En el marco de la Competencia Argentina de Largometrajes del 35° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, nos encontramos con dos películas que despertaron (por lo menos en quien escribe) una sensación de posible conexión con el universo de Lucrecia Martel… independientemente de lo objetable que pueda ser esa mirada, son dos grandes obras de las que queremos hablar en esta nota: «Mamá, mamá, mamá» de Sol Berruezo Pichon-Rivière y «Un crimen común» de Francisco Márquez.
«Mamá, mamá, mamá»
Una tragedia abre la película: es verano y en una casa viven una madre con sus dos hijas, la más pequeña se ahoga en la pileta de su casa, en una escena narrada con sumo cuidado sin perder un gramo de impacto. Ante el horror, la pequeña familia se achica aún más y quedan la madre y Cleo, de 12 años, ahora con un duelo por delante. La película retrata la invasión familiar que aparece para contenerlas.
Sol Berruezo posa la mirada sobre Cleo, a quien su tía tanto como sus primas intentan mantener entretenida con juegos, actividades y visitas. El duelo de la niñez se entorpece porque el entorno se encarga exclusivamente de su madre, y no da lugar a la catarsis de nuestra pequeña protagonista. No hay villanos en esta historia en la que cada quien hace lo que puede, pero el estado atónito y apagado de Cleo y de su madre las conducen por las decisiones externas hasta que, de alguna manera, logren reconectarse entre ellas y con su dolor. Una historia sensible que aprovecha la ingenuidad más pura de la infancia para reflejar un universo maravilloso a la vez que triste, con un final y una dedicatoria que terminan de erizar la piel.
Un crimen común
Con elementos de thriller, Francisco Márquez nos sumerge en la pesadilla despierta que vive una mujer que, con un pequeño acto de omisión, determina el destino de un otro. Cecilia (Elisa Carricajo) es la cara de una madre de clase media que se ve envuelta en una situación sorpresiva en la que sus instintos culturales la conducen hacia un posible error. Una vez más, como en «La larga noche de Francisco Sanctis», el foco se ubica en el rol civil de las tragedias sociales, sin necesidad de pensar en personajes que obran con maldad sino inducidos en el camino del miedo a la otredad. Una película de clima altamente opresivo y asfixiante.
Al comienzo de la nota mencionamos una posible lectura que relaciona a estas dos películas con el universo cinematográfico de Lucrecia Martel.
En cuanto a la primera, hay un vínculo sensorial climático en los planos de las niñas cantando frente al ventilador como sucedía en «La ciénaga» (2001). El hecho de que el final de la película de Martel involucre un accidente con un niño y se pueda enlazar directamente con el comienzo de la película de Berruezo son algunos de los elementos que transmiten una familiaridad entre ambas, junto con el sonido íntimo y los planos que espían como el punto de vista infantil y curioso.
Por su parte, la película de Francisco Márquez tiene una protagonista que podría asociarse a aquella de «La mujer sin cabeza» (2008), que no puede hablar, que tiene la mirada perdida adentro de sus propios pensamientos, perseguidas ambas por la culpa de una aparente responsabilidad y la incertidumbre (por lo menos en un principio) de haber hecho algo irreversible y elegir el camino de la simulación, también en clave de thriller y con la mirada puesta en las clases medias. Que sea posible unir estos puntos no quiere decir que sea imperioso, las películas funcionan por sí solas y eso es un hecho.