Aulas derretidas

Este jueves, el Servicio Meteorológico Nacional (SMN) informó que en medio del pico de altas temperaturas que registraron gran parte del centro y el litoral del país, la Ciudad de Buenos Aires, con 37,9 grados, igualó al récord histórico para marzo que data de 1952.

Estamos entrando en alerta roja, lo que implica que se esperan fenómenos meteorológicos excepcionales con potencial de provocar emergencias o desastres, según dicen los especialistas, y una de las recomendaciones es «permanecer en espacios ventilados o acondicionados».

Pese a todo esto, a la escuela se va igual. Se derriten las aulas y parece que a nadie le importa.

En realidad, no sé de qué me sorprendo, es más de lo mismo. Tienen un plan: cumplir con X cantidad de días de clase y por ello van, sin importar las consecuencias. ¿A que le tienen miedo? ¿A «perder tiempo»?

El tiempo es una unidad de medida, nada más. No es parámetro de calidad, puedo asegurarlo. De hecho, las nuevas corrientes educativas apuntan a que cada individuo tiene sus propios procesos, sus propios tiempos a la hora de aprender. Qué contradictorio todo, ¿no?

Toman decisiones desde la confortabilidad de una oficina con aires industriales sin tener en cuenta que esta ola de calor no permite concentrarse, cumplir con el propósito de cada materia. Los chicos tienen las manos ocupadas en abanicarse, se convirtieron en verdaderos especialistas en el arte de crear abanicos de todo tipo. Punto a favor, desarrollaron una habilidad nueva.

Es cierto que en muchas escuelas hay aires acondicionados, aunque con esta ola de calor no existe potencia que alcance y ni hablar de la energía eléctrica, de hecho, en medio de esta novena ola de calor que llevamos a lo largo de lo que va del año, miles de usuarios no tienen, en este momento, servicio eléctrico.

¿El problema somos los docentes? ¿Es que acaso piensan que nos estarían regalando el sueldo si suspenden las clases por unos días? En lo personal no tengo problema, voy a cumplir el horario como hice en febrero, porque querían empezar el mes y demostrar que «se trabaja» y todo es un gran como sí, porque en realidad nosotros trabajamos varias horas en casa, y la mayoría de las veces con mayor calidad que en la escuela… pero recordemos que se trata de aparentar, no de ser.

En otras partes del mundo no les tiembla el pulso a la hora de suspender las clases, ya sea por una ola de calor o de frío. Por ejemplo, en Alemania se declara el estado de hitzefrei en virtud de una orden ministerial, y su traducción significa «sin calor». La normativa establece el derecho a perder o reducir jornadas lectivas. ¿Qué tienen ellos que no tengamos nosotros? Claramente, objetivos puestos en el aprendizaje y el rendimiento.

No soy médica para atender estudiantes que se descomponen por el calor, o una alarma que a cada rato les recuerda que se hidraten. Si queremos una educación de calidad la mirada tiene que cambiar, el foco tiene que cambiar. Las aulas se derriten, pero el marketing está a salvo.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Luciana Mauro.