Celuloide de decires solapados

«De nuevo otra vez», modesta y sobria ópera prima de Romina Paula.

Sentada en la reposera de una terraza porteña, curva ligeramente la boca, sepultándole los ojos en sus labios, y deja vislumbrar unos dientes de tamaño colosal: «¿Nos damos otro beso?» interroga incisiva la hermana de su mejor amiga al personaje de Romina Paula, haciendo consonancia con el título del film, algo que la actriz sabe hacer muy bien también en su labor literaria: anticipar, enunciar y sintetizar el eje de la obra desde su rótulo.

Tal vez el punto de partida tiene aspectos a favor y en contra en esta historia. Parte del desafío de Romina (es escritora y dramaturga) seguramente fue poder saltar de la orilla literaria hacia la cinematográfica, por eso en este caso sumó todo lo que pueda construirse a través de imágenes.

En la película, con tintes autobiográficos (su madre y el hijo en el film son los suyos), el disparador que despoja a la protagonista de su statu quo inicial es la separación temporal de su pareja (Esteban Bigliardi), padre de su hijo de tres años y con el que vivía en las sierras cordobesas. El personaje vuelve a la casa de su madre en Buenos Aires y transita vivencias y nostalgias del pasado: vuelve a ver a su mejor amiga, tiene un efímero affaire con un chico, se da besos con la hermana de su amiga, toma alcohol en una plaza con veinteañeros, sale a fiestas, va a una exposición de arte, repasa el álbum familiar, tiene charlas profundas con su madre (en una lengua que va y viene entre el español y el alemán). Hay todo un racconto de experiencias contadas con una minuciosidad y meticulosidad atravesadas por un tono narrativo y una actuación inflexiva (que hace recordar mucho al cine de Martín Rejtman, Kaurismäki y Jim Jarmusch) con diálogos, ritmos, movimientos y pausas justas que se repiten en todo el film.

Si comentamos su propia obra, Robert Bresson decía, refiriéndose a la dicotomía de imagen y sonido, que siempre que podía sustituía una imagen por un sonido. «El sonido, por su mayor realismo, es infinitamente más evocador que la imagen, la cual solo es una estilización de la realidad visual», y concluyó que «un sonido evoca siempre una imagen, una imagen nunca evoca un sonido». Noël Burch, famoso por todo su trabajo teórico en el cine y su contribución de términos comúnmente utilizados en las escuelas de cine, parafraseó en su libro «Praxis del cine» a Bresson al decir que «en cuanto a la potencia evocadora del sonido, nos parece más ligada al potencial evocador del espacio off y de todo lo que se refiere a él». De esta manera, el teórico le adjudica un poder alusivo aún mayor al fuera de campo (off).

En la ópera prima de Romina Paula podríamos redoblar esta apuesta y decir que el mayor aporte evocador no está en el sonido ni en la imagen, sino que reside en la palabra escrita. Aquí, los diálogos no solamente tienen la función de informar, caracterizar, instalar un tópico, hacer avanzar la acción o establecer relaciones entre los personajes sino que, además, cumplen otras dos funciones elementales: por un lado la poética, que se utiliza para producir una sensación estética de agrado, belleza o gracia como supieron explotar en el pasado directores como Eliseo Subiela. Y, por el otro, más relevante aún, la función evocativa: el personaje trae al presente constantemente otra época («Ciudadano Kane», «Persona») como bien se materializa cuando, mediante diapositivas y una voz en off, nos relata los orígenes de su familia, sus generaciones y cómo desembarcaron a la Argentina.

El guión instala una serie de procedimientos narrativos que retoma todo el tiempo y dispone una estructura clara: el recurso de la voz en off, los fragmentos documentales, los monólogos atemporales que rompen el eje espacio-tiempo y funcionan a la vez como separadores. Todos estos recursos ayudan a desplegar el tema central que tiene que ver con la maternidad, el paso del tiempo y la adultez volcados desde una voz intimista y sensible.

Para entender un poco más este tratamiento en los lugares aparentemente superficiales, hay que socavar en la obra literaria de la artista. Sería fácil trazar un puente entre sus novelas y este film. Verlos como una prolongación uno del otro. En libros como «¿Vos me querés a mí?», «Agosto» (que está por estrenar su adaptación de la mano del director Fernando Salem) y «Acá todavía», la multifacética Romina fusiona la ficción y la literatura autobiográfica todo el tiempo.

En este debut como cineasta, profundiza este método en el que se la nota cómoda y con soltura. El film, al igual que en sus novelas, hace palpable lo que no se escucha, ni se ve, ni se siente: de lo imperceptible. Los intérpretes toman espesura motivo de la especificidad de un hablar que repta, busca, reflexiona, se cuestiona y re cuestiona sin obtener respuestas o encontrar verdades absolutas. Deambulan sin dirección determinada.

Hay una figura que es literaria que intenta ensanchar las fronteras del lenguaje cinematográfico, es algo que pone en jaque el dominio del film, ya que un guión se sirve de las palabras para crear imágenes. Esa figura es la descripción de una imagen estática que cobra movimiento. Ese procedimiento es el que a lo mejor podría haber guiado el proceso de escritura del guión a la directora, repensando el punto de partida. Poder transmitir las imágenes, los espacios en donde se encuentran los personajes, las acciones que ejecutan, los tonos en los que hablan. Partir de una imagen y luego irse a una idea.

Pareciera que Romina Paula logró cruzar con éxito de una orilla a otra, sin ser víctima de un chapuzón en la intención, como les sucedió a algunos escritores y escritoras a lo largo de la historia. «De nuevo otra vez” es un film con una destreza dialéctica que se sumerge y ensaya sostenida por un tenor multicolor de la voz y la introspección. Un espectro que su autora hace eco con detalle y serenidad. En ese lugar recóndito de sugerencias y evocaciones, en ese deje a lo no concedido, hacia lo que se debe exorcizar, en ese libre albedrío, es que habita la fortaleza de esta flamante realizadora.