La desaparición de los colores en las estéticas

¿Por qué el mundo perdió sus colores? Si levantamos la vista a nuestro alrededor, es probable que observemos más cosas blancas, negras y grises que objetos de colores llamativos o vibrantes.

Estos últimos tiempos, fuimos testigos de muchos cambios, en todos los sentidos de la palabra, pero puntualmente en las estéticas, el diseño y la moda.

Uno de esos es, sin duda, el minimalismo. Se conoce como una corriente que prioriza la simplicidad y la eliminación de lo innecesario en el arte tanto como en la vida cotidiana, utilizando pocos elementos, colores simples y formas básicas. Busca generar espacios amplios donde cada elemento tenga un propósito claro y no pretende representar algo más allá de su propia existencia.

Esto contrasta en su totalidad con lo que las personas habituaban a presenciar en la antigüedad con el arte y las pinturas, ya que se caracterizaban por el exceso y las redundancias. En 1800, solo el 8% de los objetos eran grises o negros… en 2020 ya lo eran el 40%.

En todo ese lapso de tiempo se empezó a considerar otro concepto de lo «bonito» en donde predomina lo agradable a la vista y sensación de placer estético.

Vivimos en un mundo caótico en todo sentido, las nuevas generaciones son incapaces de hallarse mucho tiempo en un lugar rodeado de texturas, formas y colores, y esto tiene una explicación.

Nosotros los jóvenes crecimos en un entorno hiper estimulante (redes, pantallas, información constante), por lo que el exceso visual se siente abrumador. Se prefieren entornos más neutros y calmos como forma de compensación. Esto es una respuesta inmediata a la ansiedad y el estrés cotidiano.

También entra en juego la búsqueda de control y orden, ya que en el primer vistazo se transmiten cientos de ideas y emociones, y el minimalismo cumple a la perfección con eso.

También es cierto que las redes sociales generaron una necesidad por identificarse o encasillarse con alguna moda, principalmente, porque de eso se alimentan los algoritmos: las identidades claras suelen tener mejor rendimiento.

Se vivió de cerca con la pandemia, donde cientos de estilos se popularizaron en una generación donde por el aislamiento costaba conocerse y responder a la pregunta «quién soy».

Después de analizar todo esto, reflexiono mientras escribo, ¿el minimalismo es una moda o un síntoma? Tal vez no estamos eligiendo colores neutros o patrones simples por gusto sino por necesidad.

En un mundo donde todo cambia rápido, donde todo se muestra y se juzga, optar por lo simple, lo limpio, lo «correcto» se convierte en una forma de protección.

El minimalismo no solo ordena el espacio: ordena la vida, acalla el ruido. Nos da la ilusión de control. Y en esa ilusión, muchas veces, también perdemos parte de lo auténtico, de lo vibrante, de lo imperfecto. Y no es casualidad. Nuestra mente tiende a preferir lo simple. Cuanto menos esfuerzo le exige algo al cerebro, más agradable nos resulta. Es lo que se llama fluidez cognitiva: si algo es fácil de procesar, lo sentimos más cómodo, más lindo.

Lo simple relaja, baja el ruido. Y frente al exceso de estímulos que vivimos día a día, muchas veces no buscamos una estética: buscamos un respiro.

Pero, mientras tanto, el maximalismo, con su caos de colores, formas y significados parece recordarnos algo que hoy cuesta habitar: el desorden, lo emocional, lo vivo. Quizás por eso incomoda, abruma o, simplemente, nos expone. Porque donde el minimalismo oculta, el maximalismo grita. Donde uno busca calmar, el otro lo muestra sin filtro.

Y en ese contraste tal vez esté la clave: no se trata de elegir uno u otro sino de preguntarnos por qué nos estamos refugiando en lo simple… y qué estamos dejando afuera.

Artículo elaborado especialmente para puntocero por Sol Morucci.