna dimensión más allá del cliché, por ejemplo, el de la agente, quien regresa a trabajar después de una operación de resultado trágico por la muerte de un testigo, en busca de una redención. Topher Grace interpreta a su clásico personaje nerd con buenas respuestas para inocular algo de humor a la adrenalina impuesta por las situaciones, aunque muy lejos de una particularización. Mark Wahlberg está en su propia película con diálogos desenfrenados, cuenta el propio director que muchos de ellos fueron improvisaciones del actor. En esa yunta de buenas migas puede entenderse el humor de ambos, Gibson tanto como Wahlberg estaban destinados a encontrarse. Que su próxima película sea una secuela de su polémica «La pasión de Cristo» y no una nueva «Arma mortal» (como alguna vez se rumoreó) explica el estado de muchas cosas.
«Amenaza en el aire» estuvo dirigida por Mel Gibson y contó con las actuaciones de Mark Wahlberg, Michelle Dockery y Topher Grace.