La gran noche del pop

Como muchos de los documentales producidos por Netflix, su caja es genérica y con poco vuelo formal, así y todo, “La gran noche del pop” tiene una historia fascinante merecedora de una reconstrucción oral y -más que nada- apoyada en un rico material de archivo.

Todo nació de una preocupación del cantante y activista Harry Belafonte, allá por 1985, cuando tuvo la idea de accionar desde la música para ayudar a la causa de la hambruna feroz sufrida en varios países de África, en especial Etiopía. Las imágenes de madres, niños y niñas con sus últimos estertores, al día de hoy pueden parecer abyectas, pero hay una gran diferencia entre eso y el uso potable de un registro fotográfico y audiovisual. Por la mitad de la década de 1980, el pop como estilo musical estaba en la cumbre, cuyos máximos ídolos representaban una referencia para millones de personas, desde lo musical hasta lo estético, potenciado por la consolidación de un capitalismo omnipresente.

Belafonte manifestó su preocupación a Lionel Richie, ambos concordaron en que una canción, interpretada por un grupo importante de artistas, podía lanzarse con el objetivo de donar las regalías a la causa contra el hambre en África. Richie rápidamente encontró en Michael Jackson un aliado para escribir y componer la canción. A partir de ahí, la idea toma la forma de un thriller, porque solo hay una posibilidad de reunir a todos en un mismo estudio y en un mismo día: la noche de la entrega de los American Music Awards (AMA) que, por ese entonces, tenían algún tipo de importancia. Entre llamados, convencimientos y demás rosqueos -según Richie- se logró llevar a cabo el plan para grabar “We are the World” por United Support of Artists (USA) for Africa.

La película toma el punto de vista de Richie, el encargado de juntar las piezas de los recuerdos e hilvanar el relato. Entre muchas historias, cuenta la lucha de egos (aunque él no se incluye) como el principal obstáculo presentado. Hay voces de personalidades vivas que faltan, los casos de Stevie Wonder y de Quincy Jones (el productor de la canción). El primero aparece, desde la voz Richie, como un personaje difícil de tratar y que podría apoyarse en el archivo del detrás de escena cuando Wonder interrumpe la grabación para sugerir un cambio en la letra, que no hace más que retrasarlo todo. Precisamente, el archivo de video en muchos pasajes cuenta un momento sin la necesidad de una intervención actual para completarlo. Uno de los fragmentos más impactantes muestra a un Bob Dylan nublado para grabar sus dos versos solista, y ahí ingresa un halo de justicia para Stevie, el verdadero héroe para que el autor de «Blowin’ in the Wind» pudiese salvar el traspié. También, el archivo permite ilustrar el desnudo de ciertos artistas al encontrarse sin sus asistentes, sin las comodidades habituales y sin tiempo para digresiones egocéntricas. Lo que se ve es un deslizamiento para ubicarlos uno al lado del otro, en lo que resulta ser un ejercicio de competencia entre algunos, y en otros una muestra de humildad y conciencia sobre las limitaciones sin ninguna vergüenza. Ese es el caso de Huey Lewis, quien se encontraba en su pico máximo, aun así, se lo ve presto a recibir consejos y encontrar un lugar entre dos voces con un registro de espectro más amplio, como eran especialmente Cindy Lauper y Kim Carnes.

“La gran noche del pop”, más allá del corte auto celebratorio (todo por cuenta de Lionel Richie) y de una mirada naif sobre una problemática endémica, no deja de ser un interesante documental por las disposiciones de sus materiales y por la tesis de su relato: entender cómo se elabora una canción pop partiendo del concepto de la deconstrucción. Un claro ejemplo de un detrás de la escena tan o más interesante que el producto final al que se refiere.

“La gran noche del pop” («The Greatest Night of Pop») de Bao Nguyen cuenta con los testimonios de Lionel Richie, Bruce Springsteen, Kenny Loggins, Cindy Lauper, Huey Lewis, Sheila E, Dionne Warwick y Smokey Robinson, entre otros, y puede verse en Netflix.